miércoles, 2 de diciembre de 2009

"Y vi la Iglesia santa, y sintiéndome unido a ella, mi alma, abatida por su lucha con Dios a favor de la Iglesia, tomó aliento, vida y vigor" MRel


FRANCISCO PALAU, Defensor de la vida (Ester Díaz S., carmelita misionera)

No es que en nuestro entorno social la vida cotice al alza. No. Nos estremece pensar que se la seleccione de la manera que lo hacemos y que incluso legislemos para eliminarla. Al comienzo de su recorrido, al final y cuando no es perfecta, según los esquemas biológicos y por ello comporta problemas o atención específica. No todos estamos de acuerdo con semejante proceder. Cierto. También lo es que tenemos muchos y significativos defensores de la vida. Tanto en la actualidad como entre nuestros ascendientes. Uno de ellos es el formidable compañero de camino, Fco. Palau i Quer: hijo de nuestro pueblo y todo un referente para nosotros.
Palau tomó conciencia de que desde niño poseía el secreto de la vida: el amor. No lo generó él. Tampoco nosotros. Unos y otros nos limitamos a acogerlo. Pero ese rescoldo de vida, puro regalo, reclamó todo el empeño de nuestro buen amigo. Así pudo desplegar sus numerosas posibilidades. Se empeño en buscar vida allí donde se encontrara. Y en vivir semejante aventura desde lo mejor de sí mismo. Estaba seguro que procurarla y enriquecerla contribuía a hacer realidad el mejor de sus sueños. No tenía miedo a perder la existencia, hecha de temporalidad, si con ello se le regalaba la plena y permanente. Era la que ansiaba y priorizaba.
Aunque tiene estaciones de apogeo, a la vida hay que sustentarla de forma continuada. En el día a día insistente e integrado por numerosos y variados reclamos encuentra la débil centella de la vida el pábulo ineludible para su crecimiento. Por ello, el receptor ha de permanecer vigilante y solícito para colaborar en semejante acontecimiento. Eso fue lo que realizó Palau a lo largo de su existencia.
Pese a que él lo desconocía la vida le afloraba constante a través de numerosas manifestaciones. Por fin se enseñoreó de su propia persona. Le transformó, le hizo nuevo: cercano y auténtico, sencillo y profundo, transparente e implicado en situaciones arduas.
Palau es todo un desafío para nosotros: personas que no valoramos la vida en su justa medida, que nos conformamos con mínimos, que merodeamos por los aledaños de las apariencias, de la trivialidad, del sinsentido.
Si la vida es el mejor regalo que hemos recibido, reclama ser vivida con agradecimiento y tesón; con audacia y gozo.

sábado, 28 de noviembre de 2009

ADVIENTO- ESPERANZA



"...Yo escuchaba; estaba en silencio. Y al desaparecer el sol me puse de rodillas, y allí yo esperaba...
– ¿Qué esperas? –me dijo una voz–. ¿Qué haces aquí solo, de noche, en la cima de ese monte?
Me consulté a mí mismo y me dije: 'Sí, yo espero...'

– Yo espero las tinieblas de una noche oscura.
– ¿Qué buscas en las tinieblas?
El corazón y el amor, sintiéndose aludidos, respondieron: Yo amo con pasión inmensa, y espero venga mi Amada".
F. Palau -Mis Relaciones, 910.

viernes, 27 de noviembre de 2009

ADVIENTO. Con Francisco Palau "centinelas de la Historia"

CENTINELA DE LA HISTORIA (Hna. Ester Díaz, c. m.)
Las vertientes que ponen de manifiesto la vida personal son numerosas. Si la persona en cuestión es significativa, tales aspectos adquieren más relieve. Es lo que ocurre con Francisco Palau. Mi intento, hoy, es detenerme en una de sus facetas más interesantes: la capacidad humana y espiritual que poseía para estar enraizado en la historia. La vida no le resbalaba. No se quedaba en la mera apariencia, en lo banal o estaba al tanto de la última noticia para divulgarla, como -con frecuencia- nos ocurre a nosotros, no. Era él quien vivía la vida. Y la vivía a duo, con el Dios de la vida. Hombre despierto donde los haya, estaba y permanecía ojo avizor a lo que ocurría a las personas de su entorno, a los signos de su momento histórico.

Apostado como un centinela, observaba la vida en lo que tenía de más autentico. Mientras acompañaba y atendía con interés la trayectoria humana y evangélica a muchas personas, así como el recorrido de ciertos colectivos, su mirada se deslizaba hacia el horizonte. Con semejante código de autenticidad, de alguna manera, vislumbraba el más allá personal y común. Palau permanecía despierto con el fin de llegar a lo más genuino de la realidad. A vivir en la verdad. Buscaba descubrir las causas, los orígenes a los que respondía la forma de vida concreta personal y de conjunto. Desde ahí resultaba más seguro percibir hacia dónde se dirigía el caminar de su pueblo, el futuro de la historia humana. Dato imprescindible para adecuar su servicio a las auténticas necesidades de su momento histórico, para alumbrar ese futuro. Atención y solicitud que en Palau eran estilo, no improvisación. Al mismo tiempo resultaron preámbulo para activar cambios urgentes en la infraestructura humana y social. Así podría contribuir a dignificar las formas de vida tan depauperadas en su entorno.

Talante de centinela que cualificó su servicio eclesial. Lo humanizaba y lo trascendía de vida plena: la de Dios. Por ello resultaba necesario. Sí, en su estilo de servir, quienes le conocían se percataban de que el Dios a quien servía se interesaba por la situación humana de cada persona, del pueblo. Es más, descubrían que se identificaba con ella. Pueblo de Dios que es la humanidad -de entonces y de ahora-.

viernes, 20 de noviembre de 2009

SEMINARIO PALAUTIANO (ESCUELA DEL CRECIMIENTO ESPIRITUAL-CITeS)

  • Fecha: 11-13 de diciembrede 2009
    Tema: “Una Iglesia con rostro de mujer”
    Ponente: Mª Dolores Jara
    Lugar: CITES (Centro Teresiano Sanjuanista) – ÁVILA
  • PROGRAMA

Viernes, 11 de diciembre-Tarde: Recepción y acomodación de los participantes
19- La figura femenina en la mística eclesial palautiana
21:00- Cena
22:00-Comunicación-descanso
Sábado, 12
8:00- Laudes-Eucaristía
9:00 -Desayuno
10:00- Rebeca: La unión con Dios en la soledad
11:00- Descanso
11:30- Raquel.: Madre peregrina en misión permanente
12:20- Descanso
12,30- Débora y Yahel: La Palabra audaz y la acción decidida13:20- Diálogo- Tiempo libre
14:00-Comida
Descanso
16,30- Judit: Una lectura teológica de la realidad
18:30- Ester: Una mujer envuelta en lo imprevisible de Dios19:30- Descanso
20:00- Espacio para la contemplación
21:00- Cena
Domingo, 13
8:30- Laudes
9:00 -Desayuno
10:00- Sara, la novia frustrada y recompensada
11:00- Relectura del símbolo femenino palautiano hoy Diálogo
11:45- Descanso
12:00- Conclusiones- Preparación Eucaristía13:00- Eucaristía – Fin del Seminario
Para inscripción: * info@citesavila.org - Tl. 920352240 - http://www.citesavila.com/
Para más información: Lola Jara (docarmis@gmail.com) - Tl. 920228773

domingo, 8 de noviembre de 2009

CON EL CARMELO MISIONERO DE AMÉRICA (http://tratarentreamigos.blogspot.com/search/label/CENTENARIO)

RESONANCIAS DE LA FIESTA DE F. PALAU EN DISTINTAS PUBLICACIONES


El Ermitaño. Periódico semanal, religioso, político y literario (Publicado por Luis J. F. Frontela en http://www.ocdcastilla.org/)
El P. Palau, sin abandonar para nada su vocación de ermitaño, "me resolví en mi edad viril, vivir solitario en los desiertos", de hombre de oración, y de predicador: "Vea lo que voy a ejecutar: Vida apostólica, predicación. Tengo que ir de uno a otro extremo de España y trabajar con todas mis fuerzas en la salvación de las almas donde se me abra camino", de hecho se gloria en el título que se le ha concedido de misionero apostólico, descubre un nuevo medio para la defensa de la verdad y de la Iglesia frente a los enemigos de Dios y de la religión, este medio es la prensa. Esta es la gran paradoja del P. Palau, y de la Iglesia de su tiempo, descubrir la prensa, considerada como "la mayor plaga de la época", en cuanto a través de ella se expandían las doctrinas contrarias a la verdad propuesta por la Iglesia, como el arma con que combatir el error y defender los intereses religiosos frente al peligro que supone la ". A través de la prensa, de la publicación de libros y folletos, nos encontramos al P. Palau empeñado en la defensa del honor de Dios -quien como Dios, es el lema que figura en el estandarte del ermitaño-, de la religión y de la Iglesia, a quienes ve perseguidas por unos y por otros. De hecho el semanario que va fundar tiene por objetivo luchar contra las huestes de Satanás, todo lo que implica la Revolución, y la impiedad que se habían desplegado para emprender una ofensiva contra la Iglesia. La Revolución, el Antro tenebroso, como él la denomina, a la que define como "todos los poderes de la tierra coaligados con los del infierno en guerra contra Cristo y su Iglesia", implica la ruptura del orden existente y por ello consiste en "no reconocer a Dios y a su Iglesia", y como tal no reconocer "la verdadera legislación", sino todo lo contrario, atacar los principios de dicha legislación (El Ermitaño, 29 de julio de 1869, p. 2). Esta revolución preparó el terreno desde comienzos del siglo XIX para acabar con la España católica, el P. Palau, para lo cual "derrotó a un ejército de frailes", alusión a la exclaustración de los religiosos, llevó una política de moderación y colaboración con los católicos, "fingió ser católico", lo que el P. Palau denomina "resolvió hacer paces, esta paz, era un armisticio, y para convertir ese intervalo de tiempo en una especie de reino". Este fingir ser católico es una crítica del P. Palau a la política de los moderados, Conde de Chester, González Bravo y "demás comparsas" (España católica, en El Ermitaño, 9 de septiembre 1869). Pero la revolución, el imperio del Anticristo -"el diablo es el príncipe de la Revolución"-, no es sólo un hecho presente, tiene una prehistoria que se remonta a 15 siglos atrás y que implica la ruptura de la unidad cristiana: en el siglo VII con el surgimiento de Mahoma y el establecimiento del imperio islámico; en el siglo XI con el cisma de Oriente y la posterior fundación de otro Imperio, "el cisma griego ruso", el siglo XVI con el entronizamiento del protestantismo en Centro Europa. Finalmente en el siglo XVIII "nace en Francia la revolución, que es el complemento de la obra de Satán" (El Ermitaño 23 septiembre 1869. 29 septiembre 1869 aniversario de la revolución. Revolución en el cielo, en El Ermitaño 30 septiembre 1869).P. Palau se define a sí mismo e n el semanario como no liberal, y da la razón de ello en que el liberalismo, en materia religiosa, es anticatólico, "enemigo del catolicismo", aunque considera que tiene algo de bueno, "ser el azote de Dios para el hombre que, olvidado de sí mismo por verse constituido en dignidad y autoridad, invade los derechos de los demás" , de ahí que este en contra de todo lo que postula la Gloriosa, la revolución de septiembre de 1869 (El Ermitaño 15 julio 1869).Personalmente defiende la fidelidad a la auténtica tradición de la España católica y monárquica, "la monarquía católica antigua", y desde aquí va contra las aspiraciones de la Revolución de Septiembre. La democracia, tal y como se entendía en su momento, ya que la nación es representada por los hacendados, mientras que los pobres son excluidos de la representación nacional. La separación Iglesia-estado, ya que "la Nación Española como tal quedaba fuera de la Iglesia". La libertad de culto, a la que considera como "el paganismo de los Césares romanos establecido en el mundo entero" (El Ermitaño, 22 abril 1869).En la Iglesia española en general, de una manera más particular en la Iglesia catalana, desde 1868, abundan los sermones, las pastorales, los folletos que explican la importancia de la prensa católica para la defensa de los intereses religiosos: "Aunque sabemos que la salvación de los pueblos debe venir con la palabra evangélica... tampoco desconocemos que allí donde no puede llegar la palabra del sacerdote, bien sea porque unos cierren los oídos para no escucharla rehuyéndose acudir al templo santo, o bien sea porque el frío de la indiferencia y de la incredulidad se vaya apoderando progresivamente de otros, es de todo punto necesario lo hagamos llegar por medio de la imprenta para que ésta trasmita en alas del vapor la verdad hasta el último rincón donde el error tiene sus guaridas" (Pedro de la Torre y del Pozo, O el catolicismo o nada, o sea examen de todas las religiones hoy dominantes ante el tribunal de la razón, Barcelona, Imprenta de Magriña y Subirana, 1869, p. 5).En Barcelona, debido a la proliferación de todo tipo de publicaciones católicas, se buscó por parte de los eclesiásticos más comprometidos, Ildefonso Gatell, colaborador que había sido del P. Palau en la Escuela de la Virtud y con el tiempo fundador de la Biblioteca Parroquial de Santa Ana, 1883, y Presidente de la Obra de las Buenas lecturas, 1890, Eduardo Vilarrasa, también colaborador del P. Palau en la Escuela de la Virtud, y Félix Sarda y Salvany, definir en qué consiste un periodismo católico, con reglas propias con las que contrarrestar la influencia de la prensa liberal. Esta iniciativa culminará en 1871 en la creación, por parte del obispo diocesano, Pantaleón Montserrat, del Apostolado de la Prensa. El P. Palau, consciente de la capacidad multiplicadora de la prensa periódica, en la que había colaborado por los años 1851-1854, concretamente en El Ancora, con amplias informaciones acerca de la actividad de La Escuela de la Virtud, se decidió a crear su propio periódico. Y el periodismo llenará buena parte su actividad en los últimos años de su vida.El Ermitaño, que es el nombre que pone al semanario por el fundado, y que comienza a publicarse, tras el estallido de la Revolución de septiembre, el 5 de noviembre de 1868, y al que define como periódico semanal, religioso, político y literario, fue creado y diseñado por el Padre, que será su director y redactor jefe, cuya personalidad imprime la particular visión que tiene de los acontecimientos político-religiosos: "Los redactores y empresario de este periódico somos familias que atacadas dentro del hogar doméstico por el mal terrible de todos los azotes cual es el maleficio, para que dios se apiade de nosotros hemos fundado esta publicación para sostener esta parte del dogma católico que mira a las materias indicadas, y prestarnos mutuos socorros en tan tremenda lucha". Es un periódico en el que pesa tanto el texto como los grabados, inevitablemente apocalípticos y en su rudeza críticos acerbos contra la política de sus días. Se caracteriza por su brevedad (cuatro páginas), por su aparición semanal todos los jueves en sus 227 números (5 de noviembre de 1868-25 de junio de 1873) y durante una vida de duración más bien larga si se la compara con las condiciones de subsistencia de la prensa gemela que pululó por aquellos años. Por la censura gubernamental, 27 de abril de 1872, del gobernador de Barcelona, Bernardo Iglesias, sufre una suspensión en los meses de mayo-junio de este año: "Obedientes siempre a la voz de la autoridad, nos sentiremos con la conciencia tranquila del estadio de la prensa periódica, aguardando que hayan trascurrido los días tristes que estamos atravesando para reanudar nuestras tareas literarias que dedicaremos, para y exclusivamente, como hasta ahora la defensa de los sagrados principios de la Religión Católica, Apostólica y Romana". A la muerte de su fundador el semanario, que comienza a definirse como periódico católico legitimista, evoluciona de un periodismo de opinión, y sin perder este talante, a otro más informativo (con propaganda bibliográfica, sección de variedades, columna de noticias). A partir de noviembre de 1872 el semanario, ala margen del artículo de costumbres explicando la lamina que se repartía con cada número, llevará una artículo de política del día, una sección de variedades, noticias carlistas y charadas. Desde el número 193, 31 de octubre de 1872, publicó la sección La España de Septiembre, cuadros políticos, reflejo de una situación liberal, escritos por El Sanabrés (D.L.V. y R), y que a partir de mayo de 1873 se publicara como libro al precio de 4 reales. El objetivo del semanario es claro, levantar su voz en defensa de Dios y de su honor, en medio de la Revolución de septiembre de 1868, que se había pronunciado por todas las libertades. El Ermitaño, que es la voz y el pensamiento del P. Palau, en medio de demócratas, republicanos, liberales, monárquicos, constitucionales, como ciudadano español y amparado en los principios de los revolucionarios, busca defender su libertad a vivir como quiere y a decir lo que piensa: "¡Viva la libertad! Soy libre y si vengo en persona, me he de presentar con el vestido de de ermitaño que no place a todos". En todas las viñetas del semanario aparece la figura del ermitaño, que es el P. Palau, como el dice "mi sombra", con el rosario en su mano derecha y el estandarte en la izquierda con la leyenda ¿Quién como Dios? En el primer número explica el sentido de lema: "¿Veis mi lema?, es el que falta en vuestros pronunciamientos". ¡Viva Dios! ¿Quién como Dios? Si al constituirse las Cortes para legislar no cuentan con el Legislador supremo, yo al grito de ¡Viva Dios! Vindicaré sus derechos" y defenderá a la Iglesia, ya que los principios revolucionarios son los que "arruinan la más alta institución, y como ermitaño, "soy ermitaño", hablará a favor de las instituciones religiosas, atacadas por los revolucionarios (El Ermitaño, 5 de noviembre 1873).

En la Catedral de Ciudadela Dios cambió su vida (Por D. Jara,CM, en Església de Menorca "FULL DOMINICAL", Número 1425 - 1 novembre 2009, pag. 3.
Tras años de afanosa búsqueda, la Iglesia se le presenta a Francisco Palau como término concreto y definitivo de su amor. Por un continuado proceso de interiorización consigue ver y vivir la Iglesia como realidad única e individual con quien puede relacionarse directamente de tú a tú, igual que con una persona amada. Efectivamente todo lo vivió como ofrenda de amor a su Amada, la Iglesia; en un primer período de su vida, como respuesta en favor de la "causa de la Iglesia", posteriormente, fruto de su experiencia mística, como consagración a ella, contemplada como "persona", "Dios y los prójimos" en unidad. En esta experiencia eclesial, María es considerada y descrita "la figura más perfecta y acabada de la Iglesia, virgen y madre", "espejo donde descubrirla", "reina que envía a anunciar la belleza de la Iglesia". Esta síntesis vital tiene su punto de inflexión en la Catedral de Ciudadela (Menorca) durante un ciclo de predicación en noviembre de 1860.
En este lugar su servicio incondicional a la Iglesia se ve gratificado con la experiencia mística de ésta. Las vivencias eclesiales, largos años remansadas, afloran a su conciencia iluminándola en lo más profundo y se le manifiesta la consoladora realidad del misterio de la Iglesia: “Dios y los prójimos”. Ve cómo su vocación está inserta en esa realidad, que se ofrece como ideal, como objeto supremo y definitivo de su amor: “Para mi estos últimos días en Palma y Ciudadela son y serán memorables, porque el Señor se ha dignado fijarme de un modo más seguro el camino, mi marcha y mi misión. El Señor me ha concedido en la Iglesia catedral de ésta [Ciudadela] lo que 14 años había, le pedía con muchas lágrimas, grandes instancias y con clamor de mi espíritu. Y era conocer mi misión. Dios en esto se me ha manifestado abiertamente y ahora estoy ya resuelto”. Carta 57 (a Gabriel Brunet, 19/11/1860); cf MR 720-721.; En distintos lugares deja constancia de la luz extraordinaria recibida en la Iglesia catedral de Ciudadela.
El conocimiento místico que tiene aquí de la Iglesia como misterio de comunión hace que su vida experimente un giro total. Se lanza con seguridad a la misión a la que se siente llamado: en primer lugar una vida apostólica de predicación itinerante de un extremo a otro de España; en cuanto a su vivencia personal la fundamenta en la pobreza como desprendimiento de todas las cosas temporales y aceptación de todas las incomodidades y sacrificios que lleva consigo el evangelizar; junto a esto, como expresión del desierto carmelitano, vivir en la montaña dedicado a la oración cuando no tiene que emplearse en la predicación. Por último recoger en los desiertos a los que quieran unírsele. (Cf. Carta 57).
A la Iglesia entrega con decisión inquebrantable los años que le restan de vida, con una intensa actividad apostólica que abraza campos tan variados como Director espiritual y Fundador, escritor, publicista, misionero agregado a la Congregación de Propaganda Fide (hoy Congregación para la Evangelización de los pueblos), director de una escuela de catequesis para adultos, creador y director de un periódico-semanario, exorcista… (Positio, 385-386). Su vida enteramente orientada hacia el amor y movida por él desde la niñez, llega hasta la donación heroica a favor del “Cristo sufriente” que para él son las personas más necesitadas. Así demuestra su profundo amor a la Iglesia: “¡Iglesia santa! Veinte años hacía que te buscaba: te miraba y no te conocía… ¡Qué dicha la mía! Te he ya encontrado. Te amo, tú lo sabes: mi vida es lo menos que puedo ofrecerte en correspondencia a tu amor... Porque te amo, dispón de mi vida... y de todo lo que soy y tengo”. (Cf. Mis Relaciones, 722)
En el bicentenario de su nacimiento, próximo a celebrarse (29 de diciembre de 2011), la diócesis de Menorca que fue testigo de su transformación, de su espíritu misionero, que fue la tierra que recibió la primera semilla de su obra fundacional: las Carmelitas Misioneras, puede ser uno de los escenarios privilegiados de las celebraciones en reconocimiento y acción de gracias por el don de Dios a la Iglesia en la persona de Francisco Palau.


FRANCESC PALAU I QUER. Modelado por la vida
(Traducción del artículo en catalán publicado en el "FULL DOMINICAL" de Lleida el día 1-11-2009 por Ester Díaz, C M. )
La existencia es uno de los mejores obsequios que hemos recibido. Al ser una chispa de la vida misma de Dios, su capacidad es inmensa. Supone un objetivo y un imperativo: la existencia debe convertirse en vida y nos tenemos que implicar a fondo para que esto llegue a suceder. Tarea a la que todos estamos llamados. Muchos han sido los referentes que han luchado para transformar en vida tanto la propia existencia, como todo lo que de vida era capaz. Entre ellos me detengo en la figura líder de Francesc Palau. Ya desde pequeño se sentía privilegiado porque había descubierto en él el secreto de la vida: el amor. Un secreto que tanto él como nosotros no podemos originar. Sólo tenemos que acoger. Lo que sí se dedicó, con todas sus capacidades y con el mejor de él mismo, fue a desplegar este impagable don de la existencia. Quería que se calificara. Y lo hizo como un experto. Sabía que eso era lo mejor que podía hacer. Por este motivo cultivó las numerosas posibilidades que descubría en él mismo i a hacerlo lo mejor que era capaz. Lo realizó a lo largo de su recorrido humano que comenzó muy temprano.
Buscaba y buscaba. Buscaba vida: más y mejor. Todo le parecía poco si lograba ampliar un poco, probarla en mayor dosis, disfrutar de ella mejor. Estaba dispuesto, incluso, a darla para encontrar la plena y perenne, cuando antes, mejor. Y cuando se ofrece todo, la auténtica vida va emergiendo. Va emergiendo hasta saberse modelado por ella. Hasta vivirla con mucha conciencia ya descubrirla por todas partes. Sí, F. Palau la descubría en la naturaleza, al estilo del hermano de Asís, en la inmensidad del mar que impedía su libertad, con melodía propia, en el carácter cristiano, como lo haría el mismo Dios.
Vida plena que no excluía las dificultades. Pero sí que se las daba sentido pleno. Disfrutar de la vida, para Palau fue el mejor de los placeres. Se sentía feliz. Y es que tenía un gusto evangélicamente excelente. Sin embargo, teniendo en cuenta que la vida es un regalo maravilloso, este hombre, desde su plenitud, es todo un revulsivo y un aliciente para nosotros. Porque no es extraño constatar mínimos de vida, tanto en nuestro propio ser, como en los demás.
Palau nos estimula a incrementarse con responsabilidad y con dignidad. A invertir en el proyecto todo lo mejor de nosotros mismos. Seguro, que en el recorrido irá brotando, sin detenerse, la auténtica vida, la que configurará, en nuestro alrededor, un inmejorable calor de felicidad: el deseo más profundo de todos los humanos.

FRANCESC PALAU I QUER, Home que estimà als altres
(Por Ester Díaz, C M, publicado en el "FULL DOMINICAL" de Lleida el día 2-11-2008)

L’existència del beat P. Francesc Palau es caracteritzà per viure d’acord amb la vocació rebuda.
Havia optat per viure de cara a Déu i ho féu amb tota coherència. Visqué la seva vocació, la compartí i la contagià. L’amor als altres, fou una altra realitat molt tinguda en compte per aquest home d’església. Sempre va romandre despert a les necessitats humanes del seu voltant. Però fou en l’etapa de maduresa, quan des de l’experiència de plenitud vocacional prioritzà la dedicació als marginats del seu entorn. I és que les circumstàncies ho requerien.
La Barcelona de l’últim terç del segle XIX bullia de febre industrial. Però el sistema, al temps que manipulava i engolia els treballadors, n’excloïa a no pocs. Allí es trobava Palau, disposat a pal·liar aquesta flagrant injustícia. I què féu? Doncs, reduí el seu espai d’habitatge i els acollí. Buscà proveir les seves urgències, mitigar les seves patologies i acompanyar el seu esvaïmenti soledat confiant-los al bon Déu. El projecte palautià quedà truncat per la força implacable (brutal) de la repressió. Força que acabà amb Palaua la presó. Però en el cor d’aquest home d’església, quedà presa per a sempre la flama de l’amor als exclosos, conseqüència de la seva comunió amb el Déu que els prefereix.

viernes, 6 de noviembre de 2009

¡FELICIDADES EN LA FIESTA DE FRANCISCO PALAU!

Toda la familia palautiana estamos de celebración grande en vísperas de su fiesta (7 de noviembre). Desde aquí un saludo esperando que el misterio de comunión eclesial que tan profundamente vivió Francisco Palau nos penetre y nos haga vibrar en nuestra tarea cotidiana para que el Reino se haga presente en todos los rincones del universo. Mi felicitación os va con esta bella presentación enviada por la Comunidad de Carmelitas Misioneras de Vallcarca, ese lugar tan querido por el P. Palau en el que vivió de una manera particular su entrega plena a los más desfavorecidos y marginados. Gracias Francisca por compartirnos vuestra reflexión.

Pensamientos

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lunes, 14 de septiembre de 2009

LOS AMPLIOS HORIZONTES DE UNA “CUEVA” por Francisca ESQUIUS PUBILL, CM


Desde que Francisco Palau hizo de su experiencia una “cueva” un gesto de libertad y de profunda comunión interior, la “cueva” de una Carmelita Misionera o de un laico que vive la espiritualidad palautiana, debe ofrecer un espacio para el encuentro, debe permitir una concelebración universal.
Al entrar en la “cueva” sientes inevitablemente la sensación de ahogo pero cuando el ambiente te va siendo familiar, te das cuenta de que la oración ahí es precisamente una gran concesión de espacio. Nadie tiene tanto terreno a disposición como el orante. Y cuando te vas adentrando en su oscuridad silenciosa, tienes la impresión de ser tocada por una luz que posee voz. Sí, descubres que la luz tiene una voz y que la palabra tiene una luz. Tú puedes entonces allí, en la “cueva”, escuchar la luz en la “cueva” todo se convierte en lenguaje.
La vida de “cueva” trae consigo, como suave imposición, la pobreza y la soledad. En la soledad, Dios te hace descubrir no lo que te falta sino precisamente lo que tienes de sobra. Cuando oras te das cuenta de lo que verdaderamente no necesitas. Y esta pobreza y esta soledad te dan el gozo de la libertad y la alegría del canto.
Y desde luego, no hay que temer: la “cueva” es el lugar más protegido porque es el más expuesto.
Con frecuencia me retiro a la “cueva” para refrescar la memoria, la masa nos impone una memoria corta, limitada a las últimas noticias, a la consigna del día. Una memoria tipo “lista de la compra diaria...” La burocracia está dominada por el ordenador electrónico que necesita para funcionar no tu nombre sino tu número de carnet. La ficha que el ordenador elabora te recuerda lo que debes pagar, consumir, producir... Te presenta cifras, fechas tope... En la “cueva” la burocracia cede el puesto a la llamada y cuando resuena tu nombre adquieres memoria de lo que en verdad eres. La ficha te dice lo que debes. El nombre te sugiere lo que puedes.
Francisco Palau, acostumbrado a la serenidad de la “cueva” no es el hombre impaciente de las conclusiones superficiales. Es el hombre que se guía sobre todo por el mapa de la vida subterránea. No se orienta solo por las estrellas sino que es capaz de adivinar lo que está en las entrañas de la tierra. Y con esa visión de profundidad, cada instante puede contener la gracia de la vida en soledad.
Donde estemos tenemos que ser contemplativos. En un autobús lleno de gente, haciendo cola para entrar en la autopista, en el andén del metro, en el caos del tráfico ciudadano o en casa, cuando el televisor del vecino no te da tregua, el teléfono suena una vez más para anunciar al distraído que se ha equivocado de número y desde la calle enloquece la Jinkama de las motocicletas... Pues bien, estemos atentos porque éstas y no otras son las condiciones reales para nuestra soledad, para nuestra personal aventura en la “cueva”. Adentrémonos sin miedo en esa soledad molestada porque la vida de “cueva” comienza cuando, aunque permaneces en tu puesto, decides estar en otro sitio.
En la “cueva” me parece haber descubierto también que el amor hacia el otro pasa por el camino de la renuncia, del sacrificio, antes que por el de la autorrealización.
El Espíritu no protege, hace salir al descampado. La vida en el Espíritu, alimentada en la “cueva”, no es descanso, nido... sino camino, itinerario que hay que descubrir y recorrer día a día. Cuando nos sentimos resguardados en realidad no estamos seguros, aunque nos parezca lo contrario. Hemos huido del Espíritu. Nos hemos escapado del “soplo”.

Luchemos por encontrar la soledad y ofrecer el servicio en medio del gentío. Abramos “cuevas” de silencio en el bombardeo de nuestras ciudades y en el trajín de nuestra actividad. Huyamos sin alejarnos, estemos en otra parte permaneciendo en el puesto necesario... Seamos personas libres, empeñadas en mirar más allá de los barrotes de la propia prisión.
Y poco a poco, la “cueva” nos irá moldeando como personas nuevas que han sustituido la prisa por la vigilancia, la ansiedad por la esperanza, personas capaces de darle al Señor y a los hermanos lo que siempre nos falta: el tiempo, un tiempo grávido de silencio, soledad y servicio.

martes, 18 de agosto de 2009

EL VEDRÁ: LUGAR DE SOLEDAD Y DE EXPERIENCIA, por Pilar Munill




Como sabemos la soledad es algo inherente a la persona. Pero en este caso la destacaremos, porque es un componente esencial a señalar en la configuración de ambos autores y porque los dos señalan la soledad como una experiencia imprescindible en el desarrollo de su itinerario espiritual.
F. Palau por su vocación carmelitana siente la llamada a la contemplación. No podemos dejar de señalar en su vivencia la dimensión de la soledad.
Podríamos decir, viendo su biografía, que tiene un deseo imperioso de soledad, de ahí la necesidad de buscar su lugar solitario allí donde se encuentre; puede ser una cueva o un monte[1].
Forma parte de su vocación, es una decisión personal; en su libro Vida solitaria, escribe: “decidime por entonces (1841-1842) a fijar mi residencia en los más desiertos, salvajes y solitarios lugares, para contemplar con menos ocasión de distracciones los designios de la divina Providencia sobre la sociedad y sobre la Iglesia”[2].
Por instinto espiritual y por formación carmelitana es un contemplativo:

“Como carmelita, como hijo de Santa Teresa, no puede menos que besar estos llaves que me tienen encerrado dentro de estos muros de aguas mediterráneas [...]. Aquí tengo más de lo que pedía en mis dorados ensueños cuando joven, sobre vida contemplativa soñaba. Aquí tengo mi celda, mi cielo; aquí puedo con todas mis fuerzas emplearme en agenciar como buen sacerdote con Dios Padre los asuntos y los intereses de Jesucristo y su Iglesia”[3].

La primacía de Dios, vivida desde el Misterio de la Iglesia, le impone un talante contemplativo a toda su existencia. De ahí le nace la urgencia apostólica y el hambre de soledad: “En la soledad seré tu compañera, y en medio de los pueblos yo no te dejaré; en vida estaré contigo, y tras las sombras de la vida presente me verás y estaré contigo a cara descubierta en gloria”[4].

1. “En soledad vivía”

La vocación de F. Palau a la soledad está presente en los albores de su vida religiosa y de su sacerdocio. Se desplegará luego a lo largo y ancho de su vida interior y de su acción apostólica, de misionero, de fundador y de apasionado de la Iglesia. Con clara conciencia de su entronque en los dos grandes arquetipos de profeta y solitario: Elías, el hombre bíblico del Horeb y del Carmelo, y de Teresa de Jesús, la grande apasionada de la soledad[5].
Su encuentro con la soledad no sucede de improviso, repasando su biografía, ya desde su juventud, en todos los lugares encontramos, el rincón de su soledad. Tiene lugares con nombre propio: en Aytona y Montsant en Lérida; Livron, Mondessir y Cantayrach en Francia; S. Honorato de Randa en Mallorca; Montserrat y Vallcarca en Barcelona, el Vedrá en Ibiza.
La soledad aparece como ropaje de sus grandes experiencias: “Estos días he estado tan solitario como podía desear”[6]. Para relacionarse con su Amada busca la soledad:

“Oye la voz de tu Amada y de tu Amante: durante todo el verano sube a la cima de este monte; aquí me hallarás sola en soledad, y en soledad harás tu oración [...] y tú me dirás cuanto quieras y yo te comunicaré mi amor y las luces que necesitas para tu gobierno. [...]. Yo te esperará allí sola, y en la soledad y silencio de la cueva te oiré” [7].


Las manifestaciones más teofánicas de la Amada a modo bíblico son en el monte y en soledad, en Mis Relaciones nos lo relata en diversas ocasiones:

“Salí fuera de mi cueva. Y en la cima del monte , sobre un trono de inmensa gloria, vi a la hija del eterno Padre [...]. Toda ella estaba cubierta de gloria y no se dejaba mirar, como no se deja ver el sol del mediodía, y de entre la gloria se veía más que un bulto clarificado. Y me dijo: Me has llamado; estoy aquí en el monte, sube”[8].

Para San Juan de la Cruz la soledad tuvo valor humano y valor religioso. Pero, ante todo, la consideró imprescindible para realizar la unión, con Dios[9].
Fue una experiencia, primero, padecida como niño y como hombre, después, radicalizada como místico. “con arrimo y sin arrimo”[10] ha probado todas las condiciones del “pájaro solitario”[11]. Después ha pasado a ser la soledad una situación buscada, reclamada por su vocación interior. Ha gustado también de la soledad de la naturaleza y la ha cantado “los valles solitarios son quietos, amenos, frescos, umbrosos. de dulces aguas llenos, y en la variedad de sus arboledas y suave canto de aves, hacen gran recreación y deleite al sentido, dan refrigerio y descanso en su soledad y silencio. Estos valles es mi Amado para mí”[12].
Su soledad ha sido consecuencia de su vocación y de su resolución de aventurar su vida en un solo ideal. En su doctrina, es un símbolo primordial que carga sobre sí todas las valencias de lo positivo, de lo deseado. Es al fin una gracia de Dios, un regalo para el hombre sanjuanista.
La soledad, activamente buscada y ejercitada, es manifestación de la relativización de toda experiencia en el camino hacia Dios que no sea la vida teologal. Hay una soledad activa, aprendida, practicable y recomendable con una condición: sólo Dios. Para llegar a ella, Juan de la Cruz entre otras cosas señala la necesidad de la búsqueda de un lugar solitario[13].
La soledad es una nota de la contemplación, efecto o rasgo concomitante a la acción de Dios que hay, por tanto, que cuidar y respetar. Es tranquilidad, suavidad, paz, silencio: “Y un poquito de esto que Dios obra en el alma en este ocio santo y soledad es estimable bien”[14].
En las canciones del Cántico Espiritual 14-15 y 34-35 la soledad se entiende y explica como una peculiar gracia mística. Es la soledad del corazón enamorado que no desea nada ni a nadie que no sea el Amado. Dios se constituye el centro de su vida[15]. Es la experiencia simultáneamente lograda de la belleza en sus criaturas y de las criaturas en Dios; en palabras suyas es la percepción del testimonio que de Dios todas ellas dan de sí[16]. Ahora todo es música callada y soledad sonora.
Esta gracia de la soledad sonora queda ligada por el mismo Juan de la Cruz a la experiencia del misterio del Espíritu Santo en cuanto presente en la creación:

“El Espíritu del Señor llenó la redondez de las tierras, y este mundo, que contiene todas las cosas que él hizo, tiene ciencia de voz, que es la soledad sonora, la cual es el testimonio que de Dios todas ellas dan en sí. Y por cuanto el alma recibe esta sonora música, no sin soledad y ajenación de todas las cosas exteriores, la llama música callada y soledad sonora, la cual dice que es su Amado”[17].

Las canciones 34-35 del Cántico Espiritual contienen el mejor canto a la soledad. Se entretiene en una larga explicación de lo que produce la soledad penosa de la noche, aquella a la que se ha expuesto la esposa por manifestar su amor incondicional[18]. Son las canciones de la exclusividad y de la intimidad: “que ya sólo amar es mi ejercicio”[19], como si dijera: “que ya todos estos oficios están puestos en ejercicio de amor de Dios”[20]. En esta estrofa abundan expresiones de exclusividad de amor y fe[21].
La entrega y la perseverancia tan solicita en la primera noche y tan valiente y arriesgada en la segunda, ese no querer otra compañía, esa fortísima determinación de la tortolica que no se junta con otras aves: “así el alma no queriendo reposar nada en nada ni acompañarse de otras aficiones gimiendo por la soledad de todas las cosas hasta hallar al esposo en cumplida satisfacción”[22]. Esta experiencia conduce a un modo de comunicación y unión sin intermediarios donde Dios “por si solo, no ya por medio de ángeles como antes, ni por medio de habilidad natural, [...] él a solas lo hace en ella todo”[23]. Esta comunicación sin intermediarios y en la intimidad es la soledad sanjuanista:

“Es extraña esta propiedad que tienen los amados en gustar mucho más de gozarse a solas de toda criatura que con alguna compañía. Porque, aunque estén juntos, si tienen alguna extraña compañía que haga allí presencia, aunque no hayan de tratar ni de hablar más escuso de ella que delante de ella, y la misma compañía trate ni hable nada, basta estar allí para que no se gocen a su sabor”[24].

F. Palau busca la soledad porque en ella encuentra la posibilidad de unirse a la Amada y a la vez su pacificación interior. Aquí podemos percibir la resonancia sanjuanista de la estrofa del Cántico Espiritual “en soledad vivía”[25]. Recogemos su experiencia: “Las tinieblas y la tristeza cubrían mi espíritu. Y llegué a la cima del monte, y encontré allí a la que yo buscaba [...]. ¡Feliz soledad! [...]. Yo todo lo tengo con tu presencia, nada me falta teniéndote a ti”[26].
En el mismo contexto expresa, que la soledad le cura las heridas de amor, pero, a la vez, le abre otras que son incurables, y estas no se sanarán hasta el encuentro definitivo: “¡Preciosa soledad tú has curado las llagas de mi corazón, pero has abierto otras que son incurables!”[27].
También hace su canto a la soledad, no es una expresión poética pero si una experiencia interior que brota de lo íntimo de su ser: “Déjame solitario en el desierto y salvo de la solicitud y cuidado de los otros; viviré sólo para ti. Es un error, le dice la Iglesia, ¿Crees que es olvidarme tomar cuidado e interés en el ganado confiado a mi amor? ‘Obras son amores y no buenas razones’. Cuando tú para cuidarme a mí te olvidas de ti, estas seguro a mi cuidado”[28].
Concluye el relato de Mis Relaciones haciendo una descripción sobre algunas aves que anidaban en el Vedrá, o frecuentaban sus agrestes peñascos, y le servían de compañía en sus interminables horas de soledad. Hace una evocación de la soledad sonora y que de alguna manera nos hace percibir resonancias sanjuanistas del Cántico espiritual sobre todo en las canciones 14-15; 35-37, antes mencionadas. Así se expresa:

“El mirlo solitario sobre las peñas, llegada la bella estación de la primavera, ha encontrado ya su consorte. Y ahora, satisfecho con tal compañera, se da así mismo la enhorabuena; y hallada la casa donde albergar sus hijuelos, preparan los dos los nidos para colocarles. Este es uno de los testigos oculares de mis amores en la soledad, compañero fiel, que con su canto lúgubre pero melodioso celebra mi enlace con la Hija de Dios. Desde las cúspides elevadas del monte me ha llamado muchas veces la atención, no para estorbar mi conversación con mi Amada, sino para ensalzar con su dulce melodía las glorías de una ave solitaria”[29].

En F. Palau es una necesidad imperiosa el buscar la soledad para estar sólo y relacionarse con la Amada y poder satisfacer el deseo de unirse totalmente con ella y a la vez clarificarse en los asuntos que conciernen a la Iglesia: “Ven al monte solo [...] y allí te revelaré los secretos de mí corazón”[30]. Una vez más se expresa desde el lenguaje y la experiencia de la mística carmelitana: todo se relativiza y pierde valor ante la posibilidad de poseer a la Amada.
2. El monte, lugar del encuentro
F. Palau elige lugares determinados para poder vivir su experiencia de soledad. Nosotros nos detendremos en el Vedrá[31], porque desde que lo descubre en 1856 se convierte en el lugar por excelencia: “Escribo desde el desierto más completo que he hallado desde que sigo la vida religiosa. Este monte es un islote, al oeste de Ibiza, separado de la isla, [...]. Aquí me retiro diez años ha y hallo cuanto un solitario puede desear”[32]. Del lugar él afirma en un diálogo vivaz con la Iglesia: “ ‘Estás en tu propia casa, este monte es tu mansión como hombre mortal’. Y contesté: ‘sí , oh que estoy bien aquí’. Y continuó aquella voz: ‘Es la casa que tu Padre te tenía preparada para que en ella te unieras con su Hija en fe, esperanza y amor’ ”[33].
Dentro de su espiritualidad podemos afirmar que lo consideramos como el símbolo de su experiencia de solitario. Para él podríamos decir que el Vedrá es distinto a los otros lugares, es el lugar, él mismo afirma: “para soledad tengo el Vedrá”[34]. A él volverá siempre que pueda: es uno de los propósitos que formulará durante su retiro en la montaña[35]. Así describe la experiencia en una carta que escribe a Juana Gracias: “en este islote Dios me ha preparado una soledad en una posesión tan agradable a mi espíritu, que no me hubiera atrevido o desear ni pedir otra mejor. Habiendo aquí agua y los hermanos para venir de cuando en cuando, lo tengo todo. ¡Qué feliz yo, si de aquí no saliera más! (...) para mi esta soledad es el cielo!”[36].
En la montaña para describir su experiencia, como acostumbra a hacer en otras narraciones, toma elementos reales con otros puramente figurativos: “Salí fuera de mi cueva, y postrado en tierra adoré a Dios [...] hoy la gloria de tú Dios cubrirá tus sublimes y elevadas crestas y torreones [...] recibirás [...] la mano y el corazón y el amor de su amante”[37].
Nótese cómo la escenificación de la visión ficticia tiene un puesto clave: el monte, que se llena de la gloria de Dios, aparece la presencia de la voz misteriosa, característica en las teofanías divinas del A.T. con clara resonancia bíblica[38]. Podemos afirmar que adopta, también, el simbolismo bíblico de la montaña como lugar de la revelación o la manifestación divina por excelencia, sobre todo a partir del Sinaí. Dios por sí o por sus mensajeros se revela en la montaña, en el Horeb. Este símbolo es constante en la pluma F. Palau, teniendo como punto de referencia los lugares claves del A.T. y el Tabor en el N.T., junto con los peculiares del Apocalipsis[39]. En este marco se producen los coloquio con la Amada: “vengo a ti y tú has venido a mí para tratar de nuestro enlace por amor; esto ya es obra acabada; tu has dado en distintas ocasiones de tu vida pruebas de tu amor, de tu obediencia, de tu fidelidad, de tu firmeza, de tu perseverancia y de tu lealtad para conmigo”[40].
Se convierte en el lugar preferido para sus días de retiro y revive su experiencia espiritual según su propia vivencia: cuando siente la ausencia de la Iglesia, en cuanto no vibra, como en otros momentos de intensa vivencia interior del misterio, expresa más bien su estado de aridez personal: “fatigado [...] el último día de la misión y a mi indisposición del cuerpo cooperó también la ausencia de Rebeca en este monte. Luego que me vi solo la llamé, la busqué y no la hallé”[41].
Normalmente, el monte es uno de los lugares donde realiza el desposorio y el matrimonio espiritual con la Amada: “Esta vez soy yo la que te he llamado a esta soledad para ratificar y confirmar tus desposorios con la Esposa de mi Hijo, la Iglesia Santa”[42].
Para crear el ambiente o contexto peculiar que acompaña a tales momentos y dar la sensación de reciprocidad en el “enlace espiritual”, describe una escenificación muy gráfica, a veces con tal plasticidad que se aproxima extraordinariamente a la literatura mística del tema:

“Había esta vez en el monte un cambio muy esencial: ya no encontraba a mi querida Rebeca; y la voz del cielo al monte acalló mis súplicas y llamamientos a mi Amada. No obstante , mi corazón decía y repetía: Virgen la más pura, virgen la más bella, ¡Amada mía, toda eres bella! Eres siempre pura y toda virgen. Toda eres mía, yo soy todo tuyo. Ven y renovaremos nuestro contrato matrimonial [...] tú eres ¡oh Iglesia santa! La congregación de todos los ángeles”[43].

También suele retirarse a la soledad del monte para poner en claro no sólo su vida sino también sus asuntos relacionados con la Iglesia: “Subamos a la cima de este monte; subiremos [...] y allí trataremos de tus intereses que son los míos”[44]. Aquí escribe el libro de Mis Relaciones: “tengo aquí escrito un libro que traigo conmigo, reservado, bajo el título Mis Relaciones con la Iglesia”[45].
Sin hipérbole ni profanación, cabría parafrasear la gesta del solitario, con el texto bíblico “ese habitará en lo alto, tendrá su alcázar en un picacho rocoso, con abasto de pan y provisión de agua”[46].
Días y noches, auroras y ocasos, picachos abruptos y tersura del mar, saturaron los ojos y el alma del contemplativo, inmerso en la soledad. Por lo inefable de la experiencia, no pudo él expresarla en sus dibujos ni en sus escritos[47]. Éstos, sin embargo, contienen las páginas más bellas que brotaron de su pluma, cuando describen las montañas, el mar, las noches serenas, las borrascas. Hace numerosas descripciones; retomamos la siguiente:

“Me levanté, salí de mi cueva, y la aurora anunciaba una de aquellas mañanas de mayo, halagüeñas, fascinadoras y alegres para el hombre que fuera de las ficciones del mundo contempla solo en el destierro los atractivos de la naturaleza siempre bella, siempre inocente, siempre agradable a los ojos de su Autor. Un silencio sepulcral reinaba en todas partes: el mar estaba en reposo y sin abrir la boca ni para murmurar; el aire, quieto y sereno; el cielo, limpio y puro. El águila y cuervo marino y demás aves pescadoras, que habían venido a pernoctar en estas altísimas peñas, salían de sus escondrijos para buscar su alimento; el gavilán que tenía sus pequeñuelos en las inaccesibles grietas de estos peñones salía a la caza; el mirlo, ave solitaria, anunciaba con su melodioso canto desde lo más sublime de estas crestas un día hermoso. La naturaleza, con voz dulce y elocuente decía: adoremos al Criador, a Dios, autor de nuestro ser; y yo uniéndome a ella, me postre ante la cruz del Salvador, que cuanto más rustica, más anunciaba su virtud y su fuerza”[48].

Frecuentemente, en la calma de la noche, el solitario, nos describe en sus páginas poéticas, cómo su espíritu se encuentra sosegado y dispuesto para escuchar a Dios en el silencio.

“El espíritu en vigilia y atento a la voz de Dios. La noche era muy clara, y la luna toda llena y entera levantándose de debajo las aguas del Mediterráneo convertía en día este monte; las crestas sublimes de esta Isla hacían sombra donde yo estaba [...]. Nada de terror, ni de espanto al contrario: todo los apiñados torreones y el bosque que los adorna, todo estaba engalanado como para un tiempo de fiesta y de solemnidad. El mar estaba quieto, y con su murmullo parecía conferenciar y hablar con el monte; el aire también susurraba, pero con mucha quietud y suavidad. El aire, los mares, y el monte parecía hablaban entre sí. Llamaron mi atención, y escuche atento una voz muda”[49].

Al leer las páginas de Mis Relaciones escritas en el Vedrá no podemos menos que recordar el Monte descrito por Juan de la Cruz; pero señalando que para él el monte, no es algo real, es un símbolo que utiliza, es un diseño que le sirve para ayudar a los suyos; es también el esquema gráfico de su gran obra Subida-Noche.
El monte es el símbolo de la realidad generadora del hombre para encontrarse con Dios. Subir a la cima implica un esfuerzo ascético; pero hace posible la llegada a la meta que no es otra que la unión con Dios, porque en la cima sólo mora “la honra y gloria de Dios”.
El secreto para recorrer el camino ascensional breve está en vivir las virtudes teologales que son la auténtica norma. Quien renuncia evangélicamente a toda lo que no es Dios y se guía por la fe esperanza y caridad llega a la comunión con el Sumo Bien, quien trae consigo todos los bienes[50].
Finalmente es Juan de la Cruz el que hace el mejor comentario al Monte en 2S 7, pues, en definitiva, la única vía o camino o senda para estas alturas es Cristo. Él es el monte al que hay que subir, transformándose y asemejándose a Él[51]. Cristo es también el Todo[52].
El amor nos lleva a lo más alto, al lugar de las montañas primordiales[53] donde Dios se viene a desvelar en el otero; altura y cima del encuentro del amor de dos enamorados. Pero al mismo tiempo ese amor viene a expresarse como valle de montaña, es collado donde crecen más las hierbas, donde pastan los rebaños. Por eso los amantes van a verse en el monte y el collado[5 4].
Aunque los sentidos sean distintos es evidente que en Juan de la Cruz el monte es un símbolo y en F. Palau es un lugar fijo, concreto. Pero podemos atrevernos a afirmar que una vez más nos encontramos con los ecos sanjuanistas en la experiencia palautiana. Para él el monte es el lugar de la soledad, del descanso, del encuentro con la Amada, donde renueva su amor, donde se realizan los desposorios, donde traslada sus más bellas experiencias, donde programa y discierne su vida de servicio a la Iglesia.
Juan de la Cruz nos ha señalado que en la cima del monte se encuentra Dios. El hombre que realiza la escalada llegará a la meta: la unión con Cristo.
En uno y otro caso sea el monte real o ficticio Dios y el hombre se encuentran en un estrecho abrazo de amor. Juan de la Cruz invita a ponerse en camino decididamente; el sabe por experiencia que en el encuentro con Dios el hombre realiza los deseos de su corazón y plenifica su vida.
Después de todo nuestro recorrido, el terminar en la cima del monte, no es casual, nos pone en la meta de ambos itinerarios espirituales. En el itinerario sanjuanista: en el monte el hombre se encuentra con la gloria de Dios; realiza la unión con Dios. En el itinerario palautiano: en la soledad del monte F. Palau encuentra el lugar ideal para renovar el desposorio con su amada la Iglesia en fe, esperanza y amor, mientras no sea posible la unión definitiva que anhela ansiosamente y que se realizará en la gloria.
F. Palau desde su experiencia nos ha mostrado que el monte ha sido su espacio de contemplación donde se ha encontrado plenamente con la Amada, y también el lugar orante donde ha llevado sus afanes de servicio a la Iglesia.
[1] El Vedrá: es un islote que se encuentra en la parte sur–occidental de la isla de Ibiza, a la salida del cabo Jueu, surge casi de improviso. Alcanza una altura de 382 m. sobre el nivel del mar. Para encontrar más información sobre el mismo se puede consultar ARCHIDUQUE LUIS SALVADOR DE AUSTRIA, Las Baleares por la palabra y el grabado,1ª parte, Palma de Mallorca, 1982, 227- 228.
Nosotros señalaremos este monte porque desde que lo descubrió en 1856, se convirtió para F. Palau en el lugar por excelencia para sus retiros. Es su lugar de experiencia espiritual, de renovación y de encuentro con su Amada, la Iglesia.
[2] Cta. 1 agosto 1866, 1222.
[3] MRel 187.
[4] Cta. 4 septiembre 1861, 1138; MRel 69; 187.
[5] Cf. Positio 358.
[6] Cta. 24 julio 1857, 1081.
[7] MRel 36-37.
[8] Cf. Ex 16,10; 24,16.
[9] Ap 14,1; 21,10.
[10] MRel 209.
[11] MRel 34-35; cf. 54-55.
[12] MRel 60; Cf. 61-62; 41.
[13] MRel 39.
[14] MRel 200.
[15] Cta. 23 agosto 1861, 1134.
[16] Is 33,16.
[17] Cf. T. ALVAREZ, Francisco Palau e Ibiza...,102-103.
[18] MRel 199-200.
[19] MRel 188.
[20] Cf. J .V. RODRÍGUEZ, San Juan de la Cruz profeta..., 198-200.
[21] CB 36, 6-8.
[22] S2, 22,4.
[23] CB 14.
[24] Cf. X. PIKAZA, El Cántico espiritual..., 380-381.

[1] Cf. T. ALVAREZ, Francisco Palau e Ibiza, Burgos, Monte Carmelo, 1981, 73-74.
[2] VS .246.
[3] Cta. escrita a San Antonio Mª Claret durante su destierro en Ibiza, 28 noviembre 1859,1092-1095.
[4] MRel 194; cf 192; 162; 163.
[5] Cf. T. ALVAREZ, Francisco Palau e Ibiza..., 74.
[6] Cta. 8-15 julio de 1851, 998; Cf. MRel 384-385.
[7] MRel 225.
[8] MRel 54; cf. 267; 297; 390; 505.
[9] Cf. C. GARCÍA, Soledad, en: Diccionario de San Juan de la Cruz..., 1349.
[10] Cf: Glosa a lo divino 86-89.
[11] Cf. CB 15,24; Dichos de luz y amor, 120.
[12] CB 14,7.
[13] Cf. C. GARCÍA, Soledad, en: Diccionario de san Juan de la Cruz..., 1349-1352.
[14] LLB 3,39.
[15] Cf. F. RUÍZ, Introducción..., 434-435.
[16] Cf. CB 15.26-27.
[17] CB 15,27.
[18] Cf. C. GARCÍA, Soledad, en: Diccionario de San Juan de la Cruz..., 1357-1358.
[19] CB 28.
[20] CB 28,8.
[21] Cf. C. GARCÍA, Soledad, en: Diccionario de San Juan de la Cruz ...,1358.
[22] CB 34,5.
[23] CB 35,6.
[24] CB 36,1.
[25] CB 35.
[26] MRel 223-224.
[27] MRel 380.
[28] MRel 464.
[29] MRel 512.
[30] MRel 471.

lunes, 13 de julio de 2009

"Tú cuidarás de mí: ya soy salvo". La VIRGEN del CARMEN y el Beato F. PALAU


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Julio 16. Las fiestas de la Virgen Carmelitana
Mis relaciones en el monte con la Virgen Carmelitana
– ¿Crees en mí?
– ¿Quién eres tú?
– Yo soy la Carmen.
– ¿La Virgen Madre?
– Sí, yo soy la congregación de todos los santos del cielo y de todos los justos que hay en la tierra y debajo la tierra unidos a Cristo, mi Cabeza. Hoy pondrás en el dedo de la mano derecha de la imagen que me representa sobre el altar una cinta de oro que mi Padre ha mandado labrar, y yo la aceptaré y llevaré en signo de tu amor para conmigo y de tu esclavitud.
– ¿Tú esclava de mí?
– Sí, de amor; el amor hace prisionera a la amante.
– Con que... ¡me amas!
– De nuevo te lo declaro, y de tal modo como si no hubiera otro amado sobre la tierra.
– Lo creo porque lo dices. Si me amas, tú cuidarás de mí: ya soy salvo.
– Sí, eres salvo por amor. ¿Crees en mí?
– ¿Por qué me lo preguntas?
– Quiero confirmar tu fe.
– Bien, gracias. ¿Quieres darme signos de tu existencia y amor?
– Sí.
– Ya tengo bastantes: creo en Jesucristo, Cabeza de tu Cuerpo, y creo en la Iglesia, Cuerpo de Jesucristo tu Cabeza. No necesito más. (Mis Relaciones, 858-859)

Las tardes de últimos de julio. En la soledad del monte
Guiado mi corazón por el amor, subía hacia el monte. Y en la espesura del bosque buscaba un escondrijo donde ocultarme de la vista y trato de los hombres, y preguntaba a la soledad: «¡Oh soledad! ¡Solo yo! Yo estoy solo (con respecto al mundo). Soledad ¡cuánto vales!». Me contestó
una voz:
– Vale tanto cuanto valgo yo.
– ¿Quién eres tú?
– Yo estoy sola contigo, sola vengo a ti.
– ¿Quién eres tú?
– Yo soy única de mi Padre, no tiene otra hija que yo: en mí tiene todas sus delicias.
– Yo te conjuro en nombre de Dios vivo: dime, ¿quién
eres tú?
– Yo soy virgen, lo seré siempre, soy la Reina de estos montes, soy la Virgen Carmelitana.
– ¿Sois la Madre de Dios?
– La Madre de Dios, María, virgen como yo, me representa a mí; y yo, bajo el título del Carmelo, ordeno mis fuerzas a la destrucción del imperio del mal.
– ¿Vienes sola conmigo a la soledad?
– Sí.
– ¡Oh preciosa soledad, cuánto vales!
– Vale tanto cuanto valgo yo.
– Tú eres toda bella, infinitamente amable. ¿Por qué me humillas tanto, hermosa mía?
– Así humilde, no atribuirás a tus virtudes lo que es obra puramente mía.
(Mis Relaciones, 860-861)


martes, 7 de julio de 2009

FRANCISCO PALAU Y EL CARMELO por Pilar MUNILL, CM.



Cerámica del Patio interior del Convento del Carmen (Trigueros - Huelva)

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Al hablar de Francisco Palau y su relación con el Carmelo no podemos prescindir de unos datos históricos y biográficos fundamentales, pues sin ellos no es posible una comprensión de sus actitudes, proyectos, fracasos y éxitos que enlazan con su trayectoria espiritual como carmelita. Es esta trayectoria la que constituye el eje de su vivencia, y la que transmite a los que con él se relacionan.

1. SU VOCACIÓN AL CARMELO TERESIANO







Si revisamos su biografía vemos que en sus primeros años, en apariencia, todo transcurría con normalidad pero Francisco Palau no se sentía satisfecho, seguía buscando la concreción de su ideal. Sabía que su vida cristiana se centraba en el amor a Dios y al prójimo. Llevaba tan esculpido en su ánimo el precepto supremo, que a él se reduce siempre el programa global de su vida. Necesita, una cosa, la traducción práctica, concreta, personal de su contenido. Las categorías de Dios y el prójimo necesitan para él una encarnación viva, por eso seguía buscando su Cosa Amada, la Iglesia. Su gran preocupación era reconocerla, descubrirla. Tiene que encontrar su lugar, su rumbo concreto, la forma definitiva en que debe realizar su proyecto de vida. En un primer momento pensó que su llamada era al sacerdocio y encaminó sus pasos al Seminario diocesano de Lérida (1828-1832). Pero parece que en la llamada al sacerdocio no encuentra la respuesta, por los motivos que fuera, no los podemos señalar porque no quedan suficientemente identificados, cortó su carrera para integrarse en el noviciado de los Carmelitas Descalzos en Barcelona (1832). En su itinerario espiritual se describe así su experiencia: “Dios al criar mi corazón, sopló en él, y su soplo fue una ley que le impuso, y esa ley me dice: amarás [...] Mi corazón desarrolló su pasión ya desde niño [...] Yo no tenía de ti la más remota noticia [...] Pasé mi niñez [...] Mi juventud se pasó como una sombra sin conocerte [...] Y fui al claustro por si acaso allí te encontrara”(MRel 966-967,13).
Cuando realiza su consagración, el horizonte de la vida religiosa aparece ensombrecido por densos nubarrones. Lo sabe y conoce las consecuencias que le pueden traer el paso que va a dar, pero nada ni nadie puede impedirle una respuesta radical al compromiso adquirido: “cuando hice mi profesión religiosa la revolución tenía ya en su mano la tea incendiaria para abrasar todos los establecimientos religiosos [...] No ignoraba yo el peligro apremiante a que me exponía [...] me comprometí, sin embargo, a votos solemnes a un estado, cuyas reglas creía poder practicar hasta la muerte, independientes de todo humano acontecimiento”(VS 242,10).
Cuando llegó la hora de la verdad, cuando la revolución incendió su convento (25 de julio 1835), no llevaba apenas tres años completos en él, es arrojado del mismo violentamente. Todos pensaban que la brusca interrupción de la vida claustral sería pasajera, pero no fue así y decide conformarse a su suerte “me conformé –afirma- lo mejor que pude con las reglas de mi profesión religiosa”(VS 243,12) pues estaba convencido que: “para vivir en el Carmen sólo necesitaba de una cosa que es la vocación”(VS 242,10).
Esta situación política culmina, por entonces, con un decreto en el que se prohibe a los religiosos volver a sus conventos y vestir en público el hábito religioso, a pesar de ello se prepara para la ordenación sacerdotal que tiene lugar en Barbastro (1836). Ahora es sacerdote y religioso expulsado del claustro. A partir de este momento, vive una nueva situación, la de exclaustrado, que marcará la hora de la fidelidad a sus convicciones. Francisco Palau vivirá como carmelita fuera del convento. Con lo asimilado en su corta etapa de formación carmelitana irá alumbrando su caminar y su respuesta personal al don recibido.

2. EMPAPADO DE LA ESPIRITUALIDAD CARMELITANA

Teniendo en cuenta su biografía podemos afirmar que fue fiel a su vocación carmelitana o mejor dicho que la espiritualidad carmelitana, experiencia que asumió en los primeros años vividos en el Carmelo, crecía en su corazón e inspiró su vida y su obra.


Entronque con el origen: El Profeta Elías
Un elemento a tener en cuenta es la importancia que tiene para él la figura de Elías. Tiene conciencia clara de su herencia profética, inspirándose en la tradición carmelitana. La influencia se nota en su vida y en sus escritos. En su primera obra La lucha del alma con Dios, partiendo del texto de Santiago, que coloca como modelo al profeta y que dice lo siguiente: “rogad los unos por los otros para que seáis salvos. Elías era un hombre sujeto, como nosotros, a todas las miserias de la vida y, sin embargo, habiendo rogado a Dios con gran fervor que no lloviese, dejó de llover [...] y habiendo rogado de nuevo, el cielo dio lluvias y la tierra produjo su fruto” (St 5,16-18). Francisco Palau lo utiliza para animar a orar con insistencia y toma como modelo de oración al profeta; pero, sobre todo, encontramos ecos de esta experiencia en Mis Relaciones, las Cartas y El ermitaño. Para Francisco Palau, Elías es punto de referencia, tanto cuando se retira en las cuevas o en el monte para vivir su soledad y expresar su vocación contemplativa, como el profeta tiene su Horeb, El Vedrá, lugar privilegiado para encontrarse con su Amada, la Iglesia “Como carmelita como hijo de Santa Teresa no puedo menos que besar estas llaves que me tiene encerrado dentro de estos muros de aguas mediterráneas [...] Aquí tengo más de lo que pedía en mis dorados ensueños cuando joven, sobre vida contemplativa soñaba. Aquí tengo mi celda, mi cielo; aquí puedo con todas mis fuerzas emplearme como buen sacerdote con Dios Padre los asuntos y los intereses de Jesucristo y su Iglesia (Cta. 28 noviembre 1859; 6); del mismo modo es punto de referencia cuando habla de misión. Comenta así, en una de sus cartas: ”Sobre tres artículos voy a fijar tu misión: –le dice la Iglesia- [...] 1º La revelación de mis glorias al mundo 2º la restauración de la orden del gran profeta Elías 3º la misión de este gran profeta en la tierra (MRel 819,29).
Cuando está de lleno en la misión del exorcistado y ya en su mente ronda la reforma de la Orden del Carmen, encontramos lo siguiente: “Yo soy el ángel de quien habla el capítulo XX del Apocalipsis; a mí me está confiada la custodia del pendón del Carmelo y la dirección de los hijos de esta orden [...] Vengo a ti enviado para instruirte sobre el porvenir de la Orden a la que perteneces para que sepas la misión que has de cumplir y su forma.[...] Elías, profeta grande, y los hijos de la Orden sois, y en adelante seréis mi dedo y el dedo de Dios y mi brazo en las batallas contra los demonios [...] Dios me ha enviado a ti que vives en los desiertos, atento a mi voz para instruirte acerca y sobre la materia y objeto del exorcistado” (Cta. Vedrá, agosto 1866,3.6). Como dato curioso, en este texto, relaciona la misión del exorcistado con la Orden del Carmen, será: ¿Por qué ve en la imagen del profeta que vela por la gloria de Dios el modelo de la lucha contra el mal?
Elías, también, es un santo de referencia a quien imitar. En una carta que escribe a Juana Gracias, desde el Montsant, le invita a contemplar la figura del profeta: (Cta. 15 julio 1851,7). En Elías ve la unidad de quien contempla al Señor en el monte y se vuelve celoso de su gloria: experiencia de Dios fecunda.
Como vemos, poco importa que los hechos históricos le hayan cambiado su suerte, él se sigue sintiendo hijo del gran profeta Elías y de Teresa de Jesús.

Resonancias teresianas


-Santa Teresa de Gregorio Fernández-

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La resonancia, sabemos que no es algo que llega a nosotros de forma periférica, sino que es algo que penetra y se convierte en vida en el interior. La obra de Francisco Palau rezuma espíritu teresiano unas veces, implícito, otras veces, explícito.
Veamos algunos datos como referencia: en el libro de Mis Relaciones, cuando nos relata las apariciones, visiones, revelaciones y locuciones con la Iglesia como formas del trato amoroso que tiene con ella, muchas veces, nos dan la sensación que estamos leyendo páginas teresianas.

La Santa comentando la sexta morada se expresa así: “Está tan esculpida en el alma aquella vista que todo su deseo es tonarla a gozar” (M 6,1,1). Él lo expresa así: “Volvamos a la hija de Dios, la Iglesia. Las demás apariciones me dejaron con ardentísimos deseos de ver sus ojos abiertos y de que me mirara. [...] me miró ¡Ay que dulce fuera la muerte entonces! [...] Así, se fue y me quedé yo loco de amor y de afección” (MRel 727,3). El tema de “la mirada” expresado en el texto anterior, lo utiliza para expresar las relaciones con su Amada, la Iglesia. Para él “creer en la Iglesia es verla” (MRel 770,9) con los ojos de la fe. Sabemos que “la mirada”es un tema fundamental en la experiencia teresiana.
También, encontramos resonancias en los símiles que utiliza, Podemos señalar, entre otros, los de la cera y del espejo para figurar a la Iglesia, tiene una clara resonancia en la tradición espiritual, significa la unión y transformación del alma en Dios o en Cristo en consonancia con el término concreto de su amor: “Si la cera no pone impedimento, si está limpia, viene el fabricante, imprime la figura de una mujer,-la Iglesia- y aquella figura y la cera son una misma cosa”(MRel 913-914,9-10). En las quintas moradas, Teresa de Jesús se expresa así: “como el alma ya se entrega en sus manos y el gran amor la tiene tan rendida que no sabe ni quiere más que haga Dios lo que quisiere de ella [...] quiere que salga sellada con su sello; pues el alma allí no hace más que la cera cuando imprime otro el sello” (M 5, 2,12).
Al expresar su deseo de ver “cara a cara” a su Amada, la Iglesia, como a los grandes místicos se le escapa el grito: “¿Cuándo te veré sin velos, cuándo me recibirás, Iglesia Santa; en tu virginal seno? Sin ti yo no vivo, sino que muero” (MRel 733,7). Es la expresión clásica del “vivo sin vivir en mí”. Podríamos ir señalando algunas más, pero éstas nos pueden servir como indicadores para confirmar lo que estamos indicando.
Otro de los libros que podemos destacar para establecer resonancias es La lucha del alma con Dios. Recordamos que el contenido del libro gira en torno a dos ideas básicas: la descripción pesimista de la Iglesia, en particular, la Iglesia española, y la forma de aplicar el remedio a tantos males: la oración. Al hablar de oración no alude a sistemas particulares pero da prioridad a la oración personal con preferencia por la oración meditativa. No le interesa tanto cómo se ore, le interesa trazar un plan de vida, basado en la práctica general de la oración. Se dirige a los que se preocupan por vivir una vida cristiana. Se aprecia sin dificultad que en el fondo está latente, no sólo la formación carmelitana del autor, sino la forma de oración al estilo teresiano.
Si pensamos, un poco, sabemos que la finalidad de Camino de perfección, según las propias palabras de la Santa, es la siguiente: Dándose cuenta de algunos de los males de la Iglesia nos dice: “me determiné a hacer eso poquito que era en mí, que es seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo pudiese y procurar que estas poquitas que están aquí hiciesen lo mismo [...] ocupadas en oración por los defensores de la Iglesia” (CP 1,1).
Uno y otra proponen la oración como medio para que repercuta en bien de la Iglesia. Éste es el pensamiento clave: Teresa de Jesús se dirige particularmente a una comunidad religiosa, Francisco Palau a todo aquel que quiera servir a la Iglesia, expresando que un modo de servir a la Iglesia es la oración y el sacrificio.
Refiriéndose a la Santa nos comenta: “De Santa Teresa de Jesús, nuestra paisana y doctora de la Iglesia, sabemos por sus mismos escritos que se propuso en la oración alcanzar a Dios la conservación de la religión católica en España y que no la infestara con su infernal aliento la bestia inmunda del protestantismo, que hacía en aquel tiempo los mayores estragos en el vecino reino de Francia” (Lucha 113,29) y continúa afirmando: “para lograr el triunfo de la religión católica en España; [...] Santa Teresa a este fin conmovía todas las almas de oración; a este fin congregó a las monjas descalzas [...] y, precisamente, nuestra lucha es la misma que entonces, pues la impiedad que ahora combatimos no es más que el resultado de la pretendida reforma o desbordamiento general que abortó Lutero y todos sus secuaces”(Lucha 145,28).
Recogiendo algunos textos del Catecismo de las Virtudes y de las Cartas, analizaremos uno de los elementos fundamentales en la experiencia carmelitana: la oración. La oración palautiana, que vive y transmite Francisco Palau, tiene todos los rasgos de la oración teresiana. No podemos olvidar que su experiencia orante hay que leerla desde su relación con la Iglesia. Ella es la necesidad de su oración, el motivo que la sostiene, la realidad digna de ser contemplada. Las relaciones con la Iglesia son las que le van cambiando la vida “Quedé tan cambiado y tan nuevo, que su presencia renovó alma y cuerpo” (MRel 725,3).
Si nos detenemos en la definición teresiana de oración: “No es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama”
(V 8,5). Encontramos que Francisco Palau define la oración de la siguiente manera: “La oración es un trato íntimo, familiar que el hombre tiene con Dios” (Cat 304). Por tanto resuena el trato amigable, en soledad, que es don y deseo de comunicarse con el Amado/a. “Estas visitas no servían sino para atormentarme más, porque con ellas crecían los deseos de verla y relacionarme amistosamente con ella” (MRel 727,3).
Así ora y así enseña a orar, si cogemos la primera carta del epistolario que dirige a Eugenia Guerin, vemos que le invita a descubrir la propia interioridad, para introducirse en ella y permanecer allí, ante el Señor de la vida. Recordemos lo que nos dice la Santa al definir la oración de recogimiento dice: “llamase recogimiento, porque recoge el alma todas las potencias y se entra dentro de sí con su Dios” (CP 28,4) y Francisco Palau de forma semejante afirma que: “la obra grande de Dios se labra en el interior” (Cta. 16 julio 1857,2). Siguiendo, el estilo teresiano insiste en que la oración tiene que transformarse en obras: “En esto de la oración, diré algunas cosas [...] antes que diga [...] qué es la oración: Tres cosas me extenderé en declarar [...] la una es amor unas con otras; otra, desasimiento de todo lo criado; la otra verdadera humildad” (CP 4,4). Recorriendo las Cartas que escribió a las primeras hermanas vemos que transmite el mismo calado para sus grupos. Las virtudes darán autenticidad a la oración y la oración irá purificando la vida, por eso les aconseja: “Os repetiré, muchas veces, aquellos consejos que forman el espíritu, según la vocación a que sois llamadas [...] son necesarias estas virtudes principales, obediencia, pobreza y la caridad de unas con otras (Ct 5 marzo 1853,1). También, a Juana Gracias le insiste: “la oración por las necesidades de la Iglesia sea corta y frecuente”.[...] “Imita a Jesucristo en esto y hallarás un verdadero Maestro y modelo de oración, síguelo en todos sus pasos: lo verás en el desierto orando por los hombres, en el huerto de los olivos agonizando por ellos, en la predicación socorriéndoles en las necesidades, en la cruz ofreciéndose al Padre como victima de propiciación” (Cta. 15 julio 1851,4.7). Recordemos como la Santa ora y aconseja que se haga de este modo: como no podía discurrir con el entendimiento, procuraba representar a Cristo dentro de mí” (V 9, 4).
La vida de oración es un camino teologal, que podríamos resumirlo en la “determinada determinación”. No deja de ser una actitud vital para responder con fortaleza y serenidad en las adversidades. Francisco Palau se expresa así: “Dios sabe cuán bien dispuesto estoy para servir a su Iglesia y que en asuntos de su gloria todo lo veo llano y fácil” (Cta. 28 octubre 1860,1).
En la experiencia teresiana es muy importante “la mirada”, también lo es, sin duda en la experiencia humana, cuanto nos puede expresar y transmitir. Haciendo caer en la cuenta al orante le comenta la Santa: “mire que le mira el Señor” (V13, 22). Explicándole el modo de orar a Juana Gracias, Francisco Palau, le aconseja: “Al entrar en la oración, por preparación puede servirte un acto de unión [...] esto abrirle el corazón y ofrecerse a cuanto exija y disponga de ti, e implícitamente un acto sencillo de amor o de unión basta presentarte a Dios y querer lo que Dios quiere. [...] Mírale, en este cuerpo que es la Iglesia, llagado y crucificado [...] ofrécete a cuidarle y prestarle aquellos servicios que están en tu mano. Mírale como Señor y dueño y rey” (Cta. 19 noviembre 1857,2).Tenemos que reconocer que“la mirada” es fundamental en la experiencia teresiana y en la experiencia palautiana.

Resonancias sanjuanistas

Mirando a la persona o mirándonos a nosotros mismos experimentamos, aún en la cotidianidad, que la experiencia humana tiende a comunicarse a través de lo comparativo y metafórico y que este impulso se acentúa cuando el fenómeno es de índole espiritual. Esta particularidad comunicativa, también la percibimos en Francisco Palau y en él no se debe sólo a razones de índole personal sino a las influencias que ha recibido de su formación teresiano sanjuanista.
Si recogemos su itinerario espiritual, explicitado en Mis Relaciones, podemos comprobar que el desarrollo de su vida espiritual sigue la misma trayectoria que el alma en el Cántico Espiritual. Juan de la Cruz describe al hombre como un ser abierto a Dios, al infinito por naturaleza y por gracia, el ser humano es hermosísima y acabada imagen de Dios, capaz de comunicarse con Dios, que “está siempre en el alma dándole y conservándole el ser”. El deseo de alcanzar la unión con Dios, como dinamismo que radica en la entraña de lo humano, se inscribe en el núcleo mismo de esa apertura y tensión del hombre. La purificación de la noche oscura lleva al ser humano al encuentro de sus deseos más verdaderos y auténticos.
La experiencia espiritual se traduce, ahora, en historia escrita. Para comunicar su experiencia, Francisco Palau. se proyecta en una dimensión casi exclusivamente afectiva, describe su trayectoria como una búsqueda de la Cosa Amada, la Iglesia. En este proceso, se le percibe como un hombre abierto a descubrir el misterio, la trascendencia, personificada en la Iglesia: Dios y los prójimos.
Leyendo las páginas de Mis Relaciones, vemos que están dominadas por la dinámica sanjuanista de la ausencia y de la presencia del objeto amado, la Iglesia, por la búsqueda y el hallazg”; por “el gozo del encuentro y por la pena de la huida”. Es una andadura en que se suceden y alternan las penas, las dudas, las certezas, los deseos, las heridas, las llagas y el dolor del amor impaciente. Esta experiencia expresada poéticamente en el Cántico espiritual la expresa Francisco Palau así: “Amada mía [...], has herido de muerte mi corazón; con una mirada has revelado tus pensamientos, te has dado a conocer [...] Y viéndote, volviéndote mis visitas, al mirarte he quedado preso cautivo y esclavo de la presencia de tu indefinible hermosura; y manifestándome [...] tu inmensa amabilidad y las afecciones de tu corazón para contigo, mi corazón ha quedado herido de muerte: tu mirada me ha muerto”(MRel 756,11).
Siguiendo en esta misma dinámica, nos podemos detener en al canción siete del Cántico Espiritual en la que el alma pregunta a las criaturas, y en la que percibimos una respuesta, por parte de ellas, insuficiente que le dejan “un no se qué que se queda balbuciendo” esa misma experiencia la encontramos en Francisco Palau, expresada de esta manera: “Las visitas se multiplicaron y no hacían más que multiplicar el tormento y la pena, porque dejaba mi pobre corazón herido de amor, y la llaga lejos de curarse, aumentaba más, pero esas mismas comunicaciones aliviaban el dolor” (MRel 726,4).
Cuando el autor describe esta situación de su espíritu, en angustioso trance de búsqueda y esclarecimiento vital, para reconocer a su amada la Iglesia, deja entrever que, la búsqueda lleva consigo la purificación y ésta tiene por compañeros inseparables el vacío y la renuncia. El espíritu se empeña en esta búsqueda que llega a convertirse en única razón de su existencia. Escuchemos de nuevo a Francisco Palau: “Mi corazón amaba lo infinitamente bello, pero de esa belleza no tenía más que una idea confusa” (MRel 968,17),”veinte años hacía que te buscaba: te miraba y no te conocía, porque tú te ocultabas bajo las sombras obscuras del enigma [...] y no podía yo verte sino bajo las especies de un ser para mí incomprensible; así te miraba y así te amaba” (MRel 722,1). La orientación de su espíritu era clara, no es capaz de apartar su visión de la Iglesia pero tiene que pasar del conocimiento a la experiencia mística a la noticia amoros.
Concluyendo, podemos afirmar que en toda esta etapa de búsqueda se puede encontrar resonancias con las doce primeras estrofas del Cántico espiritual tanto en la experiencia como en el lenguaje.

El sentimiento de ausencia del amado, que aún queda encubierto en el alma y todavía no puede gozar, queda expresado en la canción once del Cántico espiritual cuando dice: “Descubre tu presencia y máteme tu vista y hermosura”. Tanto para Juan de la Cruz como para Francisco Palau la noche se hace luz en la medida que el Amado/a descubre y muestra su hermosura. Sabemos que la belleza es una constante en toda la obra de Juan de la Cruz. La belleza no es tema de reflexión, sino aguijón que espolea la búsqueda y provoca el éxtasis. De la misma manera, las páginas de Mis Relaciones para mostrar la inefabilidad de la Iglesia, nos habla de la belleza: “su presencia satisfizo mi pasión y con ella yo era feliz, su belleza me bastaba, Dios y los prójimos, o sea la Iglesia (MRel 720,3). Es tan profunda esta experiencia en Francisco Palau, que el descubrimiento de la belleza de la Iglesia se convierte en el eje y fundamento de su misión. Él comenta: “Mi misión se reduce a anunciar a los pueblos que tú eres infinitamente bella y amable, a predicarles que te amen [...] este es el objeto de mi misión” (MRel 887,2). La belleza le dinamiza y le subyuga como a Juan de la Cruz y a ambos les provoca ansias de llegar al encuentro definitivo. Esta experiencia la podríamos sintetizar con la expresión sanjuanista: “si por ventura vierdes / aquel que yo más quiero / decidle que adolezco, peno y muero” (CB 2).
Después de está larga experiencia de noche, atravesando una larga oscuridad, guiado por la luz que ardía en el corazón hasta llegar al esclarecimiento del misterio, puede llegar a formular su expresión exultante: “¡te he encontrado!”.(Ciudadela 1860); al contrario de la etapa anterior. Ésta es de luz, sosiego, calma, hallazgo de algo ansiosamente buscado: cambia el deseo por la posesión. La nueva percepción del misterio eclesial se verifica en el ámbito de la fe. Es la etapa de los desposorios. Esta intuición, reveladora de la singularidad de la Iglesia, resulta decisiva; él mismo confesará: “se me grabó de modo a mi alma, que ya no podré jamás borrarlo” (MRel 729,4) no ha llegado a la clarificación plena, “pero quedó herido y aludido” En toda esta etapa seguimos encontrando resonancias sanjuanistas, en concreto, de las canciones 12-16 del Cántico espiritual.
La etapa del encuentro, la describe Juan de la Cruz desde la novedad y Francisco Palau hace lo mismo, es para él es algo distinto no experimentado hasta ahora: “Yo te veo siempre de nuevo, y cuanto más te miro más bella te hallo, más te amo, más hermosa y amable te siento; eres para mí tan nueva, que cada día me parece es la primera vez que te veo, amo y poseo” (MRel 850,35).
Al comentar su trayectoria espiritual, habla también de desposorio y de renovar el contrato matrimonial. Los símbolos del desposorio y del matrimonio, propios de las últimas etapas coinciden en la fenomenología sanjuanista pero a veces no tienen idéntico significado. A Francisco Palau estos símbolos le sirven para manifestar y expresar lo que vive y siente desde la propia espiritualidad, y a la vez, para expresar desde esas relaciones con la Iglesia su compromiso en la misión.
Empapado de la mística carmelitana, muchas veces habla de igualdad de amor. Tiene claro que es un don que se recibe por participación y que la plenitud será en la otra vida. Es el ansia de gloria, la esperanza, que abre nuevas perspectivas al amor. Es el intenso deseo de ver “cara a cara” a la Amada sin velos. “Hermosa mía paloma pura, Virgen amable, ¡abre tus brazos y recibe en tus pechos a este miserable mortal que suspira por ti, que no puede vivir fuera de ti, que desea verte cara a cara sin velos! (MRel 733,6). En esta manifestación encontramos la resonancia escatológica de la doctrina sanjuanista expresada en las últimas canciones del Cántico espiritual:
El aspecto central en Mis Relaciones es considerar a la Iglesia como la Esposa, es una realidad tan concreta que enamora a quien descubre su belleza, santidad y perfección. Juan de la Cruz, también en la estrofa treinta y tres del Cántico Espiritual en la que explicita la relación con la Iglesia, la llama y la considera Esposa.
Buscando ecos sanjuanistas, no podemos dejar de mencionar la experiencia de soledad. Para Juan de la Cruz la soledad tuvo valor humano y religioso. La considero imprescindible para la unión con Dios. En las canciones del 14-15; 34-35 la soledad se explica como una gracia mística, es “la soledad sonora”. La imagen de la tortolica con la fortísima determinación de no juntarse con otras aves expresa con claridad como el alma “no queriendo reposar nada en nada ni acompañarse de otras aficiones gimiendo por las soledad de todas las cosas hasta hallar al esposo en cumplida satisfacción” (CB 34,5).
Francisco Palau por su vocación carmelitana siente la llamada a la contemplación. Con clara conciencia de su entronque en los dos grandes arquetipos: Elías, el hombre bíblico del Horeb y del Carmelo y Teresa de Jesús, la gran apasionada de la soledad. Tiene una necesidad imperiosa de soledad, de ahí surge la necesidad de buscar un lugar solitario allí donde se encuentre, puede ser una cueva o un monte. La soledad es el marco ideal para encontrarse con la Amada. La primacía de Dios, vivida desde el misterio de la Iglesia, le impone un talante contemplativo a toda su existencia: “En la soledad seré tu compañera, y en medio de los pueblos yo no te dejaré; en vida estaré contigo, y tras las sombras de la vida presente me verás y estaré contigo a cara descubierta en gloria” (MRel 811,13).
El lugar del encuentro por excelencia, es el monte, lo vemos en los patriarcas, en los profetas, en los grandes contemplativos. Para Francisco Palau, el lugar y al mismo tiempo, el símbolo de su experiencia de solitario es el Vedrá. Al leer las páginas descritas en Mis Relaciones, escritas en el Vedrá, no podemos menos que recordar el Monte, descrito por Juan de la Cruz, como símbolo de la realidad generadora del hombre para encontrarse con Dios. Para Francisco Palau es el lugar del descanso, del encuentro con la Amada, donde renueva el amor, donde se realizan sus desposorios, donde traslada sus más bellas experiencias, donde programa y discierne su vida al servicio de la Iglesia. Lo considera su casa y así lo expresa: -le dice la voz-: “Es la casa que tu Padre te tenía preparada para que en ella te unieras con su Hija en fe, esperanza y amor (MRel 807).
La alusión a la cima del monte no es casual. Nos pone en la meta de ambos itinerarios espirituales. En el itinerario sanjuanista el hombre encuentra la gloria de Dios en el monte; allí realiza la unión con Dios. Francisco Palau en la soledad del monte encuentra el lugar ideal para renovar el desposorio con su amada la Iglesia en fe, esperanza y amor.

Podríamos seguir buscando resonancias con los grandes arquetipos del Carmelo, pero nuestro objetivo era solamente señalar unos indicadores que nos pusieran en el camino: Francisco Palau vivió como exclaustrado, la mayor parte de su vida. Ciertamente la espiritualidad carmelitana caló en su interior, se transformó en experiencia, que asimiló, transmitió y ha perdurado en su obra fundacional, el Carmelo Misionero: “Estudiando ciertos incidentes de mi vocación a la orden de Santa Teresa, creo me llamó ésta a su Orden para esta obra” (Cta. 17 agosto 1863,4).