domingo, 19 de abril de 2009

FRANCISCO PALAU, MÍSTICO Y POETA

En la actualidad ninguna persona que ha penetrado en la espiritualidad de Francisco Palau duda que sea un místico y un místico de la Iglesia[1], sin embargo aún nadie le ha reconocido públicamente su faceta poética de la que hace gala frecuentemente, especialmente en Mis Relaciones. De todas formas, justo es reconocer que Palau sólo luce su vena más poética en los momentos cumbres de su experiencia eclesial mística. En estos momentos es cuando la fuerza del amor que lo transfigura interiormente alcanza y contagia su pluma; ésta corre ágil para cantar a la amada, vestir la montaña con trajes de fiesta[2], poner a dialogar los montes[3], o sentirse besado por la naturaleza[4]. A lo largo de todo el escrito de Mis Relaciones, encontramos los elementos constituyentes que los autores que se han interesado por el fenómeno místico, aducen para reconocer este lenguaje[5]:
1º. Es un lenguaje fruto de una experiencia. El místico no habla simplemente de Dios, sino del Dios que se le ha dado en el presente como experiencia. De ahí que sea un lenguaje fundamentalmente descriptivo y textos impregnados de tinte psicológico y afectivo. Es el caso palautiano, en primer lugar no habla de la Iglesia, habla con la Iglesia, se relaciona con ella, por lo tanto lo que vuelca en su escrito es la experiencia directa de su amor y unión con ella, sus páginas de síntesis doctrinal son más fruto de su experiencia mística que una construcción conceptual.
2º. El motivo: el amor nupcial a lo divino. Esta característica fundamental, clásica y católica, de la relación entre el alma y Dios es una realidad palpable en la vida y escritos de Francisco Palau que comienza ya a dibujarse en el título de su diario íntimo: Mis Relaciones con la Hija de Dios.
En primer lugar, desde los comienzos del escrito deja claro que el amor del que trata va más allá de lo puramente humano. Le interesa explicitarlo cuando escribe:
«Lo significado por estos nombres: amores, amante, amado, matrimonio, desposorios, esposo, esposa, paternidad, maternidad, familia, filiación, parece que no tienen objeto ni realidad fuera de lo material y carnal. Si así fuera, si los referidos nombres fueran sinónimos, ¡qué fuera yo desgraciado!, yo que desde niño me siento poseído y dominado por una pasión que se llama amor…»[6].
En segundo lugar ese amor sobrenatural, en el momento que escribe su diario no es cualquier tipo de relación, sino específicamente se trata de una relación de pareja. Sus palabras no dejan duda al respecto. Se dirige así a la Iglesia:
«Yo soy tu esposo y tú eres mi Esposa. Estas son las relaciones que van directamente a llenar el corazón, porque unen en esta vida con la perfección que permite la condición de mortal a los dos amantes»[7].
Toda la obra es un diálogo amoroso entre el Beato Palau y la Iglesia como la amada. Diálogo que como comprobaremos a lo largo de este estudio abarca todo su ser y su obrar.
3º. La Paradoja o «transgresividad» del lenguaje místico. Se debe a la necesidad del místico de romper con las ideas recibidas y propagadas como expresión de la naturaleza de Dios[8]. La palabra-paradoja en Palau, como en todo místico, a menudo produce un choque, pero, cuando nos detenemos en ellas, resulta una fuente de extraña belleza poética y de profundidad teológica: la Esposa es dulce paloma así como valiente guerrera, sierva lo mismo que madre y reina, sombra y claridad[9], a la vez pastora y cordero.
4º. La Evocación. Un ejemplo lo tenemos en los nombres que da a la Iglesia: Amada mía, Paloma, Reina, Mujer perfecta, Mujer sombreada, etc. que nos trae continuamente ecos del Cantar de los Cantares.
5º. Se emplea profusión de superlativos y exclamaciones, que confiere a muchos escritos místicos el estilo hiperbólico y exagerado que se le atribuye[10]:
«La miré y la conocí; la miré con atención, y vi en ella la figura de una virgen la más bella y amable que crió la mano del Omnipotente».
– Sombra, dime tu nombre.
– Mi nombre es María.
– ¡Dulce nombre, qué recuerdos! ¿Y toda mi vida he de mirar y ver sombras?[11]
Y esta otra:
«Eres tú, ¡oh Iglesia santa, mi cosa amada! ¡Eres tú el objeto único de mis amores!¡Ah! puesto que tantos años hacía que yo penaba por ti, ¿por qué te cubrías y escondías a mi vista? ¡Oh, qué dicha la mía! Te he ya encontrado»[12].

6º. El empleo de símbolos.
Sabemos que uno de los recursos imprescindibles del místico ante la inefabilidad de su experiencia y la necesidad de comunicarla es el de los símbolos. Maestros cercanos, conocidos que se desenvuelven con maestría en este terreno son Santa Teresa y San Juan de la Cruz.
Pero también Jesús, para comunicar su experiencia del Padre, del Reino y en general de las realidades sobrenaturales, acudió a este recurso literario.
Gran parte del atractivo de los símbolos consiste en que a través de diferentes imágenes insinúa algo sobre la huella y las consecuencias de esa “conmoción divina” que padece aquel que ha sido tocado y alcanzado por la Presencia. La presencia de la Iglesia toca y conmueve a Francisco Palau de tal manera en su espíritu que le faltan palabras para expresarse y tiene que acudir, como lo hicieran tantos místicos, a los símbolos. Éstos en forma de abigarrado bosque a veces suponen un obstáculo para el lector; de aquí la importancia de conocerlos y familiarizarse con ellos para desentrañar su mensaje.

[1] Cf. Eulogio Pacho, Estudios Palautianos, Monte Carmelo, Burgos 1998.
[2] «Las altas y sublimes crestas de la montaña estaban vestidas como en un día grande de gloria pues habían de presenciar y ser testigos de nuestro contrato». MR753
[3] «Y los montes guardaban un profundo silencio. Y uno que se elevaba sobre los demás tomó la palabra y dijo: – Hombre mortal, tu Amada es una belleza indescriptible». MR 757
[4] «La naturaleza me daba su ósculo de paz y anunciaba aquella gran calma que no se halla sino en el seno de los montes solitarios». MR 954
[5] Poesía no siempre se refiere a un escrito versificado, sino que puede tratarse también de prosa poética.
[6] MR719
[7] MR972
[8] Cf. Martín Velasco, El fenómeno místico, Trotta, Madrid 1999, 51.
[9] «La tarde del 28 era bella como la primavera, el cielo estaba sereno, y el sol era muy brillante como en un día de verano. Una sombra se le puso delante y le convirtió en tinieblas, porque la sombra tenía figura, y era la figura de mi Amada, cuya luz y claridad convierte en noche el día más sereno MR 973.
[10] Cf. Martín Velasco, o.c., Trotta, Madrid 1999, 51-55.
[11] MR742.
[12]MR722.

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