Especialmente la última etapa de su existencia se dedica a atender a la gente marginada. En Barcelona, acoge, en un lugar construido a este efecto, personas enfermas en el cuerpo y en el espíritu. Son trabajadores de la industria textil que no pueden soportar el exceso de trabajo ni la escasez de alimentación, higiene y afecto. El P. Palau les acoge, les escucha y reza por ellos.
Con sus colaboradores y con sus enfermos se ve metido en la cárcel, y allí permanece días que se hacen años. Así demuestra su profundo amor a la Iglesia:
“Y ahora que te he encontrado, te amo -añade-. Tú lo sabes. Mi vida es lo menos que puedo ofrecerte en correspondencia a tu amor. La pasión del amor que me devora, encontrará en ti su pábilo porque eres tan bella como Dios... Mi corazón ha sido creado para amarte. Aquí lo tienes. Es tuyo. Ya no es cosa mía sino propiedad tuya. Porque te amo, dispón de mi vida... y de todo lo que soy y tengo”.
- “¿Quieres? Déjame solitario en el desierto y salvo de la solicitud y cuidado de los otros; viviré sólo para ti. – Es un error. ¿Crees que es olvidarme tomar cuidado e interés en el ganado confiado a mi amor? ‘Obras son amores, y no buenas razones’. Cuando tú para cuidarme a mí te olvidas de ti, estás seguro a mi cuidado: yo cuido de ti. A mí me hallarás solitaria en los claustros, desiertos y ermitas, y pastora en medio de los pueblos, peregrina en los caminos, y toda en todos y en todas partes donde la caridad ejerce sus actos y funciones”[1].
- "Mírale [a Cristo] en este cuerpo que es su Iglesia, llagado y crucificado, indigente, perseguido, despreciado y burlado. Y bajo esta consideración, ofrécete a cuidarle y prestarle aquellos servicios que estén en tu mano. Mírale además como a señor y dueño y rey del mundo, y como no reina en nosotros sin nosotros, sino con nosotros, en nosotros y por nosotros, bajo este punto de vista ofrécetele también a cuanto quiera de ti”[2].
Tras breve estancia en Barcelona, viaja a Tarragona, donde había establecido la última fundación. Llega enfermo, muere el 20 de marzo de 1872, invocando la presencia de su “Amada la Iglesia”.
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