Última etapa


      Sin duda su fuerte naturaleza y su complexión física hicieron posible la vida ascética que llevó. No obstante las privaciones voluntarias unas veces y obligadas otras, fueron haciendo mella en su cuerpo robusto. A partir de su confinamiento en Ibiza, su salud se va resquebrajando, lo muestran la documentación que tenemos y su propia correspondencia. Va detectando achaques y trastornos físicos y molestias con relativa frecuencia. A partir de 1866 en la época de las grandes campañas misionales, su salud se resiente, reaparece la enfermedad y la fatiga se apodera del misionero pero a pesar de todo en los últimos años respondió con fuerza y entusiasmo en su empeño en la lucha contra el mal, a la predicación y en la obra fundacional. Los últimos años de su vida los paso en continuos viajes. Sus cartas son cortas normativas: si contienen noticias responden a la organización de las casas y cambios de los distintos miembros. El mismo se reconoce cansado. A los 56 años tocaba el extremo de sus fuerzas:

“Yo soy ya de la edad de 56 años y mi vida ha sido una cadena de penas, en mi juventudhe entregado el cuerpo a horribles privaciones y mis carnes molidas con las penalidades de mi Misión, ya no tienen el vigor de un joven. Si me cuidó tendréis Padre unos años más: el amor a vosotroses el que arranca de mi alma un grito al cielo un poco más de vida para dejaros en orden”(Cta117,4).
La correspondencia revela una gran actividad a la vez de cuando en cuando habla de una enfermedad que no especifica nunca pero que le va minando (Cf. Cta 127). En plena tarea fundacional, los viajes se multiplican. La fiebre reaparece, no es difícil entrever el sacrificio que para él suponía. En tal situación viajar en ferrocarriles y tartanas o a pie, como en algunos pueblos entre LLeida y Aragón. Desde finales del 70 y a lo largo del 71 se resintió mucho. Tal vez no fueron ajenos a esta crisis los meses de encarcelamiento en Barcelona en pleno foco de infección y los sufrimientos ocasionados por tan prolongada causa de los tribunales a causa de la misión del exorcistado. 
En los tres años últimos de su vida las visitas del P. Palau a su pueblo natal, Aitona, fueron frecuentes. Lo hizo para visitar a su familia y atender a la villa que sufría una gran pobreza.
Es en una de estas estancias en Aitona F. Palau tiene noticia de la epidemia de tifus que desde diciembre de 1871 asolaba el pueblo de Calasanz (Huesca). Solicitada la ayuda de las Hermanas al Hospital de Estadilla, se trasladaron con Juana Gratias allí. Hacia el 20 de febrero de 1872 llegaban a la villa. Es esta urgencia la que a primeros de marzo de 1872, le hace desplazarse hasta Calasanz (Huesca). La fidelidad a su opción de servir a la Iglesia en los más postergados y desposeídos de la sociedad de su tiempo le lleva a atender a los contagiados por la peste. Lo hace junto a quienes han hecho camino de vida con él.
  •   Enfermedad y muerte

Cumplida su misión en Calasanz el P volvió a Barcelona y tras breve estancia en la ciudad condal el 10 de marzo, viajó en dirección a Tarragona en donde había establecido la última de sus fundaciones. El mismo día de su llegada se vio aquejado por una enfermedad que degeneró en pulmonía, fue agravándose y murió el 20 de marzo de 1872 acompañado por sus hijas y dos sacerdotes exclaustrados, invocando la presencia de su “Amada la Iglesia”. Se le escapó un lamento: El Señor me ha cambiado mi suerte, había anhelado vivamente el martirio, se había ofrecido a Dios como víctima, como inmolación por los pecados y las persecuciones contra la iglesia. Pero Dios le había preparado una muerte natural pero después de una vida gastada y entregada, poco a poco, en el servicio de su Amada la Iglesia. Caminos de fe, rutas de la providencia que marca el camino y nos ayudan a llegar al momento final.
  • Testimonio de vida

La vida y muerte del P. Francisco Palau dejó una honda huella, no sólo en las Hermanas y Hermanos por él fundados, sino en todas las personas que tuvieron la suerte de haberle conocido. De entre los numerosos testimonios que disponemos, presentamos como ejemplo algunos fragmentos del que apareció en El Ermitaño unos días después de su muerte. El redactor después de hacerse eco de los sentimientos de dolor experimentados por los suscriptores por su pérdida, se explaya en la descripción de los valores humanos y espirituales del P.Palau, fundador y director de este periódico:
“¿Quién era el P .Palau? ¿Cuál ha sido la santa misión que ha venido desempeñando tan heroicamente hasta los últimos instantes de su vida? Era un sabio y virtuoso sacerdote que consagró su preciosa existencia al bien de sus semejantes, “pasó haciendo el bien”. Creemos que esto es el mejor elogio, que sin exageración alguna podemos hacer de nuestro queridísimo Director… No hay ninguna duda que puede darse al P. Palau el nombre de Apóstol: la gloria de Dios, la salvación de las almas fue lo que lo guió constantemente en todos los actos de su vida; nada de lucro, nada de ambición, todo lo hacía para e1 bien de sus semejantes. De balde había recibido los dones que distribuía entre los desgraciados y los daba de balde, cumpliendo así fielmente el precepto de su Divino Maestro, “gratis lo habéis recibido, dadlo gratis”. ¿No podemos considerar también, amados lectores, al P Palau como Profeta?
Sin recordar el distinguido talento y fina táctica con que había desempeñado varios cargos y de grande interés y muy delicados, y la suma amabilidad y sencillez con que trataba a todos. Estaba dotado de una gran firmeza y constancia en todos los dogmas y verdades de nuestra religión católica… cómo un verdadero Apóstol de Jesucristo Siempre había mostrado grande celo por la predicación y en el confesionario, y siempre incansable en trabajar en la viña del Señor por bien de todos.
Todos sois testigos y tenéis una prueba clara y evidente del celo y energía con que ha trabajado el P. Palau… Y al mismo tiempo todos le habréis observado la grande resignación, paciencia y edificación con que ha sufrido y sobrellevado todas las persecuciones e infamias de que ha sido víctima durante estos tres o más años y esto porque trabajaba por la gloria de Dios y para la exaltación de la fe católica, porque se había constituido en un acérrimo defensor d la Santa Iglesia de Dios… Él ha muerto trabajando y peleando por la fe” (Ermitaño, Barcelona 28 de Marzo de 1872, 1-2).
Esto es sólo una parte, pero muy significativa, de los valores evangélicos que vivió con transparencia Francisco Palau y captaron sus contemporáneos: Una hombre, un religioso, un sacerdote apóstol y profeta, entregado apasionadamente sin cálculos ni reservas, viviendo la gratuidad, entregado a la Iglesia, como la única forma de existencia.
  •  Beatificado

La impronta dejada por F. Palau fue expandiéndose. La fama de santidad que le acompañó ya en vida fue creciendo hasta ser ratificada oficialmente por la Iglesia. Con su beatificación el 24 de abril de 1988 por Juan Pablo II, su figura de talla excepcional como místico y misionero, es propuesta como modelo para el creyente de hoy. Su legado más que por conceptos e ideas llega a nosotros a través de su vida. Más que sus planteamientos eclesiológicos es su experiencia de la Iglesia como una persona viva –Dios y los prójimos-la que nos ofrece una propuesta válida para acercarnos al misterio eclesial hoy.