domingo, 19 de abril de 2009

Lo símbólico en Francisco Palau (continuación)


a) Sin lugar a dudas el símbolo que privilegia es el cuerpo humano, en cuanto ser vivo y relacional, uno y diverso, especialmente en su versión femenina, que le evoca la presencia de la amada, la Iglesia como esposa, madre e hija. Dirá repetidamente que la mujer es la metáfora más adecuada para simbolizar a la Iglesia[1]. La mujer en general, y las bíblicas en particular: Rebeca, Raquel, Débora, Yael, Judit, Esther, Sara, María y la Mujer del Apocalipsis van poniendo rostro y palabras a su pasión por la Iglesia.
b) El segundo símbolo es el nupcial cuya fuente, en lo que se refiere a los escritos palautianos, está en el matrimonio bíblico del Cantar y en las nupcias del Apocalipsis. El matrimonio significa amor logrado; como meta deseada y alcanzada, representa para el amor lo que el desenvolvimiento de la Noche como Luz Divina para la fe ardiente en San Juan de la Cruz[1]. Pero así como en el Cántico, la novia narra su más íntima experiencia en la primera persona, meditándola, en Mis Relaciones, es el novio, es quien lo hace. Es decir, el propio Palau, quien en este ambiente transfigurado de gracia, entona su canto nupcial repitiendo anafóricamente una y otra vez su felicidad a la vista de la amada:
« ¡Qué eres bella, qué eres amable, oh Esposa mía! ¿Y tú eres mi Amada, tú el objeto que robas mi corazón? ¡Qué eres digna de amor!
¡Feliz el que llegue a conocerte!
¡Feliz, oh Iglesia santa, el que llega a unirse contigo en fe, esperanza y amor!... feliz el que te ve, te conoce, te espera, porque te ama; feliz, y mil veces feliz el que te ama a ti sola, porque será correspondido y en ese amor tiene las delicias de la gloria, pues que en el cielo ya no hay más gloria que verte, poseerte y gozar de esta posesión»
[2].
c) Los símbolos tomados de la naturaleza, del tiempo y el espacio: el monte, la cueva, los caminos, el bosque; el mar, el sol y la claridad como la presencia divina que en un instante rasga la oscuridad y le da un pequeño anticipo de gloria; la nube que niega y manifiesta, que acompaña y ampara; la noche que oculta a la amada y la entrega, a la vez que protege a los enamorados de distracciones y miradas indiscretas[3]; la sombra, siempre con el significado de la aparente ausencia o la no sentida presencia de la Amada[4], de la búsqueda penosa; la sombra, cuyo simbólico misterio es una constante en la expresión de Palau, ya sea para expresar la oscuridad producida por el pecado o la fe que atraviesa las sombras tras la que se esconde las realidades divinas. Para Palau la naturaleza es unas veces, fascinadora y alegre, símbolo de lo auténtico para quien con ojos contemplativos sabe penetrar más allá de las apariencias mundanas; es “siempre bella, siempre inocente, siempre agradable a los ojos de su Autor”[5]. Otras veces, sobrecogedora y temible, manifestación del poder de Dios, de la presencia pavorosa de los poderes del mal, o simplemente del vacío profundo que le hacía sentir la ausencia de la Amada[6].
Leyendo Mis Relaciones se siente la “paz del mar” y “la suavidad del aire”[7] y se oye su “susurro suave y muy templado contra las rocas y arbustos”[8]. “El canto del mirlo anunciando la hermosa y brillante aurora”[9] y el reyetón que “anda por la espesura de los matorrales, escondiendo su figura de la vista de sus compañeros” cuyo canto “se hace sentir en todo el desierto”[10]. Junto a las auroras luminosas, al aire siempre puro inspirando quietud y sosiego, se puede sentir el desasosiego y pavor de “noches negras y tenebrosas en las que apenas se distinguen ni en bultos los objetos más cercanos”[11]. “El mar enfurecido levantaba sus olas contra estas peñas, y al dejarlas caer acometiendo con ímpetu, parecía iba a engullirse entero este monte, mientras que los vientos batiendo las cúspides y torreones echaban al abismo las brancas de los árboles quebradas por su vejez”[12].

Se suceden los peñascos, los torrentes, “la campiña siempre verde y hermosa de Barcelona”[13], las cumbres iluminadas por el sol o ceñidas de impenetrables velos de niebla[14]. El reflejo misterioso de la luna sobre los montes nos descubre sus cimas: «La luna con su luz misteriosa descubría, como la fe en la mente, las sublimes cúspides del monte y el camino para escalonarlas»[15]; “Las altas y sublimes crestas de la montaña… vestidas como en un día grande de gloria”[16], los valles angostos y húmedos, la gallardía pirenaica con sus bosques umbríos, elevaban su espíritu a la belleza de su Creador:
“Mientras exteriormente la belleza natural de la creación llamaba la atención de los sentidos, otra belleza invisible solicitaba los afectos del corazón”[17]
“La naturaleza, con voz dulce y elocuente decía: «Adoremos al Criador, a Dios, autor de nuestro ser»; y yo, uniéndome a ella, me postré ante la cruz del Salvador, que cuanto más tosca y rústica, más anunciaba su virtud y fuerza”.
Siente también el cuidado de la tierra que como una madre le procura cobijo en su seno en medio de la tempestad: “Una voz procedente del seno del monte me dijo: ¡Hombre solitario! Huye, escóndete dentro de mi seno, entra en mis cuevas. ¿Qué haces afuera?"[18]
Así pues, en parte por la propia herencia judeo-cristiana, según la cual la grandeza de Dios se muestra en la naturaleza[19], en parte por la influencia de los místicos Carmelitas, especialmente de de S. Juan de la Cruz, en parte por la corriente romántica, F. Palau deja constancia en sus escritos de que la naturaleza no es sólo lo que aparenta, sino más allá de la mera contemplación estética placentera de lo que no rebasa la medida del hombre, está la intuición oscura y sobrecogedora de lo sagrado y grandioso que sobrecoge por lo que deja entrever en la contemplación de la naturaleza.
[1] MR757; cf. 736 737, 742, 744, 831, 879, 880.
[2]Este símbolo de las nupcias, aunque Palau lo expresa en prosa, coincide totalmente en su contenido con los versos de la Noche y el Cántico de San Juan de la Cruz en el simbolismo de una novia en busca del novio que tiene que recorrer un penoso camino como prueba de su fidelidad para encontrarse con el amado. Una de las muchas expresiones palautianas a este respecto es la siguiente: «Yo, aunque muy en obscuras, te buscaba a ti: estaba persuadido de que sólo una belleza infinita podía saciar y calmar los ardores de mi corazón». MR 967
[3] MR931
[4] Francisco Palau como Juan de la Cruz equipara la noche con la angustia tal como lo hacen los antropólogos psicológicos de hoy, aunque Palau utiliza más la imagen de la búsqueda para simbolizar el anhelado pero no realizado amor. También para ambos existe una noche dichosa en la que se verifica el encuentro.
[5] Cf. MR722, 733, 735-738, 740-743, 749, 755-757, etc. Son sólo algunos ejemplos ya que el término “sombra” aparece 265 veces en su diario y prácticamente aparece en cada página siempre en sentido figurado.
[6] MR 169: En este sentido de considerar la naturaleza como obra salida de las manos de Dios, se distancia claramente del panteísmo romántico.
[7] MR 777: “Era una de aquellas noches negras y tenebrosas en las que apenas se distinguen ni en bultos los objetos más cercanos. había ya tres días que mi alma andaba muy encogida y llena de pavor. La soledad misma de esta cueva me infundía temor y sobresaltos; yo me temía a mí mismo, y mi propia sombra me espantaba. ¡Infeliz de mí, qué soy yo abandonado a mí mismo sin ti! Oh Paloma mía, ¿dónde estás? ¿estoy solo?”; MR 840: “Una horrible tempestad de vientos batía con tal fuerza el monte, que parecía iba a hundirlo de fundamentos; mas el monte estaba quieto e inalterable. En medio del huracán se agolparon en mi espíritu en tropel tantas ideas adversas y desfavorables, que me tenían bajo una tremenda opresión. Ya el día anterior al anochecer se habían preparado a mi alrededor cuantos elementos dispone el espíritu del error para afligir, renovando en él penas que había más de veinte años me atormentaban; y una fuerza y auxilio extraordinario vino a mí procedente del cielo”.
[8] MR731, 733, 908.
[9] MR956.
[10] MR978.
[11] Ibid.
[12] MR777.
[13] MR922.
[14] MR873
[15] Cf. Vida Solitaria, 250.
[16] MR918.
[17] MR753.
[18] MR954.
[19] MR 969-970.
[20] Lo que Chateaubriand afirma en Le Génie du Christianisme (1802) se afirma que la mitología griega empequeñeció la vida en la naturaleza y que sólo el sentimiento cristiano supo redescubrir en ella el silencio, la revene, la gravedad sublime; y la soledad del hombre ante la inmensidad es obra de Dios (II, 4,1):1983, p. 17. Citado por R. ARGULLOL, La atracción del abismo. Un itinerario por el paisaje romántico, Barcelona, 90.

Lo simbólico en Francisco Palau


A lo largo de sus escritos, si tenemos los sentidos despiertos, entramos en contacto con otra dimensión escondida y secreta que se ofrece a nuestra sensibilidad espiritual como algo a lo que prestar atención, como un rumor que despierta nuestros oídos, como destellos fugaces de luz que dejan entrever algo más. “Un no sé qué que quedan balbuciendo”, diría Juan de la Cruz. En todos los símbolos predomina lo dinámico sobre lo estático:
El monte conlleva ascenso y descenso; la cueva entrada y salida; en todos asistimos de alguna forma a una transformación de actitudes y conductas
Veamos alguno de ellos despacio, sin pretender agotar su interpretación, solamente focalizando en cada uno aquella expresión que nos abre una puerta simbólica para acceder a la espiritualidad eclesial en la que nos invitan a adentrarnos: (Ir a entrada siguiente)

FRANCISCO PALAU, MÍSTICO Y POETA

En la actualidad ninguna persona que ha penetrado en la espiritualidad de Francisco Palau duda que sea un místico y un místico de la Iglesia[1], sin embargo aún nadie le ha reconocido públicamente su faceta poética de la que hace gala frecuentemente, especialmente en Mis Relaciones. De todas formas, justo es reconocer que Palau sólo luce su vena más poética en los momentos cumbres de su experiencia eclesial mística. En estos momentos es cuando la fuerza del amor que lo transfigura interiormente alcanza y contagia su pluma; ésta corre ágil para cantar a la amada, vestir la montaña con trajes de fiesta[2], poner a dialogar los montes[3], o sentirse besado por la naturaleza[4]. A lo largo de todo el escrito de Mis Relaciones, encontramos los elementos constituyentes que los autores que se han interesado por el fenómeno místico, aducen para reconocer este lenguaje[5]:
1º. Es un lenguaje fruto de una experiencia. El místico no habla simplemente de Dios, sino del Dios que se le ha dado en el presente como experiencia. De ahí que sea un lenguaje fundamentalmente descriptivo y textos impregnados de tinte psicológico y afectivo. Es el caso palautiano, en primer lugar no habla de la Iglesia, habla con la Iglesia, se relaciona con ella, por lo tanto lo que vuelca en su escrito es la experiencia directa de su amor y unión con ella, sus páginas de síntesis doctrinal son más fruto de su experiencia mística que una construcción conceptual.
2º. El motivo: el amor nupcial a lo divino. Esta característica fundamental, clásica y católica, de la relación entre el alma y Dios es una realidad palpable en la vida y escritos de Francisco Palau que comienza ya a dibujarse en el título de su diario íntimo: Mis Relaciones con la Hija de Dios.
En primer lugar, desde los comienzos del escrito deja claro que el amor del que trata va más allá de lo puramente humano. Le interesa explicitarlo cuando escribe:
«Lo significado por estos nombres: amores, amante, amado, matrimonio, desposorios, esposo, esposa, paternidad, maternidad, familia, filiación, parece que no tienen objeto ni realidad fuera de lo material y carnal. Si así fuera, si los referidos nombres fueran sinónimos, ¡qué fuera yo desgraciado!, yo que desde niño me siento poseído y dominado por una pasión que se llama amor…»[6].
En segundo lugar ese amor sobrenatural, en el momento que escribe su diario no es cualquier tipo de relación, sino específicamente se trata de una relación de pareja. Sus palabras no dejan duda al respecto. Se dirige así a la Iglesia:
«Yo soy tu esposo y tú eres mi Esposa. Estas son las relaciones que van directamente a llenar el corazón, porque unen en esta vida con la perfección que permite la condición de mortal a los dos amantes»[7].
Toda la obra es un diálogo amoroso entre el Beato Palau y la Iglesia como la amada. Diálogo que como comprobaremos a lo largo de este estudio abarca todo su ser y su obrar.
3º. La Paradoja o «transgresividad» del lenguaje místico. Se debe a la necesidad del místico de romper con las ideas recibidas y propagadas como expresión de la naturaleza de Dios[8]. La palabra-paradoja en Palau, como en todo místico, a menudo produce un choque, pero, cuando nos detenemos en ellas, resulta una fuente de extraña belleza poética y de profundidad teológica: la Esposa es dulce paloma así como valiente guerrera, sierva lo mismo que madre y reina, sombra y claridad[9], a la vez pastora y cordero.
4º. La Evocación. Un ejemplo lo tenemos en los nombres que da a la Iglesia: Amada mía, Paloma, Reina, Mujer perfecta, Mujer sombreada, etc. que nos trae continuamente ecos del Cantar de los Cantares.
5º. Se emplea profusión de superlativos y exclamaciones, que confiere a muchos escritos místicos el estilo hiperbólico y exagerado que se le atribuye[10]:
«La miré y la conocí; la miré con atención, y vi en ella la figura de una virgen la más bella y amable que crió la mano del Omnipotente».
– Sombra, dime tu nombre.
– Mi nombre es María.
– ¡Dulce nombre, qué recuerdos! ¿Y toda mi vida he de mirar y ver sombras?[11]
Y esta otra:
«Eres tú, ¡oh Iglesia santa, mi cosa amada! ¡Eres tú el objeto único de mis amores!¡Ah! puesto que tantos años hacía que yo penaba por ti, ¿por qué te cubrías y escondías a mi vista? ¡Oh, qué dicha la mía! Te he ya encontrado»[12].

6º. El empleo de símbolos.
Sabemos que uno de los recursos imprescindibles del místico ante la inefabilidad de su experiencia y la necesidad de comunicarla es el de los símbolos. Maestros cercanos, conocidos que se desenvuelven con maestría en este terreno son Santa Teresa y San Juan de la Cruz.
Pero también Jesús, para comunicar su experiencia del Padre, del Reino y en general de las realidades sobrenaturales, acudió a este recurso literario.
Gran parte del atractivo de los símbolos consiste en que a través de diferentes imágenes insinúa algo sobre la huella y las consecuencias de esa “conmoción divina” que padece aquel que ha sido tocado y alcanzado por la Presencia. La presencia de la Iglesia toca y conmueve a Francisco Palau de tal manera en su espíritu que le faltan palabras para expresarse y tiene que acudir, como lo hicieran tantos místicos, a los símbolos. Éstos en forma de abigarrado bosque a veces suponen un obstáculo para el lector; de aquí la importancia de conocerlos y familiarizarse con ellos para desentrañar su mensaje.

[1] Cf. Eulogio Pacho, Estudios Palautianos, Monte Carmelo, Burgos 1998.
[2] «Las altas y sublimes crestas de la montaña estaban vestidas como en un día grande de gloria pues habían de presenciar y ser testigos de nuestro contrato». MR753
[3] «Y los montes guardaban un profundo silencio. Y uno que se elevaba sobre los demás tomó la palabra y dijo: – Hombre mortal, tu Amada es una belleza indescriptible». MR 757
[4] «La naturaleza me daba su ósculo de paz y anunciaba aquella gran calma que no se halla sino en el seno de los montes solitarios». MR 954
[5] Poesía no siempre se refiere a un escrito versificado, sino que puede tratarse también de prosa poética.
[6] MR719
[7] MR972
[8] Cf. Martín Velasco, El fenómeno místico, Trotta, Madrid 1999, 51.
[9] «La tarde del 28 era bella como la primavera, el cielo estaba sereno, y el sol era muy brillante como en un día de verano. Una sombra se le puso delante y le convirtió en tinieblas, porque la sombra tenía figura, y era la figura de mi Amada, cuya luz y claridad convierte en noche el día más sereno MR 973.
[10] Cf. Martín Velasco, o.c., Trotta, Madrid 1999, 51-55.
[11] MR742.
[12]MR722.