miércoles, 2 de diciembre de 2009

"Y vi la Iglesia santa, y sintiéndome unido a ella, mi alma, abatida por su lucha con Dios a favor de la Iglesia, tomó aliento, vida y vigor" MRel


FRANCISCO PALAU, Defensor de la vida (Ester Díaz S., carmelita misionera)

No es que en nuestro entorno social la vida cotice al alza. No. Nos estremece pensar que se la seleccione de la manera que lo hacemos y que incluso legislemos para eliminarla. Al comienzo de su recorrido, al final y cuando no es perfecta, según los esquemas biológicos y por ello comporta problemas o atención específica. No todos estamos de acuerdo con semejante proceder. Cierto. También lo es que tenemos muchos y significativos defensores de la vida. Tanto en la actualidad como entre nuestros ascendientes. Uno de ellos es el formidable compañero de camino, Fco. Palau i Quer: hijo de nuestro pueblo y todo un referente para nosotros.
Palau tomó conciencia de que desde niño poseía el secreto de la vida: el amor. No lo generó él. Tampoco nosotros. Unos y otros nos limitamos a acogerlo. Pero ese rescoldo de vida, puro regalo, reclamó todo el empeño de nuestro buen amigo. Así pudo desplegar sus numerosas posibilidades. Se empeño en buscar vida allí donde se encontrara. Y en vivir semejante aventura desde lo mejor de sí mismo. Estaba seguro que procurarla y enriquecerla contribuía a hacer realidad el mejor de sus sueños. No tenía miedo a perder la existencia, hecha de temporalidad, si con ello se le regalaba la plena y permanente. Era la que ansiaba y priorizaba.
Aunque tiene estaciones de apogeo, a la vida hay que sustentarla de forma continuada. En el día a día insistente e integrado por numerosos y variados reclamos encuentra la débil centella de la vida el pábulo ineludible para su crecimiento. Por ello, el receptor ha de permanecer vigilante y solícito para colaborar en semejante acontecimiento. Eso fue lo que realizó Palau a lo largo de su existencia.
Pese a que él lo desconocía la vida le afloraba constante a través de numerosas manifestaciones. Por fin se enseñoreó de su propia persona. Le transformó, le hizo nuevo: cercano y auténtico, sencillo y profundo, transparente e implicado en situaciones arduas.
Palau es todo un desafío para nosotros: personas que no valoramos la vida en su justa medida, que nos conformamos con mínimos, que merodeamos por los aledaños de las apariencias, de la trivialidad, del sinsentido.
Si la vida es el mejor regalo que hemos recibido, reclama ser vivida con agradecimiento y tesón; con audacia y gozo.