martes, 28 de abril de 2009

Mística Eclesial Palautiana hoy: Características y Desafíos


Punto de partida: la realidad que nos envuelve

Nuestro seminario se ha centrado especialmente en el mensaje palautiano como místico de la Iglesia y en su actualidad hoy.
No vamos a dedicarnos en este momento a exponer un análisis de la realidad que por otra parte se puede encontrar en muchos libros y revistas[1].Sólo unas pinceladas sobre la comunidad eclesial que sirva de introducción a la iluminación de Francisco Palau: a partir del Concilio Vaticano II,

la comunidad eclesial, recibió un gran impulso y experimentó cambios importantes, pero muchos parecen haber olvidado sus líneas inspiradoras. (Iglesia como pueblo de Dios y misterio de comunión, la pluralidad de carismas en la Iglesia, la opción preferencial por los pobres…). También, hemos de reconocer que en el contexto socio-religioso vivimos una crisis comunitaria permanente, y muchas veces el miedo nos hace refugiarnos en “lo de siempre”, más que arriesgar como F. Palau en algo nuevo, en buscar puertas abiertas. Vemos los signos pero no sabemos muy bien la forma de interpretarlos y llevarlos a la práctica; es un momento de desconcierto y a la vez es un momento de crecimiento que está propiciando nuevos caminos de búsqueda. La mayoría de las Instituciones dentro de la Iglesia, se están haciendo, también, una auto-crítica que les está llevando a reconocer su falta de experiencia carismática y de coraje profético para ser verdaderamente vida evangélica radical.

En esta situación que nos envuelve y en la que participamos, Francisco Palau nos ilumina con un mensaje existencial, hecho de experiencia y compromiso eclesial (Dios-prójimos). Buscamos en él una respuesta a las inquietudes del ser humano a principios del tercer milenio y unas pautas que puedan guiarlo en ese caminar que realiza muchas veces “sin guía y sin norte”.
“Ya no me es posible ver y contemplar al Hijo de Dios bajo otra figura, noción o idea que como Cabeza, unida en el cielo, en la tierra y en el purgatorio, al Cuerpo santo de su Iglesia. Y por lo mismo, mirando la Cabeza veo en ella a todo el Cuerpo; y en su Cuerpo y Cabeza, una sola entidad y realidad que es la Iglesia”.

Características y desafíos de la mística eclesial palautiana
La experiencia mística palautiana es una experiencia que compromete con la historia a la luz de los signos de los tiempos y de los lugares. Por este motivo, iluminados por el sentido y las consecuencias de nuestro seguimiento de Jesús y de la mano de Francisco Palau, desde nuestra realidad desafiante e incierta señalamos a continuación algunas pistas que nos ayuden a vivir y testimoniar la experiencia del misterio de comunión y a expresarla en compromisos concretos. Cómo podéis ver éstas son incompletas. Es trabajo de cada cual, con la ayuda de los temas propuestos y la bibliografía que en ellos se señala, buscar los textos apropiados y completar cómo se pueden concretar su vivencia en el momento actual:
· Trinitaria
Obviamente, la Santísima Trinidad siempre ha sido fundamental para la teología cristiana, pero en la experiencia mística de Francisco Palau tiene un relieve especial, no sólo como origen y término de la Iglesia, adelantándose a la formulación del Vaticano II, sino como modelo de encuentro, de relaciones auténticas en el amor, como una alternativa saludable al aislamiento y el individualismo, que han acosado espiritualidad cristiana durante demasiado tiempo.
“Siendo Dios y los prójimos, esto es, la Iglesia santa, la imagen viva y acabada de Dios trino y uno y el objeto esencial y accidental, o pri m a rio y secundario del amor del hombre viador, la presencia de la cosa amada por fe en él produce el amor perfecto entre los dos amantes; y los dos son el espejo donde m i ra Dios Trino y Uno su imagen y se complace en ella”.
El misticismo cristiano en el futuro será cada vez más Trinitario porque es esencialmente relacional. Por lo tanto, la participación en la Trinidad, nuestro destino como místicos cristianos nos conduce a entrar en el corazón de Dios amor, que a través de Cristo y del Espíritu, nos encontramos en la corriente de la economía del amor divino, que transforma todas nuestras relaciones y nos convierte en Iglesia, “misterio de comunión”. En un mundo en el que el Dios «útil» comenzaba a derrumbarse, Francisco redescubre el rostro del Dios Alianza a través de las formas pobres y paradójicas de su Iglesia.


· Eucarística.
“Tú te unes a mí y yo contigo, consumando esta unión el augustísimo Sacramento del altar: allí yo me entrego y doy toda entera a ti. ¿Qué quieres haga más para complacerte? ¿Quieres más muestras de mi amor?”
El de la Eucaristía es un tema recurrente en Francisco Palau. Y es obvio por ser la Eucaristía origen y fundamento de la Iglesia[2] y la actualización y realización perfecta de la comunión eclesial, “pues allí está mi Cabeza [habla Rebeca]; y donde tengo mi cabeza (Jesús sacramentado) estoy yo, y dándose la cabeza a ti, se te da todo el cuerpo por amor…”[3]. Francisco Palau vive con tal profundidad este misterio que es la entrega mutua entre Cristo —Esposo e Iglesia —Esposa, que experimenta en la Eucaristía la presencia mística de la Iglesia, del Cristo Total, que a su vez solicita la reciprocidad de amor. Por eso espera cada día con impaciencia el momento de “el santo sacrificio del altar”, donde él experimenta profundamente esta entrega mutua.

“—¿Soy una misma cosa contigo? —Así es.
—No te vayas jamás de mí.
—Si tú no me borras de tu corazón con el desamor y de tu entendimiento por el olvido, yo estaré contigo, y donde yo esté estarás tú, y tú donde yo.
—No lo permitas tú. ¿Es que puedo olvidarte?
—Sí, claro está.
—¿Y dejarte de amar?
—También.
—¡Infeliz de mí! ¿Hasta la tarde? No, no. Vuelve sombra, vuelve querida Rebeca, vuelve y no me hagas esperar tanto; ahora mismo. —No, a las ocho. —¿En el santo sacrificio del altar? —Sí, allí yo me daré a ti, allí reclinaré mi cabeza en tus brazos, allí te daré mis carnes y mi sangre, allí me daré hoy mismo toda a ti...”[4].
De aquí que sea la celebración eucarística una ocasión privilegiada para renovar su profesión religiosa[5]. Reiterar una y otra vez sus votos es para él una urgencia suprema de su relación de amor con la Iglesia[6]. Es un acto diario y para que no se convierta en rutinario le da gran importancia a la preparación, por eso pone en boca de Rebeca estas palabras:
“Sí disponte. Entiende y atiende esta gran verdad: cada día en el santo sacrificio del altar yo renovaré contigo mi contrato matrimonial, y tú disponte para este acto; cada día allí me desposaré de nuevo contigo, no lo olvides. Y si lo olvidaras, allí a la consagración te haré sentir mi presencia”[7].
Esta diaria renovación del amor y la entrega a la Iglesia “como si fuera el primer día” es tan significativa para Francisco Palau que insiste una y otra vez en ella:
“—Contéstame, paloma mía: dime, ¿me amas?
—Sí, yo te amo.
—¿Qué signos me das para creer en tu amor para conmigo?
—Los siguientes: 1º. Me he revelado y descubierto a ti; no me conocieras si no te amara. 2º. En el altar te doy mi sangre y mi cuerpo, ¿crees esto? —¿Eres tú Jesús? —Soy tu Amada, soy tu esposa. Jesús es mi cabeza: en el altar, al entregarse la Cabeza se da moralmente todo el cuerpo. ¿Crees esto? —Yo lo creo. —Pues ¿qué más pruebas quieres de mi amor? —Ninguna más: ésta sola las lleva todas. Yo no dudo de tu amor para conmigo, sino del mío para contigo. ¡Oh, si yo te amara!”[8].
En este párrafo se encuentran todos los aspectos o elementos constituyentes de la Eucaristía: el aspecto esponsal, en cuanto se da una entrega de posesión mutua, íntima y exclusiva; el aspecto sacramental, en cuanto que la unión espiritual está representada por el cuerpo y la sangre ofrecida por Cristo en el altar; el aspecto ministerial, en cuanto distingue a Jesús como cabeza, de su cuerpo moral o místico y es por medio de la cabeza como se realiza la entrega de todo el cuerpo; y por último, la Eucaristía es un compromiso de amor que reclama la conversión continua y se convierte en comunión y servicio a todos los miembros que conforman el cuerpo de Cristo.
Estos textos son suficientes para entender hasta qué punto, está en conexión con su experiencia eucarística como símbolo de su relación esponsal con la Iglesia. Para Francisco Palau en definitiva, la Eucaristía es “el lecho nupcial donde se unen el Amante y la Amada y en esta unión inefable funda la Iglesia su maternidad”[9]
· Femenina-Mariana.
Cada una de las mujeres elegidas por Francisco Palau es una llamada a descubrir y celebrar la dignidad y el privilegio de mujeres-madres. La dimensión de la maternidad como servicio es aplicada por Palau a la Iglesia y a sí mismo como repercusión y consecuencia inevitable de su unión a ella; aquí está la raíz de redescubrirse continuamente como padre y esposo, cuyo servicio no son tanto las actividades materiales que emprende a favor de la Iglesia, sino su actitud interior de entrega, total y permanente, de dar su vida por ella. Esta es la misma actitud que pide en sus cartas a las Hermanas. Las CM hemos recibido de nuestro fundador esta rica herencia de experimentar el misterio de comunión desde nuestro ser femenino, considerando a cada persona como parte de nuestro propio ser[10].
No se trata de la maternidad biológica, sino de una actitud fundamental frente a la vida. Toda persona es maternal cuando permite que la vida crezca y la fomenta; cuando respalda y sostiene al débil; cuando sale al encuentro de las personas con calor y solicitud. Reafirmar lo maternal significa ser consciente del don de que somos portadoras. Desarrollar la actitud de dar y recibir, de desasirse y dejar crecer, es ya en sí una senda espiritual que le permite a la mujer penetrar cada vez más en el misterio del ser mujer, pero también en el misterio de Dios, el cual, en el fondo, es Madre[11] (Is 45, 10; 49,15s; 66,13; Os 11,1-9; Sal 27, 10).
Ser madre es orientar los afectos y la ternura en dinámica de Buena Noticia: querer de verdad a la gente, y sobre todo a los pequeños, y no perder la libertad ante nuestras tendencias posesivas es un proceso que lleva toda una vida. Como consecuencia nos ofrece la posibilidad de experimentar dimensiones completamente distintas de nuestra persona de las que entran en juego al ejercer una profesión. Es la Maternidad entendida en la dimensión de servicio con que es presentada María en la Escritura. La madre de Dios es en realidad la sierva del Señor, la que interpreta la misión materna en la línea religiosa de los “siervos de Yahveh”, como servicio para el género humano, a fin de que se realice en su vida la voluntad salvífica de Dios[12].
Quiero destacar que a la maternidad viene vinculada, sobre todo, el valor de la comunión como relación. Es precisamente en el seno de la madre donde se hace carne aquel misterio de comunión/libertad que caracteriza a todo ser humano. Ser madre es «ponerse en relación con», pero respetando plenamente el misterio de la libertad del otro sin dominar, sin expropiar, sin poseer[13]. Como hace Dios. La teóloga canadiense Monique Dumais expresa así la estrecha relación que vive la mujer desde el mismo momento de la concepción: «Las mujeres que han concebido, llevando dentro de sí durante nueve meses el cuerpo de un nuevo ser, que han vivido el parto con dolores de mayor o menor intensidad y que, finalmente, han estrechado entre sus brazos a ese pequeño ser tan amado que acaban de dar a luz, dicen con emoción: Esto es mi cuerpo»[14]. Es evidente la evocación a la Eucaristía en estas palabras. La maternidad - virginidad - esponsalidad encuentra su realización en el sacramento de la Eucaristía y en el sacramento de los hermanos más necesitados, ellos son el cuerpo de esa mujer que es la Iglesia:
“Tu amada Esposa, tu Hija, está y estará en el templo de Dios vivo día y noche, su Cabeza -Cristo Sacramentado- reclinada sobre el altar. Cuida de ella-la militante- enjuga sus lágrimas, consuélala en sus aflicciones, alivia sus pesares...”[15].
La femeneidad en la espiritualidad palautiana es una llamada a vivir la plenitud teologal del misterio eclesial expresada en dos realidades ordinarias sencillas aparentemente contrapuestas: pan y hambrientos, convertidos en sacramentos inseparables.
Quizás hoy, la maternidad simbolizada por las mujeres bíblicas, controvertida y dolorosa; fruto de la intervención divina, amasada en la angustia y la esperanza[16], es un referente para la situación de oscuridad que en tantos lugares vive la humanidad, la Iglesia, la misma vida religiosa. Pienso que descubrir en la actualidad toda la riqueza de esta dimensión femenina es una invitación a dejar las lamentaciones para concentrarnos en la vida que está surgiendo y una fuente de energía para renovar nuestra entrega al Reino como mujeres nuevas.
El Beato Francisco Palau descubre un nuevo rostro de iglesia fresco y atrayente dentro de las rígidas estructuras eclesiásticas de la España del siglo XIX. Con sus símbolos e imágenes, profetiza una Iglesia con rostro de mujer que se hace visible en cada persona, sin distinción de sexo, que es movida por el Espíritu a vivir acogiendo los brotes de vida, protegiéndola, alentándola, defendiéndola; un rostro que está más cerca del perdón que de la condena, del servicio amoroso que del poder ambicioso; que como María sabe unir en ella los polos más opuestos, el cielo y la tierra; por lo tanto lugar de encuentro de Dios y los prójimos, de conciliación y fraternidad; que en definitiva se deja alcanzar por el misterio de comunión en sus múltiples facetas. La mujer con su corporeidad se convierte para Francisco Palau en un lugar privilegiado para expresar el misterio de una Iglesia más encarnada como espacio de salvación; como llamada a la siembra, al crecimiento y al desarrollo de la fe, porque como seno fecundo acoge, cuida, protege y alimenta a la semilla, que es Verbo encarnado. Con su tipología femenina Bíblica Palau nos invita a experimentar la juventud, la belleza, el ánimo luchador y la capacidad de respuesta constructiva en un medio de las dificultades; la virginidad, maternidad y esponsalidad como transparencia de vida, servicio total y desinteresado y fecundidad.
· Encarnada y misionera.
No hay personas ni situaciones donde Dios no esté y donde no pueda ser contemplado. Hay que cambiar la imagen de Dios si queremos encontrarlo en las situaciones sin salida, en las vidas fracasadas. En este sentido es muy elocuente este diálogo que sostiene una vez más Francisco Palau con la Iglesia:
“Déjame solitario en el desierto y salvo de la solicitud y cuidado de los otros; viviré sólo para ti.
– Es un error. ¿Crees que es olvidarme tomar cuidado e interés en el ganado confiado a mi amor? «Obras son amores, y no buenas razones». Cuando tú para cuidarme a mí te olvidas de ti, estás seguro a mi cuidado: yo cuido de ti.
A mí me hallarás solitaria en los claustros, desiertos y ermitas, y pastora en medio de los pueblos, peregrina en los caminos, y toda en todos y en todas partes donde la caridad ejerce sus actos y funciones”. MR949.
Es necesario bajar al encuentro de Dios (Flp 2,6-9). Se nos hace fácil encontrar a Dios en la belleza, la justicia, la armonía, el amor… Se nos hace difícil descubrir a Dios cuando se presenta como diferencia que nos desinstala, como necesitado que amenaza nuestros haberes, como violencia que nos hace temblar y nos encoge. Pero Jesús se identificó con los últimos, y el juicio final sobre el valor de la vida humana es precisamente el descubrirlo a él en esos últimos. Francisco Palau no puede ser más claro en este sentido:
“Mírale en este cuerpo que es su Iglesia, llagado y crucificado, indigente, perseguido, despreciado y burlado. Y bajo esta consideración, ofrécete a cuidarle y prestarle aquellos servicios que estén en tu mano”. Carta 42. A Juana Gratias en Gramat (Francia).
Se purifican los sentidos para percibir y anunciar a Dios de otra manera, como el que va delante, el que nos precede siempre en Galilea, al que tenemos que descubrir hoy entre nosotros como una fuente inagotable del sentido y la alegría insobornable del Resucitado. Esta forma de vida fue asimilada en toda su radicalidad por Francisco Palau que vive y enseña a vivir ocupados y preocupados por el bien de los demás. Él nos propone un cristianismo cada vez más encarnado, estar cada vez en la primera línea de cuestiones de justicia social — atendiendo las necesidades más urgentes de la sociedad, que son las llagas de Cristo en su Iglesia terrena.
· Portadora y transmisora de armonía, estética y belleza.
Francisco Palau sabe retirarse al hondón del alma solo con la amada, pero sabe igualmente contemplar con los ojos muy abiertos la belleza que le rodea, y unirse a ella para alabar al creador, como hemos visto. Sólo un par de citas más para confirmarlo:
“Subía yo de paso lento en la contemplación de tanta belleza, y llegué a la cima del monte al rayar la aurora”. MR919.
“La noche era clara y serena. Todo se mantenía en calma: la luna, toda llena, convertía en un día la misma noche, y yo estaba solo sobre la cima del monte mirando Barcelona y sus alrededores: ¡qué panorama!...”. MR853-854
“La Iglesia es una belleza inmensa, porque reúne en sí todas las perfecciones y atributos que forman la imagen del mismo Dios” MR970.
El de la belleza es un rasgo repetido en todos los escritos de Palau pero especialmente aparece en la descripción de las figuras bíblicas que utiliza para representar a la Iglesia: Rebeca, Raquel, Débora y Yahel, Judit, Ester, Sara, María y la Mujer el Apocalipsis. El encuentro profundo en el amor le hace descubrir a la Iglesia como alguien de infinita belleza que le atrae irresistiblemente hacia ella:
“¡Vi a mi amada y me uní con ella en fe, en esperanza y amor! Su presencia satisfizo mi pasión y con ella yo era feliz, su belleza me bastaba. Dios y el prójimo, o sea, la Iglesia católica se me apareció tan bella como una divinidad...” MR 719.
La contemplación de la belleza de la Iglesia se hace urgencia, pasión y servicio incansable a los hermanos; su actividad misionera se consolida, se interioriza. No consistirá sólo en acciones para combatir el mal que obstaculiza la marcha de la Iglesia, sino en esa misión tan propia suya y que él define tan hermosamente, como es predicar la belleza de la iglesia con la finalidad de que todos la amen:
“Mi misión se reduce a anunciar a los pueblos que tú eres infinitamente bella y amable y a predicarles que te amen. Amor a Dios, amor a los prójimos: éste es el objeto de mi misión. Y tú eres los prójimos formando en Dios una sola cosa” MR 886.
La verdadera belleza brota de la armonía interior, de ser irradiación y reflejo de la suma belleza trinitaria que nos habita. Esto, es lo que le otorga atractivo y gracia. Lo exterior debe ser reflejo de ese orden interior, de aquí que el vestido y el alimento, aunque pobres debe ser limpio y esmerado.
“Sed pobres en el vestir, pobres pero decentes, limpias y modestas; sed pobres en el comer, pero curiosas y limpias…” (Carta 7. A las Hermanas de Lérida y Aytona)
Esta actitud palautiana nos invita a hacer de la estética una forma de vida, cuidando hasta los más pequeños detalles de la vida cotidiana. Nos inculca la necesidad de hacer transformar nuestra mirada para, sin perder de vista la realidad, saber descubrir lo positivo, lo bello que existe en las personas, los acontecimientos, la naturaleza... en nosotros mismos, y potenciarlo. Propagar así, con una actitud existencial la belleza a nuestro alrededor y hacer más hermosa la vida de las personas que nos rodean. Esta actitud positiva hacia las personas, los acontecimientos y la naturaleza, las cosas, favorece enormemente la comunión y la buena relación entre las personas. De esta forma, a través de la gratuidad del encuentro y la contemplación gozosa de todo lo que nos rodea, la Iglesia, las comunidades cristianas, la vida religiosa, cada una y cada uno de nosotros, será para el mundo la belleza de la buena noticia que necesita y espera.


Descubrir el camino de la belleza nos libera de actuar por la fuerza y nos sitúa en el plano de la gratuidad. Sólo desde la gratuidad podemos entender el poder del arte y la estética para expresar el misterio del ser y de la misión de la Iglesia como espacio de comunión. Porque la gratuidad representa todo cuanto nunca será mensurable, contable, rentable en el sentido estricto del término; pero sin esta gratuidad el hombre se autodestruye. La ternura de Dios, la música, la pintura, las flores, la poesía, el don de sí, la amistad, la benevolencia..., no sirven para nada en un plano estrictamente «utilitario»; pero sin ellos no habría belleza, la tierra se convertiría en un monstruoso planeta de robots. Nada es más rentable ni más eficaz para el porvenir del hombre que experimentar la belleza que aporta la gratuidad. En una sociedad en la que todo debe ser rentable, estamos llamadas y llamados actualizar el espíritu de gratuidad palautiano; ser testigos de la «gratuidad» del amor se vuelve de una urgente y vital actualidad. Sin esta gratuidad vivida libremente, gozosamente, la tierra corre el peligro de morir de asfixia espiritual. Reforcemos esta dimensión cristiana aparentemente tan poco «rentable» y, sin embargo, tan necesario y tan creadora para el futuro del hombre.
· Bíblica.
Estamos llamados a releer para nuestro tiempo el carisma que nos ha transmitido Francisco Palau. Él nos invita con su vida a partir siempre de la Palabra de Dios para saber leer los signos de los tiempos y de los lugares con fidelidad a Cristo, al pueblo de Dios, al hombre y a la mujer de hoy como lo hizo Francisco Palau en su tiempo:
“Tú me conocías por las santas Escrituras, y como en ellas el Espíritu Santo nos ha dado por destino ser una figura y sombra de la Iglesia santa, obediente a las órdenes del Señor, vine para que en mí vieras tu Amada la Iglesia santa” MR749-750.
· Cósmica- ecológica.
Valora la naturaleza, la personifica, la canta, es el escenario privilegiado de sus encuentros con la Amada, es su templo.
· Integradora.
Francisco Palau entrevió en la Iglesia la síntesis de todos los dones de Dios a la humanidad. Al descubrir místicamente a la Iglesia su vida se simplifica y unifica alrededor de ella. Su mística es contemplativa y a la vez activa, profética y evangelizadora.

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[1] Una buena síntesis podemos encontrarla en las conclusiones del I Congreso de Mística Teresiana “Caminar en la luz”, CITES-Ávila, Septiembre 2008. Para verlo, mantener presionada la tecla Ctrl y pulsar en uno de los siguientes enlaces:
[9] MR 95.
[10] Esto lo expresa preciosa y profundamente en los textos eucarísticos como veremos enseguida.
[11] Precisamente, la mayor dignidad de la mujer en cuanto madre, es que en ella cobra expresión el misterio de Dios en el aspecto maternal, consolador, solícito y amoroso. Desde la aurora de los tiempos, los seres humanos han sido conscientes de esto cuando han adorado a la Diosa Madre. Han comprendido el misterio de la madre. La madre representa algo esencial de Dios. Remite a la Gran Diosa, que nos regala vida y cuida de que la vida se transforme, de que madure hasta transformarse definitivamente con la muerte. Ella no sólo es la madre nutricia, es la madre de lo viviente. Engendra nueva vida, la protege, la cuida, la transforma.
[12] Cf. LG 56
[13] Precisamente el lado oscuro del arquetipo de la madre estaría por un lado en el maternalismo posesivo (sobreprotección y voluntad de hacer al otro/a mi imagen y semejanza con todo lo que conlleva)
[14] Citado en M.T. PORCILE SANTISO, La mujer espacio de Salvación. Misión de la mujer en la Iglesia, una perspectiva antropológica, Publicaciones Claretianas, Madrid 1995, 254. Cf. E. ROSANNA, La riqueza de ser mujer. Antropología, maternidad y consagración, Sígueme, Salamanca 2004, 93-100.
[15] MR 745–6. Cf. MR 834-5; 837-839.
[16] De todas las mujeres bíblicas es paradigmático, sobre todo, el grito de angustia de Raquel al que alude el profeta Jeremías, como el grito de toda madre, es sobre todo un clamor por la vida. y la promesa de esperanza por parte de Dios. A la llamada de la madre como en tantas otras ocasiones en la Historia de la Salvación, el Señor responde con una promesa después de consolar a la madre angustiada: “Hay un futuro de esperanza para ti, dice el Señor, los hijos volverán a su territorio” Dios invita a Raquel a suprimir el llanto para que todo su ser se concentre en la promesa, en el anuncio esperanzador de un futuro dichoso para sus hijos. Como en vida preñó su vientre estéril ahora fecunda su vacío de hijos con la promesa de su vuelta.