lunes, 13 de julio de 2009

"Tú cuidarás de mí: ya soy salvo". La VIRGEN del CARMEN y el Beato F. PALAU


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Julio 16. Las fiestas de la Virgen Carmelitana
Mis relaciones en el monte con la Virgen Carmelitana
– ¿Crees en mí?
– ¿Quién eres tú?
– Yo soy la Carmen.
– ¿La Virgen Madre?
– Sí, yo soy la congregación de todos los santos del cielo y de todos los justos que hay en la tierra y debajo la tierra unidos a Cristo, mi Cabeza. Hoy pondrás en el dedo de la mano derecha de la imagen que me representa sobre el altar una cinta de oro que mi Padre ha mandado labrar, y yo la aceptaré y llevaré en signo de tu amor para conmigo y de tu esclavitud.
– ¿Tú esclava de mí?
– Sí, de amor; el amor hace prisionera a la amante.
– Con que... ¡me amas!
– De nuevo te lo declaro, y de tal modo como si no hubiera otro amado sobre la tierra.
– Lo creo porque lo dices. Si me amas, tú cuidarás de mí: ya soy salvo.
– Sí, eres salvo por amor. ¿Crees en mí?
– ¿Por qué me lo preguntas?
– Quiero confirmar tu fe.
– Bien, gracias. ¿Quieres darme signos de tu existencia y amor?
– Sí.
– Ya tengo bastantes: creo en Jesucristo, Cabeza de tu Cuerpo, y creo en la Iglesia, Cuerpo de Jesucristo tu Cabeza. No necesito más. (Mis Relaciones, 858-859)

Las tardes de últimos de julio. En la soledad del monte
Guiado mi corazón por el amor, subía hacia el monte. Y en la espesura del bosque buscaba un escondrijo donde ocultarme de la vista y trato de los hombres, y preguntaba a la soledad: «¡Oh soledad! ¡Solo yo! Yo estoy solo (con respecto al mundo). Soledad ¡cuánto vales!». Me contestó
una voz:
– Vale tanto cuanto valgo yo.
– ¿Quién eres tú?
– Yo estoy sola contigo, sola vengo a ti.
– ¿Quién eres tú?
– Yo soy única de mi Padre, no tiene otra hija que yo: en mí tiene todas sus delicias.
– Yo te conjuro en nombre de Dios vivo: dime, ¿quién
eres tú?
– Yo soy virgen, lo seré siempre, soy la Reina de estos montes, soy la Virgen Carmelitana.
– ¿Sois la Madre de Dios?
– La Madre de Dios, María, virgen como yo, me representa a mí; y yo, bajo el título del Carmelo, ordeno mis fuerzas a la destrucción del imperio del mal.
– ¿Vienes sola conmigo a la soledad?
– Sí.
– ¡Oh preciosa soledad, cuánto vales!
– Vale tanto cuanto valgo yo.
– Tú eres toda bella, infinitamente amable. ¿Por qué me humillas tanto, hermosa mía?
– Así humilde, no atribuirás a tus virtudes lo que es obra puramente mía.
(Mis Relaciones, 860-861)