martes, 7 de julio de 2009

FRANCISCO PALAU Y EL CARMELO por Pilar MUNILL, CM.



Cerámica del Patio interior del Convento del Carmen (Trigueros - Huelva)

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Al hablar de Francisco Palau y su relación con el Carmelo no podemos prescindir de unos datos históricos y biográficos fundamentales, pues sin ellos no es posible una comprensión de sus actitudes, proyectos, fracasos y éxitos que enlazan con su trayectoria espiritual como carmelita. Es esta trayectoria la que constituye el eje de su vivencia, y la que transmite a los que con él se relacionan.

1. SU VOCACIÓN AL CARMELO TERESIANO







Si revisamos su biografía vemos que en sus primeros años, en apariencia, todo transcurría con normalidad pero Francisco Palau no se sentía satisfecho, seguía buscando la concreción de su ideal. Sabía que su vida cristiana se centraba en el amor a Dios y al prójimo. Llevaba tan esculpido en su ánimo el precepto supremo, que a él se reduce siempre el programa global de su vida. Necesita, una cosa, la traducción práctica, concreta, personal de su contenido. Las categorías de Dios y el prójimo necesitan para él una encarnación viva, por eso seguía buscando su Cosa Amada, la Iglesia. Su gran preocupación era reconocerla, descubrirla. Tiene que encontrar su lugar, su rumbo concreto, la forma definitiva en que debe realizar su proyecto de vida. En un primer momento pensó que su llamada era al sacerdocio y encaminó sus pasos al Seminario diocesano de Lérida (1828-1832). Pero parece que en la llamada al sacerdocio no encuentra la respuesta, por los motivos que fuera, no los podemos señalar porque no quedan suficientemente identificados, cortó su carrera para integrarse en el noviciado de los Carmelitas Descalzos en Barcelona (1832). En su itinerario espiritual se describe así su experiencia: “Dios al criar mi corazón, sopló en él, y su soplo fue una ley que le impuso, y esa ley me dice: amarás [...] Mi corazón desarrolló su pasión ya desde niño [...] Yo no tenía de ti la más remota noticia [...] Pasé mi niñez [...] Mi juventud se pasó como una sombra sin conocerte [...] Y fui al claustro por si acaso allí te encontrara”(MRel 966-967,13).
Cuando realiza su consagración, el horizonte de la vida religiosa aparece ensombrecido por densos nubarrones. Lo sabe y conoce las consecuencias que le pueden traer el paso que va a dar, pero nada ni nadie puede impedirle una respuesta radical al compromiso adquirido: “cuando hice mi profesión religiosa la revolución tenía ya en su mano la tea incendiaria para abrasar todos los establecimientos religiosos [...] No ignoraba yo el peligro apremiante a que me exponía [...] me comprometí, sin embargo, a votos solemnes a un estado, cuyas reglas creía poder practicar hasta la muerte, independientes de todo humano acontecimiento”(VS 242,10).
Cuando llegó la hora de la verdad, cuando la revolución incendió su convento (25 de julio 1835), no llevaba apenas tres años completos en él, es arrojado del mismo violentamente. Todos pensaban que la brusca interrupción de la vida claustral sería pasajera, pero no fue así y decide conformarse a su suerte “me conformé –afirma- lo mejor que pude con las reglas de mi profesión religiosa”(VS 243,12) pues estaba convencido que: “para vivir en el Carmen sólo necesitaba de una cosa que es la vocación”(VS 242,10).
Esta situación política culmina, por entonces, con un decreto en el que se prohibe a los religiosos volver a sus conventos y vestir en público el hábito religioso, a pesar de ello se prepara para la ordenación sacerdotal que tiene lugar en Barbastro (1836). Ahora es sacerdote y religioso expulsado del claustro. A partir de este momento, vive una nueva situación, la de exclaustrado, que marcará la hora de la fidelidad a sus convicciones. Francisco Palau vivirá como carmelita fuera del convento. Con lo asimilado en su corta etapa de formación carmelitana irá alumbrando su caminar y su respuesta personal al don recibido.

2. EMPAPADO DE LA ESPIRITUALIDAD CARMELITANA

Teniendo en cuenta su biografía podemos afirmar que fue fiel a su vocación carmelitana o mejor dicho que la espiritualidad carmelitana, experiencia que asumió en los primeros años vividos en el Carmelo, crecía en su corazón e inspiró su vida y su obra.


Entronque con el origen: El Profeta Elías
Un elemento a tener en cuenta es la importancia que tiene para él la figura de Elías. Tiene conciencia clara de su herencia profética, inspirándose en la tradición carmelitana. La influencia se nota en su vida y en sus escritos. En su primera obra La lucha del alma con Dios, partiendo del texto de Santiago, que coloca como modelo al profeta y que dice lo siguiente: “rogad los unos por los otros para que seáis salvos. Elías era un hombre sujeto, como nosotros, a todas las miserias de la vida y, sin embargo, habiendo rogado a Dios con gran fervor que no lloviese, dejó de llover [...] y habiendo rogado de nuevo, el cielo dio lluvias y la tierra produjo su fruto” (St 5,16-18). Francisco Palau lo utiliza para animar a orar con insistencia y toma como modelo de oración al profeta; pero, sobre todo, encontramos ecos de esta experiencia en Mis Relaciones, las Cartas y El ermitaño. Para Francisco Palau, Elías es punto de referencia, tanto cuando se retira en las cuevas o en el monte para vivir su soledad y expresar su vocación contemplativa, como el profeta tiene su Horeb, El Vedrá, lugar privilegiado para encontrarse con su Amada, la Iglesia “Como carmelita como hijo de Santa Teresa no puedo menos que besar estas llaves que me tiene encerrado dentro de estos muros de aguas mediterráneas [...] Aquí tengo más de lo que pedía en mis dorados ensueños cuando joven, sobre vida contemplativa soñaba. Aquí tengo mi celda, mi cielo; aquí puedo con todas mis fuerzas emplearme como buen sacerdote con Dios Padre los asuntos y los intereses de Jesucristo y su Iglesia (Cta. 28 noviembre 1859; 6); del mismo modo es punto de referencia cuando habla de misión. Comenta así, en una de sus cartas: ”Sobre tres artículos voy a fijar tu misión: –le dice la Iglesia- [...] 1º La revelación de mis glorias al mundo 2º la restauración de la orden del gran profeta Elías 3º la misión de este gran profeta en la tierra (MRel 819,29).
Cuando está de lleno en la misión del exorcistado y ya en su mente ronda la reforma de la Orden del Carmen, encontramos lo siguiente: “Yo soy el ángel de quien habla el capítulo XX del Apocalipsis; a mí me está confiada la custodia del pendón del Carmelo y la dirección de los hijos de esta orden [...] Vengo a ti enviado para instruirte sobre el porvenir de la Orden a la que perteneces para que sepas la misión que has de cumplir y su forma.[...] Elías, profeta grande, y los hijos de la Orden sois, y en adelante seréis mi dedo y el dedo de Dios y mi brazo en las batallas contra los demonios [...] Dios me ha enviado a ti que vives en los desiertos, atento a mi voz para instruirte acerca y sobre la materia y objeto del exorcistado” (Cta. Vedrá, agosto 1866,3.6). Como dato curioso, en este texto, relaciona la misión del exorcistado con la Orden del Carmen, será: ¿Por qué ve en la imagen del profeta que vela por la gloria de Dios el modelo de la lucha contra el mal?
Elías, también, es un santo de referencia a quien imitar. En una carta que escribe a Juana Gracias, desde el Montsant, le invita a contemplar la figura del profeta: (Cta. 15 julio 1851,7). En Elías ve la unidad de quien contempla al Señor en el monte y se vuelve celoso de su gloria: experiencia de Dios fecunda.
Como vemos, poco importa que los hechos históricos le hayan cambiado su suerte, él se sigue sintiendo hijo del gran profeta Elías y de Teresa de Jesús.

Resonancias teresianas


-Santa Teresa de Gregorio Fernández-

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La resonancia, sabemos que no es algo que llega a nosotros de forma periférica, sino que es algo que penetra y se convierte en vida en el interior. La obra de Francisco Palau rezuma espíritu teresiano unas veces, implícito, otras veces, explícito.
Veamos algunos datos como referencia: en el libro de Mis Relaciones, cuando nos relata las apariciones, visiones, revelaciones y locuciones con la Iglesia como formas del trato amoroso que tiene con ella, muchas veces, nos dan la sensación que estamos leyendo páginas teresianas.

La Santa comentando la sexta morada se expresa así: “Está tan esculpida en el alma aquella vista que todo su deseo es tonarla a gozar” (M 6,1,1). Él lo expresa así: “Volvamos a la hija de Dios, la Iglesia. Las demás apariciones me dejaron con ardentísimos deseos de ver sus ojos abiertos y de que me mirara. [...] me miró ¡Ay que dulce fuera la muerte entonces! [...] Así, se fue y me quedé yo loco de amor y de afección” (MRel 727,3). El tema de “la mirada” expresado en el texto anterior, lo utiliza para expresar las relaciones con su Amada, la Iglesia. Para él “creer en la Iglesia es verla” (MRel 770,9) con los ojos de la fe. Sabemos que “la mirada”es un tema fundamental en la experiencia teresiana.
También, encontramos resonancias en los símiles que utiliza, Podemos señalar, entre otros, los de la cera y del espejo para figurar a la Iglesia, tiene una clara resonancia en la tradición espiritual, significa la unión y transformación del alma en Dios o en Cristo en consonancia con el término concreto de su amor: “Si la cera no pone impedimento, si está limpia, viene el fabricante, imprime la figura de una mujer,-la Iglesia- y aquella figura y la cera son una misma cosa”(MRel 913-914,9-10). En las quintas moradas, Teresa de Jesús se expresa así: “como el alma ya se entrega en sus manos y el gran amor la tiene tan rendida que no sabe ni quiere más que haga Dios lo que quisiere de ella [...] quiere que salga sellada con su sello; pues el alma allí no hace más que la cera cuando imprime otro el sello” (M 5, 2,12).
Al expresar su deseo de ver “cara a cara” a su Amada, la Iglesia, como a los grandes místicos se le escapa el grito: “¿Cuándo te veré sin velos, cuándo me recibirás, Iglesia Santa; en tu virginal seno? Sin ti yo no vivo, sino que muero” (MRel 733,7). Es la expresión clásica del “vivo sin vivir en mí”. Podríamos ir señalando algunas más, pero éstas nos pueden servir como indicadores para confirmar lo que estamos indicando.
Otro de los libros que podemos destacar para establecer resonancias es La lucha del alma con Dios. Recordamos que el contenido del libro gira en torno a dos ideas básicas: la descripción pesimista de la Iglesia, en particular, la Iglesia española, y la forma de aplicar el remedio a tantos males: la oración. Al hablar de oración no alude a sistemas particulares pero da prioridad a la oración personal con preferencia por la oración meditativa. No le interesa tanto cómo se ore, le interesa trazar un plan de vida, basado en la práctica general de la oración. Se dirige a los que se preocupan por vivir una vida cristiana. Se aprecia sin dificultad que en el fondo está latente, no sólo la formación carmelitana del autor, sino la forma de oración al estilo teresiano.
Si pensamos, un poco, sabemos que la finalidad de Camino de perfección, según las propias palabras de la Santa, es la siguiente: Dándose cuenta de algunos de los males de la Iglesia nos dice: “me determiné a hacer eso poquito que era en mí, que es seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo pudiese y procurar que estas poquitas que están aquí hiciesen lo mismo [...] ocupadas en oración por los defensores de la Iglesia” (CP 1,1).
Uno y otra proponen la oración como medio para que repercuta en bien de la Iglesia. Éste es el pensamiento clave: Teresa de Jesús se dirige particularmente a una comunidad religiosa, Francisco Palau a todo aquel que quiera servir a la Iglesia, expresando que un modo de servir a la Iglesia es la oración y el sacrificio.
Refiriéndose a la Santa nos comenta: “De Santa Teresa de Jesús, nuestra paisana y doctora de la Iglesia, sabemos por sus mismos escritos que se propuso en la oración alcanzar a Dios la conservación de la religión católica en España y que no la infestara con su infernal aliento la bestia inmunda del protestantismo, que hacía en aquel tiempo los mayores estragos en el vecino reino de Francia” (Lucha 113,29) y continúa afirmando: “para lograr el triunfo de la religión católica en España; [...] Santa Teresa a este fin conmovía todas las almas de oración; a este fin congregó a las monjas descalzas [...] y, precisamente, nuestra lucha es la misma que entonces, pues la impiedad que ahora combatimos no es más que el resultado de la pretendida reforma o desbordamiento general que abortó Lutero y todos sus secuaces”(Lucha 145,28).
Recogiendo algunos textos del Catecismo de las Virtudes y de las Cartas, analizaremos uno de los elementos fundamentales en la experiencia carmelitana: la oración. La oración palautiana, que vive y transmite Francisco Palau, tiene todos los rasgos de la oración teresiana. No podemos olvidar que su experiencia orante hay que leerla desde su relación con la Iglesia. Ella es la necesidad de su oración, el motivo que la sostiene, la realidad digna de ser contemplada. Las relaciones con la Iglesia son las que le van cambiando la vida “Quedé tan cambiado y tan nuevo, que su presencia renovó alma y cuerpo” (MRel 725,3).
Si nos detenemos en la definición teresiana de oración: “No es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama”
(V 8,5). Encontramos que Francisco Palau define la oración de la siguiente manera: “La oración es un trato íntimo, familiar que el hombre tiene con Dios” (Cat 304). Por tanto resuena el trato amigable, en soledad, que es don y deseo de comunicarse con el Amado/a. “Estas visitas no servían sino para atormentarme más, porque con ellas crecían los deseos de verla y relacionarme amistosamente con ella” (MRel 727,3).
Así ora y así enseña a orar, si cogemos la primera carta del epistolario que dirige a Eugenia Guerin, vemos que le invita a descubrir la propia interioridad, para introducirse en ella y permanecer allí, ante el Señor de la vida. Recordemos lo que nos dice la Santa al definir la oración de recogimiento dice: “llamase recogimiento, porque recoge el alma todas las potencias y se entra dentro de sí con su Dios” (CP 28,4) y Francisco Palau de forma semejante afirma que: “la obra grande de Dios se labra en el interior” (Cta. 16 julio 1857,2). Siguiendo, el estilo teresiano insiste en que la oración tiene que transformarse en obras: “En esto de la oración, diré algunas cosas [...] antes que diga [...] qué es la oración: Tres cosas me extenderé en declarar [...] la una es amor unas con otras; otra, desasimiento de todo lo criado; la otra verdadera humildad” (CP 4,4). Recorriendo las Cartas que escribió a las primeras hermanas vemos que transmite el mismo calado para sus grupos. Las virtudes darán autenticidad a la oración y la oración irá purificando la vida, por eso les aconseja: “Os repetiré, muchas veces, aquellos consejos que forman el espíritu, según la vocación a que sois llamadas [...] son necesarias estas virtudes principales, obediencia, pobreza y la caridad de unas con otras (Ct 5 marzo 1853,1). También, a Juana Gracias le insiste: “la oración por las necesidades de la Iglesia sea corta y frecuente”.[...] “Imita a Jesucristo en esto y hallarás un verdadero Maestro y modelo de oración, síguelo en todos sus pasos: lo verás en el desierto orando por los hombres, en el huerto de los olivos agonizando por ellos, en la predicación socorriéndoles en las necesidades, en la cruz ofreciéndose al Padre como victima de propiciación” (Cta. 15 julio 1851,4.7). Recordemos como la Santa ora y aconseja que se haga de este modo: como no podía discurrir con el entendimiento, procuraba representar a Cristo dentro de mí” (V 9, 4).
La vida de oración es un camino teologal, que podríamos resumirlo en la “determinada determinación”. No deja de ser una actitud vital para responder con fortaleza y serenidad en las adversidades. Francisco Palau se expresa así: “Dios sabe cuán bien dispuesto estoy para servir a su Iglesia y que en asuntos de su gloria todo lo veo llano y fácil” (Cta. 28 octubre 1860,1).
En la experiencia teresiana es muy importante “la mirada”, también lo es, sin duda en la experiencia humana, cuanto nos puede expresar y transmitir. Haciendo caer en la cuenta al orante le comenta la Santa: “mire que le mira el Señor” (V13, 22). Explicándole el modo de orar a Juana Gracias, Francisco Palau, le aconseja: “Al entrar en la oración, por preparación puede servirte un acto de unión [...] esto abrirle el corazón y ofrecerse a cuanto exija y disponga de ti, e implícitamente un acto sencillo de amor o de unión basta presentarte a Dios y querer lo que Dios quiere. [...] Mírale, en este cuerpo que es la Iglesia, llagado y crucificado [...] ofrécete a cuidarle y prestarle aquellos servicios que están en tu mano. Mírale como Señor y dueño y rey” (Cta. 19 noviembre 1857,2).Tenemos que reconocer que“la mirada” es fundamental en la experiencia teresiana y en la experiencia palautiana.

Resonancias sanjuanistas

Mirando a la persona o mirándonos a nosotros mismos experimentamos, aún en la cotidianidad, que la experiencia humana tiende a comunicarse a través de lo comparativo y metafórico y que este impulso se acentúa cuando el fenómeno es de índole espiritual. Esta particularidad comunicativa, también la percibimos en Francisco Palau y en él no se debe sólo a razones de índole personal sino a las influencias que ha recibido de su formación teresiano sanjuanista.
Si recogemos su itinerario espiritual, explicitado en Mis Relaciones, podemos comprobar que el desarrollo de su vida espiritual sigue la misma trayectoria que el alma en el Cántico Espiritual. Juan de la Cruz describe al hombre como un ser abierto a Dios, al infinito por naturaleza y por gracia, el ser humano es hermosísima y acabada imagen de Dios, capaz de comunicarse con Dios, que “está siempre en el alma dándole y conservándole el ser”. El deseo de alcanzar la unión con Dios, como dinamismo que radica en la entraña de lo humano, se inscribe en el núcleo mismo de esa apertura y tensión del hombre. La purificación de la noche oscura lleva al ser humano al encuentro de sus deseos más verdaderos y auténticos.
La experiencia espiritual se traduce, ahora, en historia escrita. Para comunicar su experiencia, Francisco Palau. se proyecta en una dimensión casi exclusivamente afectiva, describe su trayectoria como una búsqueda de la Cosa Amada, la Iglesia. En este proceso, se le percibe como un hombre abierto a descubrir el misterio, la trascendencia, personificada en la Iglesia: Dios y los prójimos.
Leyendo las páginas de Mis Relaciones, vemos que están dominadas por la dinámica sanjuanista de la ausencia y de la presencia del objeto amado, la Iglesia, por la búsqueda y el hallazg”; por “el gozo del encuentro y por la pena de la huida”. Es una andadura en que se suceden y alternan las penas, las dudas, las certezas, los deseos, las heridas, las llagas y el dolor del amor impaciente. Esta experiencia expresada poéticamente en el Cántico espiritual la expresa Francisco Palau así: “Amada mía [...], has herido de muerte mi corazón; con una mirada has revelado tus pensamientos, te has dado a conocer [...] Y viéndote, volviéndote mis visitas, al mirarte he quedado preso cautivo y esclavo de la presencia de tu indefinible hermosura; y manifestándome [...] tu inmensa amabilidad y las afecciones de tu corazón para contigo, mi corazón ha quedado herido de muerte: tu mirada me ha muerto”(MRel 756,11).
Siguiendo en esta misma dinámica, nos podemos detener en al canción siete del Cántico Espiritual en la que el alma pregunta a las criaturas, y en la que percibimos una respuesta, por parte de ellas, insuficiente que le dejan “un no se qué que se queda balbuciendo” esa misma experiencia la encontramos en Francisco Palau, expresada de esta manera: “Las visitas se multiplicaron y no hacían más que multiplicar el tormento y la pena, porque dejaba mi pobre corazón herido de amor, y la llaga lejos de curarse, aumentaba más, pero esas mismas comunicaciones aliviaban el dolor” (MRel 726,4).
Cuando el autor describe esta situación de su espíritu, en angustioso trance de búsqueda y esclarecimiento vital, para reconocer a su amada la Iglesia, deja entrever que, la búsqueda lleva consigo la purificación y ésta tiene por compañeros inseparables el vacío y la renuncia. El espíritu se empeña en esta búsqueda que llega a convertirse en única razón de su existencia. Escuchemos de nuevo a Francisco Palau: “Mi corazón amaba lo infinitamente bello, pero de esa belleza no tenía más que una idea confusa” (MRel 968,17),”veinte años hacía que te buscaba: te miraba y no te conocía, porque tú te ocultabas bajo las sombras obscuras del enigma [...] y no podía yo verte sino bajo las especies de un ser para mí incomprensible; así te miraba y así te amaba” (MRel 722,1). La orientación de su espíritu era clara, no es capaz de apartar su visión de la Iglesia pero tiene que pasar del conocimiento a la experiencia mística a la noticia amoros.
Concluyendo, podemos afirmar que en toda esta etapa de búsqueda se puede encontrar resonancias con las doce primeras estrofas del Cántico espiritual tanto en la experiencia como en el lenguaje.

El sentimiento de ausencia del amado, que aún queda encubierto en el alma y todavía no puede gozar, queda expresado en la canción once del Cántico espiritual cuando dice: “Descubre tu presencia y máteme tu vista y hermosura”. Tanto para Juan de la Cruz como para Francisco Palau la noche se hace luz en la medida que el Amado/a descubre y muestra su hermosura. Sabemos que la belleza es una constante en toda la obra de Juan de la Cruz. La belleza no es tema de reflexión, sino aguijón que espolea la búsqueda y provoca el éxtasis. De la misma manera, las páginas de Mis Relaciones para mostrar la inefabilidad de la Iglesia, nos habla de la belleza: “su presencia satisfizo mi pasión y con ella yo era feliz, su belleza me bastaba, Dios y los prójimos, o sea la Iglesia (MRel 720,3). Es tan profunda esta experiencia en Francisco Palau, que el descubrimiento de la belleza de la Iglesia se convierte en el eje y fundamento de su misión. Él comenta: “Mi misión se reduce a anunciar a los pueblos que tú eres infinitamente bella y amable, a predicarles que te amen [...] este es el objeto de mi misión” (MRel 887,2). La belleza le dinamiza y le subyuga como a Juan de la Cruz y a ambos les provoca ansias de llegar al encuentro definitivo. Esta experiencia la podríamos sintetizar con la expresión sanjuanista: “si por ventura vierdes / aquel que yo más quiero / decidle que adolezco, peno y muero” (CB 2).
Después de está larga experiencia de noche, atravesando una larga oscuridad, guiado por la luz que ardía en el corazón hasta llegar al esclarecimiento del misterio, puede llegar a formular su expresión exultante: “¡te he encontrado!”.(Ciudadela 1860); al contrario de la etapa anterior. Ésta es de luz, sosiego, calma, hallazgo de algo ansiosamente buscado: cambia el deseo por la posesión. La nueva percepción del misterio eclesial se verifica en el ámbito de la fe. Es la etapa de los desposorios. Esta intuición, reveladora de la singularidad de la Iglesia, resulta decisiva; él mismo confesará: “se me grabó de modo a mi alma, que ya no podré jamás borrarlo” (MRel 729,4) no ha llegado a la clarificación plena, “pero quedó herido y aludido” En toda esta etapa seguimos encontrando resonancias sanjuanistas, en concreto, de las canciones 12-16 del Cántico espiritual.
La etapa del encuentro, la describe Juan de la Cruz desde la novedad y Francisco Palau hace lo mismo, es para él es algo distinto no experimentado hasta ahora: “Yo te veo siempre de nuevo, y cuanto más te miro más bella te hallo, más te amo, más hermosa y amable te siento; eres para mí tan nueva, que cada día me parece es la primera vez que te veo, amo y poseo” (MRel 850,35).
Al comentar su trayectoria espiritual, habla también de desposorio y de renovar el contrato matrimonial. Los símbolos del desposorio y del matrimonio, propios de las últimas etapas coinciden en la fenomenología sanjuanista pero a veces no tienen idéntico significado. A Francisco Palau estos símbolos le sirven para manifestar y expresar lo que vive y siente desde la propia espiritualidad, y a la vez, para expresar desde esas relaciones con la Iglesia su compromiso en la misión.
Empapado de la mística carmelitana, muchas veces habla de igualdad de amor. Tiene claro que es un don que se recibe por participación y que la plenitud será en la otra vida. Es el ansia de gloria, la esperanza, que abre nuevas perspectivas al amor. Es el intenso deseo de ver “cara a cara” a la Amada sin velos. “Hermosa mía paloma pura, Virgen amable, ¡abre tus brazos y recibe en tus pechos a este miserable mortal que suspira por ti, que no puede vivir fuera de ti, que desea verte cara a cara sin velos! (MRel 733,6). En esta manifestación encontramos la resonancia escatológica de la doctrina sanjuanista expresada en las últimas canciones del Cántico espiritual:
El aspecto central en Mis Relaciones es considerar a la Iglesia como la Esposa, es una realidad tan concreta que enamora a quien descubre su belleza, santidad y perfección. Juan de la Cruz, también en la estrofa treinta y tres del Cántico Espiritual en la que explicita la relación con la Iglesia, la llama y la considera Esposa.
Buscando ecos sanjuanistas, no podemos dejar de mencionar la experiencia de soledad. Para Juan de la Cruz la soledad tuvo valor humano y religioso. La considero imprescindible para la unión con Dios. En las canciones del 14-15; 34-35 la soledad se explica como una gracia mística, es “la soledad sonora”. La imagen de la tortolica con la fortísima determinación de no juntarse con otras aves expresa con claridad como el alma “no queriendo reposar nada en nada ni acompañarse de otras aficiones gimiendo por las soledad de todas las cosas hasta hallar al esposo en cumplida satisfacción” (CB 34,5).
Francisco Palau por su vocación carmelitana siente la llamada a la contemplación. Con clara conciencia de su entronque en los dos grandes arquetipos: Elías, el hombre bíblico del Horeb y del Carmelo y Teresa de Jesús, la gran apasionada de la soledad. Tiene una necesidad imperiosa de soledad, de ahí surge la necesidad de buscar un lugar solitario allí donde se encuentre, puede ser una cueva o un monte. La soledad es el marco ideal para encontrarse con la Amada. La primacía de Dios, vivida desde el misterio de la Iglesia, le impone un talante contemplativo a toda su existencia: “En la soledad seré tu compañera, y en medio de los pueblos yo no te dejaré; en vida estaré contigo, y tras las sombras de la vida presente me verás y estaré contigo a cara descubierta en gloria” (MRel 811,13).
El lugar del encuentro por excelencia, es el monte, lo vemos en los patriarcas, en los profetas, en los grandes contemplativos. Para Francisco Palau, el lugar y al mismo tiempo, el símbolo de su experiencia de solitario es el Vedrá. Al leer las páginas descritas en Mis Relaciones, escritas en el Vedrá, no podemos menos que recordar el Monte, descrito por Juan de la Cruz, como símbolo de la realidad generadora del hombre para encontrarse con Dios. Para Francisco Palau es el lugar del descanso, del encuentro con la Amada, donde renueva el amor, donde se realizan sus desposorios, donde traslada sus más bellas experiencias, donde programa y discierne su vida al servicio de la Iglesia. Lo considera su casa y así lo expresa: -le dice la voz-: “Es la casa que tu Padre te tenía preparada para que en ella te unieras con su Hija en fe, esperanza y amor (MRel 807).
La alusión a la cima del monte no es casual. Nos pone en la meta de ambos itinerarios espirituales. En el itinerario sanjuanista el hombre encuentra la gloria de Dios en el monte; allí realiza la unión con Dios. Francisco Palau en la soledad del monte encuentra el lugar ideal para renovar el desposorio con su amada la Iglesia en fe, esperanza y amor.

Podríamos seguir buscando resonancias con los grandes arquetipos del Carmelo, pero nuestro objetivo era solamente señalar unos indicadores que nos pusieran en el camino: Francisco Palau vivió como exclaustrado, la mayor parte de su vida. Ciertamente la espiritualidad carmelitana caló en su interior, se transformó en experiencia, que asimiló, transmitió y ha perdurado en su obra fundacional, el Carmelo Misionero: “Estudiando ciertos incidentes de mi vocación a la orden de Santa Teresa, creo me llamó ésta a su Orden para esta obra” (Cta. 17 agosto 1863,4).