Introducción: “Como carmelita, como hijo de Santa Teresa”
Es obligado comenzar esta comunicación
haciendo alusión a la persona de Francisco Palau y su relación con el Carmelo
teresiano. No podemos prescindir de unos datos históricos y biográficos
fundamentales, pues sin ellos no es posible una comprensión de sus actitudes y
doctrina que enlazan con su trayectoria espiritual como carmelita. Es esta
trayectoria la que constituye el eje de su vivencia, y la que transmite a los
que con él se relacionan.
Si revisamos su biografía vemos que un momento
crucial de su juventud es su entrada en el Carmelo. Después de unos años en el
Seminario diocesano de Lérida (1828-1832), encaminó sus pasos al noviciado de
los Carmelitas Descalzos en Barcelona (1832).
Está convencido que aquí encontrará su lugar,
su rumbo concreto, la forma definitiva en que debe realizar su proyecto de vida.
Cuando realiza su consagración en el Carmelo, conoce las consecuencias del paso
que va a dar, pero nada ni nadie puede impedirle una respuesta radical al
compromiso adquirido, como nos demuestra estas palabras suyas: “cuando hice mi
profesión religiosa la revolución tenía ya en su mano la tea incendiaria para
abrasar todos los establecimientos religiosos... No ignoraba yo el peligro
apremiante a que me exponía... me comprometí, sin embargo, a votos solemnes a un
estado, cuyas reglas creía poder practicar hasta la muerte, independientes de
todo humano acontecimiento”.
El 25 de julio 1835 la revolución incendió su
convento; no llevaba aún tres años completos en él cuando se ve arrojado del
mismo violentamente. Ante la brusca interrupción de su vida claustral intenta
compaginar, lo mejor que puede, la nueva situación con su profesión
religiosa,
pues estaba convencido que: “para vivir en el Carmen sólo necesitaba de una cosa
que es la vocación”.
Esta situación política culmina, por entonces, con un decreto en el que se
prohíbe a los religiosos volver a sus conventos y vestir en público el hábito
religioso; a pesar de ello se prepara para la ordenación sacerdotal que tiene
lugar en Barbastro (1836). A partir de este momento, vive una nueva situación,
la de sacerdote y carmelita exclaustrado. A pesar de su corta etapa de
formación, la espiritualidad carmelitana empapó su persona, y fue para siempre
luz que alumbró su caminar y la forma personal de responder a su misión en la
Iglesia.
A lo largo de toda su existencia y en su
magisterio queda demostrado que la espiritualidad carmelitana, caló en su
interior, creció en su corazón, se transformó en experiencia e inspiró su vida y
su obra. Abiertamente atribuirá a Santa Teresa su misión y carisma de fundador:
“Estudiando ciertos incidentes de mi vocación a la orden de Santa Teresa, creo
me llamó ésta a su Orden para esta obra”
Un elemento a tener en cuenta es la importancia
que tiene para él la figura del contemplativo, cuyo modelo ve en el profeta
Elías. Tiene conciencia clara de su herencia eremítica, pero también misionera y
profética. Se hace eco de las palabras de Santa Teresa en el Camino de
Perfección: "Acordémonos de nuestros Padres santos pasados, ermitaños, cuya vida
pretendemos imitar"[.
En La lucha del alma con Dios, partiendo del texto de Santiago, que
coloca al profeta Elías como modelo de orante (St 5,16-18), lo toma él también
como referente y anima a orar con insistencia.
Se siente ligado al Carmelo de Elías y de
Teresa de Jesús cuando desterrado en Ibiza se retira al islote del Vedrá, cuando
se retira en las cuevas o en el monte para vivir su soledad y expresar su
vocación contemplativa, como el profeta tiene su Horeb. Así lo manifiesta en sus
apuntes íntimos:
“Como carmelita, como hijo de Santa Teresa no
puedo menos que besar estas llaves que me tiene encerrado dentro de estos muros
de aguas mediterráneas [...] Aquí tengo más de lo que pedía en mis dorados
ensueños cuando joven, sobre vida contemplativa soñaba. Aquí tengo mi celda, mi
cielo; aquí puedo con todas mis fuerzas emplearme como buen sacerdote con Dios
Padre los asuntos y los intereses de Jesucristo y su Iglesia.
Podríamos seguir aportando datos de su total
conexión con el Carmelo a pesar de verse obligado por las circunstancias
políticas a vivir exclaustrado, pero nuestro objetivo es presentar brevemente su
entronque con el Carmelo teresiano, para poder comprender como la asimilación de
este carisma se refleja después en sus obras. En este caso, en la Lucha del
alma con Dios.
Dado que todo este congreso está dedicado a
profundizar en el Camino de Perfección, no me voy a detener en esta
comunicación a sobreabundar en el tema que autorizados especialistas han
desarrollado en este congreso. Así que en esta exposición me limitaré a resaltar
aquellos puntos en los que destaca más la resonancia y acogida del Camino de
perfección en el escrito primerizo palautiano, la Lucha del alma con
Dios.
Consciente de la limitación de tiempo y espacio
que conlleva una comunicación me centraré en dos puntos focales como son la
oración y la centralidad de Cristo, otros tan importantes como la Eucaristía o
la acción del Espíritu, el Dios que proyectan ambos autores en sendos escritos,
o la Iglesia, sólo se pueden tocar tangencialmente. Antes de hacer una
comparación de ambos autores, considerando que el escrito de Francisco Palau es
poco conocido, haremos una breve reseña de su contenido.
1. Presentación de La lucha
del alma con Dios
La Lucha del alma con Dios, fue
escrita por Francisco Palau en Montauban (Francia) 1843, durante los primeros
años del largo periodo que su autor estuvo exiliado en aquel
país.
Desde su expulsión violenta del convento
carmelitano de Barcelona, en 1835, este carmelita exclaustrado había comprobado
personalmente la trágica situación de la Iglesia española. Estaba comprometido
en su recuperación a través de la recristianización de la sociedad, pero había
sido “vomitado por la revolución al otro lado de los Pirineos”.
La situación en lugar de mejorar, iba
empeorando. Crecía dentro de su alma la preocupación por la Iglesia y por la
patria. Desde Roma el Papa Gregorio XVI urgía al mundo entero para orar por la
crítica situación de la Iglesia en España. La
lucha del alma con Dios es la respuesta a la llamada del Papa. Con este
libro sobre la forma de orar por la Iglesia, inicia Francisco Palau el
apostolado de la oración junto con el de la pluma. Describe con tonos dramáticos
la situación de la Iglesia para convencer a sus lectores de la urgente necesidad
de aplicarse a su remedio; no hay otro que la oración y el sacrificio. Ofrece en
las páginas del libro una manera concreta de llevarlo a la práctica. El conjunto
del libro integra todas las formas y variaciones de la oración cristiana. La
obra está encaminada, en efecto, a enseñar cómo orar para este fin de forma
fructífera, para que el libro pueda servir de guía a quien busca una orientación
precisa. Su reimpresión en la célebre colección Librería religiosa de Barcelona
en 1869 es un índice de su influencia. Sobresale en este libro la dimensión
apostólica de su oración, tan concreta en sus intenciones y a la vez tan variada
y universal. La universalidad de esta oración queda clara cuando leemos en carta
a Juana Gratias: “La Lucha del alma con Dios, ese librito te dará doctrina. No
hay sino cambiar de objeto. En lugar de España ha de ponerse la Iglesia
universal”.
Es un escrito en forma dialogada destinado a
despertar la necesidad de la oración por la Iglesia perseguida, en toda Europa,
especialmente en España, dada la falta de “maestros espíritu que enseñen a
orar”.
Junto a la idea base de la eficacia apostólica
de la vida oración y sacrificio –eje de todo el libro– surge, como en
el Camino de Perfección, otra motivación: la urgencia de compartir
idéntica inquietud con otras personas colocadas en situación
parecida.
El objetivo del autor es, como director
espiritual, “servir al director principal, el Espíritu Santo, para que en V.
pueda negociar con el Padre y el Hijo los intereses de la religión católica en
España”.
La oración se entiende en su sentido más
amplio: como estilo de vida y como ejercicio concreto de plegaria. Lo que él
llama con frecuencia «oración y sacrificio por la Iglesia». Ofrece en sus
páginas «todo lo que puede humanamente practicar quien desee sinceramente
cooperar con el Espíritu Santo en esta lucha».
En cuanto a la estructura y contenido, la
"Lucha del alma con Dios" empieza con lo que podríamos llamar "introducción",
con dos apartados, uno que se refiere "al lector" y otro a "carta de un
director". La Obra se divide en seis "conferencias", cada una de las cuales
consta de uno o varios capítulos.
Cómo santa Teresa, le dedica especial atención a la oración evangélica por
excelencia, el Padre Nuestro.
2. Resonancias y relectura
del Camino de
perfección en la
Lucha del alma con Dios
En todos los escritos de Francisco Palau
encontramos referencias teresianas, explícita o implícitamente. Pero sólo en el
caso de La lucha del alma con Dios, toda la obra está sustentada por
las preocupaciones básicas que laten en el Camino de Perfección. El
mismo autor establece un paralelismo directo tanto en la motivación como en la
finalidad del escrito, con la obra teresiana. Veamos algunas
coincidencias:
a) “En este tiempo
vinieron a mi noticia los daños de Francia y el estrago que habían hecho los
luteranos”
“De santa Teresa de Jesús, nuestra paisana y
doctora de la Iglesia, sabemos por sus mismos escritos que se propuso en la
oración alcanzar de Dios la conservación de la religión católica en España y que
no la infestara con su infernal aliento la bestia inmunda del protestantismo,
que hacía en aquel tiempo los mayores estragos en el vecino reino de Francia.
Fue oída, según parece, pues nos dice ella misma (Segunda relación) que jamás
pidió cosa en la oración que no la viese cumplida; y ni ahora que todos los
errores hallan abiertas de par en par las puertas de la malhadada España hallan
en ella eco las carcomidas herejías del siglo XVI”.
b) “No es tiempo de
tratar con Dios negocios de poca importancia”[17]
“Ha de saber V., y quisiera lo supieran todas
las almas de oración, que uno de los mayores negocios, el mayor tal vez, y al
que todos los demás estaban subordinados, que agenció con Dios en la oración
santa Teresa fue la conservación de la religión católica en España. A este fin
conmovía todas las almas de oración. Y en esta noble empresa su director,
protector y maestro fue san José.
c) “Ya, hijas, habéis
visto la gran empresa que pretendemos ganar”[.
Francisco Palau asegura que “nuestra lucha
es la misma que entonces”.
Por esto, se solidariza con el proyecto teresiano del Camino de
Perfección y afirma que la empresa en la que está empeñado es la misma que
pretendía ganar Santa Teresa en su tiempo y consecuencia de ella, “pues la
impiedad que ahora combatimos no es más que el resultado de la pretendida
reforma o desbordamiento general de todos los errores que abortó Lutero y sus
secuaces”[.
Por lo tanto aplica el mismo remedio.
Pero la filiación no termina ahí, podemos
señalar otros puntos de conexión entre el Camino de perfección y la Lucha del
alma con Dios. De esta comparación destacamos:
· La
relación entre lenguaje y experiencia en ambos autores.
· La
atención a la realidad circundante como punto de partida de Camino y
Lucha.
· El
compromiso con el drama histórico de la Iglesia, como respuesta, por medio de la
oración hecha vida evangélica.
· La
centralidad de Cristo
· La
dimensión misionera y eclesial de la contemplación
2.1.
Lenguaje y experiencia
Como en el Camino de Perfección, en
la Lucha del alma con Dios observamos una estrecha relación entre
lenguaje y experiencia. Esta relación se concreta en el estilo epistolar y
didáctico de ambos escritos. Igual que Teresa, Francisco Palau, piensa siempre
en el lector a la hora de elegir el método: «He adoptado la forma de diálogo y
de conferencias entre Vd. y yo, ya porque me ha parecido que dejaba más libertad
al espíritu para manifestarse, ya porque se acomoda más a la llaneza con que
quiero expresarme».
Las conferencias o diálogo entre director y dirigida no son más que el tablero
de ajedrez sobre el compiten la dama y el rey,
en el caso de Lucha, la persona orante y Dios, especialmente a partir
de la cuarta conferencia.
Desde el título de la obra, Lucha del alma
con Dios, se percibe el espíritu combatiente de Teresa y así como en el
juego de ajedrez todo movimiento tiene una finalidad precisa: contribuir a
rendir al rey, en Palau toda la vida de los seguidores de Jesús, con sus
actitudes evangélicas, está encaminada también a rendir a Dios a favor de su
Iglesia[24].
Por este motivo todo él está entretejido del
simbolismo de la militancia, haciendo en ocasiones referencia explícita a Santa
Teresa. Citamos sólo un ejemplo:
“Tome, pues, V. en esta terrible lucha que ha
emprendido con Dios a san José no sólo por abogado, sino aun por maestro; y verá
V. cómo le enseñará el manejo de las armas espirituales al modo que lo enseñó a
santa Teresa”.
El sentido metafórico de la lucha palautiana
remite a la “determinada determinación” como actitud global, que define al
orante de una manera existencial y vital. En sentido metafórico remite a la
lucha, al combate, a la pelea: ‘pelead’, ‘no estáis aquí a otra cosa sino a
pelear’ (C 20,2).
Lo mismo que la lectura
del Camino introduce en el paisaje interior de la autora, cómo vive
ella en lo hondo del alma el drama de Europa y de la Iglesia envueltas en
guerras y violencia,
así quien se introduce en la lectura de Lucha se encuentra con el alma
desgarrada de Francisco Palau ante los infortunios y penalidades de la época que
le tocó vivir:
“Nuestra desventurada patria ha sido como
inundada con la sangre de sus propios hijos, degollados por sus mismos hermanos,
y sus fértiles y hermosos campos convertidos en vastos cementerios.... Hemos
visto por todas partes la devastación, el horror y la muerte…De un jardín
amenísimo que era –poblado de árboles frondosos cargados de flores embalsamadas
y frutos deliciosos, cerrado a toda herejía e impiedad, cultivado por una
infinidad de celosos sacerdotes y de apostólicos predicadores, regado por las
aguas cristalinas que manaban de los siete sacramentos y, en fin, hecho todo una
delicia para su Señor Jesucristo– se halla convertida en un bosque cubierto de
espinas y maleza, en donde tienen su guarida una infinidad de animales dañinos y
ponzoñosos, regado por las aguas negras y podridas de las doctrinas volterianas,
que reparten por todas partes los libros impíos y los apóstoles de Satanás.
También es teresiano el simbolismo amoroso,
nupcial intimista, al que tanto acude Palau: vivir enamoradas, como la mujer
bien casada lo está de su marido, y actuar en consecuencia.
La experiencia de dolor por la situación de la
Iglesia ambos la expresan con el símbolo de la nave en medio de la tempestad
haciendo alusión al relato evangélico de la tempestad calmada: Encontramos
en Camino la siguiente petición: “¡Haced que se sosiegue este mar!; no
ande siempre en tanta tempestades la nave de la Iglesia y ¡salvadnos, Señor
mío!, que perecemos”.
Así mismo se expresa Palau en la Lucha acudiendo en ocho ocasiones a este
texto bíblico:
“Con este libro sólo pretendo enseñarle a V.
cómo se ha de disponer para decir de tal manera con los discípulos de Jesús en
el mar de Genesaret «Señor, salvadnos, que perecemos» [Mt 8,25], que logre V.
despertarle, y en esta deshecha tempestad salve la navecilla de la Iglesia”.
Uno de los grandes encantos y de los atractivos
más poderosos de Camino de perfección, y sin duda uno de los rasgos más
peculiares del estilo y lenguaje teresianos, según Tomás Álvarez, es esa
asombrosa capacidad para escribir dialogando con todo el mundo[31].
Es también un rasgo muy marcado en la Lucha del alma con Dios. Su autor
lo mismo habla con su dirigida, que sin previo aviso se dirige a Dios,
que interpela a todos los cristianos[33].
De esta forma F. Palau recoge y se comunica en el lenguaje envolvente y
existencial de Teresa, que marca toda una manera de
vivir.
2.2. El
punto de partida: La mirada al mundo
La finalidad de Camino de perfección, según las
propias palabras de la Santa, parte de un vivir atenta a lo que sucede a su
alrededor. Escucha y comparte su inquietud por las noticias que le llegan sobre
los problemas de la Iglesia:
“En este tiempo vinieron a mi noticia los daños
de Francia y el estrago que habían hecho los luteranos y cuánto iba en
crecimiento esta desventurada secta. Me dio gran fatiga y, como si yo pudiera
algo o fuera algo, lloraba con el Señor y le suplicaba remediase tanto mal. Me
parecía que mil vidas pusiera yo para remedio de un alma de las muchas que allí
se perdían”. (C1, 2)
Dándose cuenta de algunos de los males de la
Iglesia nos dice: “me determiné a hacer eso poquito que era en mí, que es seguir
los consejos evangélicos con toda la perfección que yo pudiese y procurar que
estas poquitas que están aquí hiciesen lo mismo [...] ocupadas en oración por
los defensores de la Iglesia”.
Por su parte Francisco Palau, escribe que las
razones que motivaron su decisión de publicar esta obra fueron: la lamentable
situación religiosa de España; la necesidad de la oración para salvarla; la
falta de instrucción y aprecio de este medio eficaz de impetrar la ayuda de
Dios.
Añadimos, un texto más, entre otros muchos que confirman como la preocupación
por lo que sucede a su alrededor, le mueve a compartir esta inquietud y a buscar
remedio, lo mismo que a Sana Teresa:
“El impío prosigue cortando ramos del árbol
sacrosanto de la religión católica. Sus golpes son continuos. Su empeño es
destruirlo del todo y arrancarlo de raíz. Y si el Dios de las misericordias… no
detiene la mano del impío, va a lograr éste su intento. Porque ves que ya se
dirigen algunos golpes a la raíz; ves propuesto formalmente el cisma, y se
persigue al clero que osa levantar la voz y manifestarse adicto al centro de la
unidad católica, que es el Papa”.
Como vemos, en la génesis de ambos escritos,
late, por un lado, el dolor por la situación histórica del mundo y la
Iglesia ‑.guerras, muertes,
incendios, profanaciones, "deshechas las iglesias, perdidos tantos sacerdotes,
quitados los sacramentos",
nos dirá Santa Teresa, y por otro la necesidad de implicarse, de actuar para
poner remedio.
2.3. La
respuesta: El compromiso con el drama histórico de la Iglesia
Desde los hombres y su historia tomados en
serio se intensifica en el contemplativo la urgencia de entrar a fondo en el
misterio del plan salvífico de Dios. Desde la contemplación de este misterio
salvífico se intensifica en el apóstol la urgencia de anunciar a los hombres la
buena noticia del Evangelio. Aparecen de nuevo aquí las dos fidelidades que
constituyen el eje de la vida de Teresa y Francisco Palau: La fidelidad a la
Palabra contemplada en el silencio y en la oración y la fidelidad a los hombres
necesitados de la luz y la fuerza de esa Palabra. Es una reproducción de las dos
fidelidades de Jesús: la fidelidad al Padre con quien dialoga intensamente en el
desierto, en la montaña, en la noche, mar adentro... y la fidelidad a los
hombres para quienes el Padre ha concebido desde siempre un designio de
salvación y liberación que se ha manifestado en Cristo. La combinación de estas
dos fidelidades compone lo esencial del proyecto de vida al que invitan los dos
místicos carmelitas. Una vida que no está en función de sí mismos, sino abierta
al mundo. Es difusiva y expansiva
A su mirada teologal de la realidad responde
teologalmente y con realismo. Primero, nos fijamos
en Teresa: Ante los males, que se ofrecen a su mirada contemplativa y
contempladora, se angustia ante la propia impotencia: "me vi mujer y ruin e
imposibilitada"... Pero enseguida su respuesta es "determinarse a
hacer", siendo fiel a los consejos evangélicos; ser tales, que su vida valga
para la Iglesia; hasta convertirse en dique de contención frente a los males de
Europa, haciendo palanca por los que son "defendedores" de la Iglesia.
Cuando consideramos a Palau, en la génesis
de La Lucha del alma con Dios, se adivina el proceso de Teresa en los
capítulos 1-3, en los que narra lo que la llevó a fundar el monasterio de San
José.
Resumimos los momentos claves de este proceso
en la siguiente tabla:
|
CAMINO
DE PERFECCIÓN (V) 1, 2
|
LUCHA
DEL ALMA CON DIOS
|
Atención a lo que les rodea
|
“En este tiempo vinieron a mi noticia los daños de Francia y
el estrago que habían hecho los luteranos y cuánto iba en crecimiento esta
desventurada secta” (1, 2).
|
A Francisco Palau en Francia le llegan noticias de lo que
sucede a la Iglesia en España:
“Así en España se halla la navecilla de Pedro tan agitada por
la furia de los vientos de falsas doctrinas, y por las olas de todas las
pasiones humanas, que las aguas han entrado ya en ella y ponen a todos los
fieles en inminente peligro de hundirse en el cisma” (34,
7).
|
Conmoverse. Lo que ven y oyen no les deja indiferentes sino
que los conmueve profundamente.
|
“Me dio gran fatiga y, como si yo pudiera algo o fuera algo,
lloraba con el Señor y le suplicaba remediase tanto mal...”
(Ibid).
|
“¡Quién me diera poder aliviar sus angustias, aunque fuera con
mi propia sangre!” (58).
|
Orar.
|
"Lloraba con el Señor y le suplicaba remediase tanto mal"
(Ibíd.).
|
La oración, pues, es la única medicina que queda a la Iglesia
de España para que sea salva (42, 18).
|
Determinarse a hacer todo lo que sus posibilidades le
permitan.
|
"Toda mi ansia era, y aún es, pues que tiene tantos enemigos y
tan pocos amigos, que ésos fuesen buenos, determiné a hacer eso poquito que era
en mí que es seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo
pudiese..." (Ibíd.).
|
“Sus pies de V. vayan calzados con una determinación resuelta
de confesar a Jesucristo, aunque sea a costa del mayor sacrificio”.
37-38
“Ya la supongo a V. enteramente resuelta a emprender esta
guerra santa” (43,28; Cf. 52, 36).
|
Confiar. Saben que lo que ella puede hacer es desearlo,
determinarse y disponerse, pero están convencidos que no pueden nada por ellos
mismos.
|
"que nunca falta de ayudar a quien por Él se determina a
dejarlo todo". (Ibíd.).
|
“¡Qué horrenda lucha será ésta para mi flaqueza! Pero si Dios
así lo quiere, si así lo manda, no hay nada que hacer, Teófila, manos a la obra.
Yo voy –aunque temblando por mi miseria, bien que plenamente confiada en la
virtud de Dios” (117, 38).
|
Podemos ver en estos textos una síntesis de la
recepción del Camino de perfección por Francisco Palau a tres siglos de
distancia: Ser contemplativos de ojos abiertos para captar lo que acontece y
enrolarse en los avatares de la Iglesia y de la historia. Optar determinadamente
por Cristo y actuar en consecuencia con la confianza puesta en
Dios.
3. La oración tema central del Camino y la
Lucha
Todo el libro de camino está centrado en la
oración. La oración, camino de perfección, de comunión con Dios. Oración que
tiene unas exigencias de vida que se presentan como premisas, a la vez que como
efectos, que son coextensivas al proceso de la relación amistosa con Dios. Y la
oración que se verifica y autentifica por los “efectos”, cambio que opera en la
persona, cambio estrecha y directamente vinculado a la comunidad, iglesia
doméstica, a la que sirve, cuyo discernimiento se requiere, en cuyo ámbito se
vive.
En la sección que va del cap. 16 al 32 nuestra
autora vuelve su mirada sobre lo nuclear de la oración, contemplada en sus
diferentes variantes y recorridos, y también sus limitaciones… Aparecen los
primeros pasos hacia la oración contemplativa, para seguir después con la
oración en clave de meditación, la oración contemplativa, de ‘recogimiento’,
dirá Teresa.
La santa propone un recorrido evangélico en el
que la oración es una tarea fundamental como lo era para Jesús.
3.1.
Estilo teresiano de orar
La oración, que vive y transmite Francisco
Palau, tiene todos los rasgos de la oración teresiana. Dice la definición
teresiana más conocida: “No es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino
tratar de amistad estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama”.
Encontramos que la descripción que hace Francisco Palau de oración contiene los
mismos rasgos: “La oración es un trato íntimo, familiar que el hombre tiene con
Dios”.
Por tanto resuena el trato amigable, en soledad, que es don y deseo de
comunicarse con el Amado/a, que se puede completar con este otro texto
palautiano de Mis Relaciones con la Iglesia: “Estas visitas no servían
sino para atormentarme más, porque con ellas crecían los deseos de verla y
relacionarme amistosamente con ella”.
Así ora y así enseña a orar, si cogemos la primera carta del epistolario que
dirige a la escritora francesa Eugenia Guerin, vemos que le invita a descubrir
la propia interioridad, para introducirse en ella y permanecer allí, ante el
Señor de la vida. Recordemos lo que nos dice la Santa al definir la oración de
recogimiento: “llamase recogimiento, porque recoge el alma todas las potencias y
se entra dentro de sí con su Dios” y
Francisco Palau de forma semejante afirma que: “la obra grande de Dios se labra
en el interior”.
Digamos que por una parte aparece la dimensión
psicológica de la oración (ese entrar en uno mismo), que implica ir más allá de
la dispersión de los sentidos; y por otra parte aparece la dimensión
cristológica (focalizar la atención en Cristo). En un caso y en otro se remite a
lo profundo, allá donde comienza a intuirse la verdad de la vida: ‘lo íntimo del
alma, lo muy hondo e íntimo, en lo más íntimo del alma’,
etc.
En cuanto al libro que nos ocupa, Lucha del
alma con Dios, está totalmente centrado en la oración, sobre todo en la
oración de intercesión. En la Lucha, aún no aparece tanto la dimensión
psicológica que después se va a prodigar en el escrito de Mis Relaciones, pero ni mucho menos está ausente,
sin embargo donde coinciden plenamente es en el aspecto cristológico y eclesial
que recorre ambos escritos, como veremos más adelante.
a) ¿Un
método de oración?
A Francisco Palau no le interesa tanto en
la Lucha, enseñar una determinada forma de oración sino formar en el
valor de la oración en sí misma, convencer de su poder sanador y transformante,
sea cual sea el tipo o método que se emplee.
Como a la Santa lo que realmente le interesa es
trazar un plan de vida basado en la práctica general de la oración. Se dirige a
los que se preocupan por vivir una vida cristiana. Se aprecia sin dificultad que
en el fondo está latente, no sólo la formación carmelitana del autor, sino el
estilo teresiano de oración.
Por eso al hablar de oración no alude a
sistemas particulares, pero da prioridad a la oración personal y meditativa,
aunque también resalta la oración comunitaria con una queja puesta en boca de
Jesús: “¡Cómo te espantarías, hija si vieras cuán apagado está el espíritu
verdadero de oración común por el cuerpo de la Iglesia!”.
Porque en el fondo lo importante es que quien realmente ora en nosotros y por
nosotros son Jesús y el Espíritu Santo. Estas razones son expuestas en forma de
plegaria al Padre:
“Por dos motivos no podéis dejar de oír a
vuestra Iglesia en sus peticiones: 1º. Porque en ella pide su cabeza Jesucristo,
vuestro Hijo, y Jesús no puede dejar de ser oído. […] 2º El otro motivo porque
no me podéis negar mi demanda es porque os lo pido en virtud del Espíritu Santo,
que anima a la Iglesia. En efecto, el Espíritu Santo es el que vivifica la
Iglesia, el que coaduna todos sus miembros para que no formen más que un solo
cuerpo, y el que con gemidos inenarrables pide en el corazón de sus hijos por
todas sus necesidades [Rm 8,26]” .
b) Armonizando
aparentes contrarios
Francisco Palau, como Teresa, se alzan en
contra de una mera recitación mecánica de fórmulas en la oración, sea cual sea,
pues junto a los labios, ha de abrirse el corazón, y la vida toda. Sin embargo,
frente a los que rechazaban entonces el valor de la oración vocal, Teresa busca
infatigablemente mostrar la identidad entre ambos tipos de oración. La dignidad
de la oración vocal la va a poner de manifiesto en el comentario que llevará a
cabo del Padrenuestro, síntesis condensada que “encierra en sí todo el camino
espiritual, desde el principio hasta engolfar Dios el alma y darla abundosamente
a beber de la fuente de agua viva”,
y trampolín para la oración contemplativa, que siempre permanece como un don.
Porque toda oración vocal auténtica termina en oración mental, o sea, en
auténtica meditación: “Si hablando estoy enteramente entendiendo y viendo que
hablo con Dios…, junto está oración mental y vocal”.
Para ella la oración auténtica es un diálogo de amistad, lo que implica
necesariamente atención a nuestro interlocutor.
No basta con un mero cumplir externo y vacío, ni con una mera recitación formal.
Estamos ante una apuesta decidida por lo que vamos a llamar ‘meditación
consciente’ (ya sea vocal o mental).
Para Francisco Palau esta “meditación
consciente”, debe preceder, generosa en tiempo a cualquier petición
vocal:
“Mi carísima Teófila, con este libro sólo
pretendo enseñarle a V. cómo se ha de disponer para decir de tal manera con los
discípulos de Jesús en el mar de Genesaret «Señor, salvadnos, que perecemos» [Mt
8,25], que logre V. despertarle, y en esta deshecha tempestad salve la navecilla
de la Iglesia. Para pronunciar estas cuatro palabras pocos instantes se
necesitan; pero para decirlas debidamente, hablando según ley ordinaria o
atendido el curso ordinario de la gracia, es necesario que precedan largas horas
de oración”.
Precisamente, hablando de las oraciones que
presenta en su libro, la mayoría extraídas de la Biblia, Palau
comenta:
“Porque claro está que no basta recitarlas
materialmente, como las dejo escritas, sino que es menester conocer antes con
claridad los peligros en que se halla la nave de Pedro, dónde está el que ha de
salvarla, el por qué no la salva y por qué Jesús duerme tan fuerte; la necesidad
de despertarle para que cese la tempestad, el modo de hacerlo; la fe y confianza
que debemos tener de que nos oirá, de que despertará y mandará a los vientos y
al mar [Mt 8,24-26; Mc 4,37-39; Lc 8,23-24], y así veremos la Iglesia en paz.
Estas y semejantes meditaciones deben preceder, y para esto va este mi libro”.
Podemos apreciar en este texto de Palau una de
las consignas teresianas: la oración, va más allá de una relación verbal con
Dios; es sobre todo una relación vital, existencial, de la cual la relación
verbal es simplemente su expresión explícita y parcial. Antes de los actos de
oración hay en Palau una preocupación constante por ubicarse y tomar conciencia
de lo que se propone hacer; es una oración vital, que da sentido y verdad a la
oración de palabra.
Siendo imposible hacer un estudio de todos los
elementos de la oración que aparecen en el Camino de Perfección, y su
incidencia en la obra palautiana que tratamos, nos vamos a centrar en algunos de
sus aspectos más característicos consciente de que queda lo más por
considerar.
Si todos los aspectos de la oración teresiana
repercuten directamente en la de Francisco Palau, hay algunos que tiene una
incidencia particular y que por esta razón son los que vamos a privilegiar. Se
trata de la centralidad de Cristo, de la conexión con la vida, ya que la
verdadera oración se mide por sus efectos;
y por último uno de los puntos más fuertes de coincidencia entre ambos, la
profundidad misionera y eclesial de la contemplación.
3.1.1. Centralidad
de Cristo
El Camino
de Perfección es
una constante llamada a centrarnos en Cristo. Así
mismo el
soporte y fundamento de la oración teresiana es Cristo. El “Juntos andemos,
Señor”[55] implica
estar con Él y comulgar con su causa[56].
Así mismo la persona de Jesús atraviesa e impregna toda la Lucha. En
uno y otro escrito Jesucristo es presentado como el Hijo enviado del Padre para
llevar a cabo la obra de la salvación. Afirma Secundino Castro: “Es en
el Camino de Perfección donde Teresa se detiene más en aclarar estas
relaciones íntimas entre el Padre y el Hijo, ya que nos describe la persona de
Jesús en una doble vertiente: con respecto a Dios Padre con quien se relaciona
trascendentalmente en la eternidad, y a quien obedece amorosamente en el tiempo,
y con relación a nosotros a quienes se dirige para comunicarnos el designio del
Padre”.
En la línea de esta afirmación
el texto de la Lucha citado a continuación puede resumir el
significado y centralidad de Cristo en el escrito palautiano y su conexión
intrínseca con el Camino de Perfección. Dice así: “Vino el Redentor y
por medio de una oración continua reconcilió el mundo con su Padre”.
En pocas palabras manifiesta la persona de Jesús en su relación íntima filial
con el Padre, mediante la cual realiza la comunión del hombre con Dios. Por la
oración continua de Cristo, hemos sido bendecidos y vitalmente renovados para
una relación íntima con Dios y asociados con Él en su obra de salvación y
reconciliación.
a) Jesús,
modelo y maestro
Es el de Maestro, uno de los títulos que mejor
definen a Jesús según Santa Teresa;
ya que Jesús es por antonomasia quien enseña a los hombres el camino que conduce
a Dios. El magisterio de Jesucristo con relación a la oración no se reduce a
enseñársela al cristiano, sino que Él mismo es el objeto y el término de esa
enseñanza.
El Camino de Perfección es la obra en
la que Teresa insiste más en que Jesús es el verdadero maestro de oración:
“De mí os confieso que nunca supe qué cosa era rezar con satisfacción hasta que
el Señor me enseñó este modo”.
Teresa se fija en la pedagogía de Jesucristo para llevar las almas hacia sí. Es
él quien va preparando las circunstancias para que de alguna manera se vea
obligada a dirigirse a él..
Como para Teresa, para Palau, Jesús es el gran
modelo orante y contemplativo y maestro de oración: La afirmación teresiana de
que Cristo es el Maestro que enseña los secretos de la oración a las almas, es
recogida por Francisco Palau en la estructura dramática que emplea a partir de
la conferencia 4ª de la obra que comentamos, en la que el director espiritual
deja paso a Jesús, que en continuo diálogo con la orante, le va enseñando como
debe hacer para ser escuchada. Es una relación de reciprocidad, donde no sólo
Jesús escucha y consuela, sino que le pide a la persona en oración ser consolado
por ella. En el diálogo se cambian los papeles y parece que el necesitado sea
Cristo.
No utiliza Palau el título de maestro de forma
explícita, aplicado a Jesús, en la Lucha. Aunque sí aparece en escritos
posteriores como la Vida Solitaria y la Escuela de la Virtud y en
el epistolario.
Especialmente en aquellas cartas que ejerce de guía espiritual, es notable su
coincidencia con la santa: “Imita a Jesucristo en esto y hallarás un verdadero
maestro y modelo de oración. Síguelo en todos sus pasos: lo verás en el desierto
orando por los hombres, en el huerto de los olivos agonizando por ellos, en la
predicación socorriéndoles”.
En la Lucha el título de Maestro lo
reserva para el Espíritu Santo y
a veces para San José, citando textualmente a la Santa;
sin embargo, tiene en cuenta el magisterio de Cristo, como queda reflejado en
este texto: “Nuestro Señor Jesucristo, por la boca de Santiago, está mandando a
todos los hijos de la Iglesia que los unos hagamos oración por los otros, a fin
de que todos seamos salvos”.
Así ambos autores ponen a Jesús como fundamento de la oración, y no se puede
dar una verdadera oración si no es enseñada por Jesucristo.
De este modo Jesús, Maestro, no es presencia
muda y pasiva en la oración, sino palabra reveladora: “¿Pensáis que se está
callando…? Bien habla al corazón. Y bien es consideremos somos cada una de
nosotras a quien enseñó esta oración y nos la está mostrando”.
También Francisco Palau está plenamente convencido de esta presencia
dinamizadora y dialogante que habita nuestro interior: “Estoy cierto que el
espíritu del Señor –que veo mueve a V. a practicar lo que en este libro se
contiene– le enseñará con claridad lo que mi mal cortada pluma no sabrá más que
bosquejarle”.
"Pero es necesario que oigamos sus lecciones por
los órganos que quiere manifestárnoslas y nos tiene señalados. Estos son, como
ya V. sabe, las sagradas Escrituras y la tradición expuestas por los santos
Padres y por el Juez y magisterio vivo de la Iglesia. En estos libros hemos de
estudiar el modo de negociar con Jesucristo y su Padre un asunto de tanto
interés y que lleva consigo tantas dificultades y penas, si no queremos que
salga vano nuestro trabajo”.
Cristo para nuestra Santa, no sólo es el
maestro, es la misma sabiduría, reflejo de la ciencia de Dios, que la impregna y
le hace conocer los misterios divinos y sus designios sobre ella. Por eso es
Maestro de la Sabiduría, que le enseña a enseñar y
la misma sabiduría.
También para Francisco Palau, Jesucristo es la
sabiduría de Dios; él nos ilumina para conocer a Dios y caminar por sus sendas;
fuera de él no hay posibilidad de llegar a su verdadero conocimiento por la fe:
“Que sólo una luz extraordinaria de la sabiduría del Verbo puede guiarla sin
tropiezo por las sendas de la verdad y hacer que no se extinga en ella la luz
pura de la fe”.
Se puede decir que F. Palau cree, como Teresa
de Jesús, que en el hombre espiritual sólo debe quedar un único deseo: imitar a
Jesucristo, comprenderle, desear penetrar su misterio, gustar su persona. Para
esto es necesario contemplar su existencia y llegar a tener sus mismos
sentimientos.
La comunidad, por su parte, intenta orientar su
vida en conformidad con las enseñanzas de Jesucristo; Jesucristo es el maestro
de la comunidad. El perdón, la paciencia, la humildad, la pobreza, el servicio,
la soledad… en última instancia tiene su razón de ser en Cristo. De ahí su
consigna pedagógica: “Acostumbrarse a trabajar y andar cabe este verdadero
maestro”.
b) Amigo
y esposo
El Camino de
Perfección pone de manifiesto que la religiosa por su profesión se ha
desposado con Cristo, y que bajo esta consideración matrimonial deberá
relacionarse con él.
Las distintas etapas del itinerario espiritual cristiano poseerán un tono
esponsalicio hasta su culminación en el matrimonio espiritual. Se trata de una
realidad vital y existencial en cada persona cristiana. Es un hecho que va más
allá de la mera experiencia psicológica, aunque lo incluye; se trata de una
experiencia a niveles de fe. Así, pues, el concepto de Cristo esposo que es una
categoría teológica se hace vivencia psicológico-teológica.
Así mismo toda la Lucha del alma con
Dios está en clave esponsal, aplicada tanto a la Iglesia como a la persona
individual: la esposa de Jesús que es cada persona desde el bautismo y
especialmente las que se ha consagrado totalmente a Dios, debe cuidar por el
honor de su Esposo;
Jesucristo, como Esposo amante del bien de su esposa y deseándola salvar, la
invita con insistencia a la oración para
“negociar con su Esposo el triunfo de la fe y el exterminio de la impiedad”.
Tanto en Camino como en la Lucha se muestra a
Jesús como la suma expresión del amor esponsal; ambos autores miden la vida
espiritual no en términos de perfección sino en relación al amor pleno y
recíproco entre Cristo y el alma. Precisamente la vida comunitaria tiene la
suprema razón de ser en la presencia del esposo.
Y a las monjas se les recuerda continuamente la actitud y la psicología de la
mujer casada, para acentuar el realismo esponsal de la vida consagrada:
“Pues nunca, hijas, quita vuestro Esposo los
ojos de vosotras… Mirad que no está aguardando otra cosa, como dice a la esposa,
sino que le miremos… Así como dicen ha de
hacer la mujer, para ser bien casada, con su marido, que si está triste, se ha
de mostrar ella triste, y si está alegre, aunque nunca lo esté, alegre -mirad de
qué sujeción os habéis librado, hermanas-, esto con verdad, sin fingimiento,
hace el Señor con nosotros: que Él se hace sujeto, y quiere seáis vos la señora
y andar Él a vuestra voluntad".
En el escrito palautiano como en el teresiano,
se pone de relieve que esta esponsalidad es ya un don recibido en el bautismo:
“Primeramente, como esposa de Jesús que es V. desde el bautismo y especialmente
desde que se ha consagrado V. totalmente a Dios, debe revestirse de celo por el
honor de su Esposo”.
Lo nupcial preside todo el diálogo
que se establece en la Lucha entre el alma y Cristo,
“como Esposo amante del bien de su esposa y deseándola salvar, la convida
con tanto empeño a la oración”.
La misma estructura literaria del libro es un
diálogo de amantes; lo divino y lo humano se relacionan a través de Cristo
mediador, bajo el prisma de una mediación esponsalicia. Muchos años más tarde,
cuando Francisco Palau esté en la cima de su experiencia mística, hará la
relectura teologal de su propia vida en clave esponsal [88].
Dirá que la de los desposorios “son las relaciones que van directamente a llenar
el corazón, porque unen en esta vida con la perfección que permite la condición
de mortal a los dos amantes”. La razón es que “la simple amistad puede hallarse
sin constituir familia, la maternidad constituye familia y hay comunidad de
bienes, pero los desposorios constituyen familia, hacen comunidad de bienes y
personas. Los desposorios son la entrega mutua de los amantes uno a otro”[89].
Esta unión se ve estrechada cada día sacramentalmente en la celebración de la
Eucaristía. Aquí se consuma sacramentalmente el matrimonio
espiritual.
3.1.2. La
conexión con la vida
Una de las desviaciones más graves que la
Biblia reprocha es la separación entre oración y moral, culto y vida (Is 1; Am
5; Jr 7). Las consignas de la Santa a quien inicia el camino de la oración son
muy claras y se reducen a unos cuantos presupuestos, y a una manera de cultivar
directamente la oración. Los presupuestos se refieren a la vida.
Es ésta la que tiene que convertirse en oración: “Antes que diga de lo interior,
que es la oración, diré algunas cosas que son necesarias tener las que pretenden
llevar camino de oración, y tan necesarias que, sin ser muy contemplativas,
podrán estar muy adelante en el servicio del Señor”.
Siguiendo, el estilo teresiano que insiste en
que la oración tiene que transformarse en obras. “En esto de la oración, diré
algunas cosas... antes que diga... qué es la oración: Tres cosas me extenderé en
declarar... la una es amor unas con otras; otra, desasimiento de todo lo criado;
la otra verdadera humildad”.
Recorriendo las Cartas, que Francisco Palau
escribió como fundador, vemos que transmite el mismo calado para sus grupos del
incipiente Carmelo Misionero. Las virtudes darán autenticidad a la oración y la
oración irá purificando la vida, por eso les aconseja: “Os repetiré, muchas
veces, aquellos consejos que forman el espíritu, según la vocación a que sois
llamadas... son necesarias estas virtudes principales, obediencia, pobreza y la
caridad de unas con otras”.
También en la Lucha recoge Francisco
Palau la consigna teresiana de que la oración se avala con la vida. Por eso al
comienzo de su escrito marca el camino con firmeza. Ante la dificultad de la
empresa, insiste reiteradamente en la necesidad de una profunda y auténtica
confianza: “Anime V. hasta el punto más alto su confianza en el Señor,
fundándola, no en V. misma, sino en la sangre del Redentor”.
A lo largo del escrito va desgranando, no de
forma sistemática, sino tal como se va presentando la ocasión en el diálogo
entre dirigida y director, una serie de actitudes sin las que no es posible el
verdadero “espíritu de oración”. Apela, en primer lugar, a la condición de
“esposa de Jesús que es V. desde el bautismo y especialmente desde que se ha
consagrado totalmente a Dios”.
Por esta razón “debe revestirse de celo por el honor de su Esposo. Constitúyase
V. como una verdadera madre de sus prójimos, ya sean buenos o malos. Métaselos
V. dentro de su corazón y, como la gallina abriga con sus alas a los polluelos
[Mt 23,37] y expone su vida para defenderlos de las uñas del gavilán, así V.
mírelos como a verdaderos hijos suyos, cúbralos con las alas de su corazón”.
Así tenemos aquí junto al simbolismo esponsal,
la primera consigna teresiana: el amor. El amor al prójimo que ambos autores
consideran medio indispensable para la unión con Dios y la configuración con
Cristo. Porque “cuando el amor es verdadero, no queda paso por dar ni medicina
que probar; se emplean todos los recursos y se expone hasta la misma vida”.
Como quintaesencia del amor presenta el perdón. Teresa asegura que el saber
perdonar es la señal inequívoca de la verdadera oración y del auténtico
contemplativo.
Y Francisco Palau lo expresará así parafraseando la petición de Padre nuestro:
“mirad que ya perdonamos de corazón a nuestros deudores”. En este sentido afirma
que un alma poseída por el Espíritu Santo transforma su justa indignación en
compasión:
“Cuántas veces nos sentimos llenos de
indignación contra los que consideramos como causas primarias de tanto estrago.
Un alma verdaderamente ilustrada por la luz del Espíritu Santo piensa y dice lo
mismo, aunque de un modo bien distinto. No se irrita contra ellos, antes les
tiene compasión, y los mira como hombres que por su culpa y orgullo están
abandonados de Dios”.
Resalta también Palau otras “cosas necesarias”
que en el Camino de Perfección son claves para autentificar la
oración:
“V., no ya como mujer flaca y cobarde sino como
esforzado varón, vístase el uniforme de Jesucristo (Ef 6). Póngase la coraza de
la justicia, detestando de corazón todo lo que en V. se oponga a la voluntad de
Dios. Cíñase el cinturón de la verdad, que hallará V. en la doctrina de la
Iglesia. Cubra su cabeza con el morrión de una plena confianza en el auxilio del
Altísimo. Sus pies de V. vayan calzados con una determinación resuelta de
confesar a Jesucristo, aunque sea a costa del mayor sacrificio. Tome el escudo
de la fe para rechazar los dardos inflamados del espíritu maligno. Y luego
empuñe la espada del espíritu, que es la palabra de Dios [Ef 6,11ss], de quien
solo puede V. recibir la fuerza y el valor invocándole en espíritu y en todo
tiempo por medio de toda especie de súplicas e instancias, y pidiéndole con una
vigilancia y perseverancia continuas que defienda y salve la Iglesia”.
Reconocemos en este texto de Lucha, además
de la aplicación de la oración a la vida, actitudes concretas muy teresianas
como la fortaleza y entereza;
el rendirse a la voluntad de Dios, porque “no quieren otra cosa ni la pretenden
sino contentaros”;
la verdad; confianza plena; determinación resuelta; el
apoyo en la Palabra de Dios y el amor a la Iglesia.
También como el Camino,
la Lucha pone en guardia sobre la falsa humildad. Dice la
Santa:
“A unas almas engaña el
príncipe de las tinieblas con una falsa humildad, persuadiéndolas que es
presunción el pensar que con su oración puedan salvar la fe del reino; a otras
con un egoísmo imperdonable, pensando que con esto perderían su propio bien; a
unas de este modo, a otras de otro”.
Veamos como Francisco Palau se hace eco de
estas palabras:
“Pasemos a la gente santa, a la gente de
oración y penitencia. Luego que les ocurre el negociar conmigo y con mi Padre la
salud de la Iglesia, les acomete con disimulo toda la chusma infernal que,
revestidos de ángeles de luz, les sugieren estas o semejantes ideas: ¿Y qué
pretendes tú?... Conque ¿tú solo has de alcanzar para toda la nación el triunfo
de la Religión?... Vaya, vaya, ¿y te figuras que se moverá Dios a conservar la
Religión en el reino porque tú se lo pidas? ¿Piensas tú que ha de escuchar Dios
tus súplicas, ni aun hacer caso de tus oraciones? ¡Qué presunción!... ¿Estás
loco? ¿Dónde están tu virtud, méritos y perfección para que presumas alcanzar de
Dios un favor tan grande cual es la conservación de la fe en todo un reino…?
Cuando tengas la santidad de los santos y la perfección de los perfectos, podrás
tal vez pensar en alcanzar lo que pides. Por ahora no seas presumido. Deja esas
locuras que te hacen perder el tiempo... Se les figura que esto es luz mía, sin
embargo de que yo en mis Escrituras les doy otra bien distinta, y creen hacerme
favor”.
En Lucha, como en Camino se
pone gran énfasis en esa actitud fundamental que es la “determinada
determinación”, entendida como fortaleza de ánimo y de acción. Temple de ánimo y
postura firme en la vida que empuja decididamente al seguimiento de Jesús y a
conformarse con él.
“No son las ciudades fortificadas, ni los
ejércitos numerosos y bien disciplinados, ni las escuadras formidables, ni todos
los pertrechos de guerra que tienen los reyes los que ponen en vigilancia al
infierno y le hacen temblar. Es a veces una sola alma oscura y desconocida al
mundo, pero que tiene las virtudes ordenadas en forma de un ejército formidable,
la que le aterroriza, lo confunde y lo destruye”.
La “determinación” teresiana no es una mera
actividad puramente puntual, ni se puede reducir a un momento de oración en un
tiempo y lugar determinados. Se trata más bien de una actitud existencial, que
abarca y empapa la vida toda. Francisco Palau lo expresa
así:
“Vestida con este uniforme que el Rey de los
Reyes y el Señor Dios de los ejércitos le manda a V. ponerse para salir al campo
de batalla contra las potestades de la tierra y del infierno, preséntese V. al
enemigo y póngase pro domo Israel, por la casa de Israel, como muralla
inexpugnable [Ez 13,5], para que no pueda penetrar aquél en la ciudad santa, y
luche con tesón y constancia contra Satanás y sus sectas de impiedad en defensa
de sus moradores, sus prójimos de V”.
Otra prueba de cómo la contemplación palautiana
está transida de la vida, la tenemos en el padrenuestro que plasma en La
Lucha, auscultando la historia de su tiempo. Inserto en una realidad tan
marcada con opresiones y anhelos de liberación vivencia el padrenuestro como la
perfecta oración de la salvación integral[108].
Su contenido es netamente eclesial. Francisco Palau en cada invocación o
petición hace una aplicación a la situación de la sociedad y la Iglesia española
en ese momento.
E insiste Teresa más adelante: “El
contemplativo, mire en sí cómo van creciendo estos efectos; y si no viere en sí
ninguno, témase mucho y no crea que esos regalos son de Dios”.
Bastan estos textos para dejar claro que en el
pensamiento de Francisco Palau como en el de la Santa, determinarse es
convertirse no a una serie de actos virtuosos sino a la persona de Cristo,
“aunque sea a costa del mayor sacrificio”.
En fin, la verdadera oración o experiencia
mística se mide y autentica en sus efectos. Es ésta la clave a la que
continuamente apelan los místicos. Pues si dicha experiencia tiene que ver con
Dios, que por su propia naturaleza es amor y positividad pura, sólo puede venir
positividad y amor.
Así pues vemos como los llamados presupuestos
de la oración, o sus cimientos, o su pedagogía oracional, que constituyen lo
nuclear del humanismo evangélico teresiano, que se puede rastrear en los
capítulos 4 al 15 de Camino, vamos encontrándolo en su esencia a lo largo del
escrito palautiano, aunque bajo el ropaje de su estilo propio y formas
literarias de su tiempo.
3.1.3.
Dimensión eclesial y misionera de la oración
Francisco Palau desde su iniciación en la
espiritualidad carmelitano teresiana conocía perfectamente el valor apostólico
del sacrificio y de la vida de oración. Su propia vocación religiosa le impulsa
en esa dirección. Viéndose impedido de actuar directamente en el servicio
apostólico, reanimó en su alma el ímpetu eclesial de Teresa de Ávila. Revivió
experiencias similares a las de la Santa y reaccionó «teresianamente».
Es evidente la fe absoluta que tiene Francisco
Palau en el poder transformante y salvífico de la oración. Esta fe se apoya en
la Palabra de Dios del Antiguo y Nuevo Testamento que nos presenta la obra
salvífica de Dios en estrecha relación con la oración del
pueblo:
“Si se abren los Libros sagrados se encuentra
en ellos estampada esta verdad tan consoladora de que, cuando el pueblo escogido
en sus adversidades, ha hecho rogativas y ha clamado al cielo, ha sido siempre
oído y le ha vuelto Dios en su gracia”.
Y a continuación menciona un largo elenco de
textos bíblicos en los que se demuestra las entrañas compasivas de un Dios que
siempre escucha a su pueblo, para aplicarlo después a la
Iglesia:
“En todas las épocas en que se ha visto la
Iglesia en grandes aflicciones, necesidades y apuros, ha clamado al Señor y no
ha podido dejar de ser oída, porque «es imposible que las oraciones de muchos no
alcancen lo que piden», dice san Ambrosio. (Comentario al cap. 15 ad Rom). La
Iglesia en todos sus apuros no tiene otro recurso que levantar sus puras manos
al cielo… e implorar el auxilio de lo alto; pero puesta esta condición Dios la
saca siempre de ellos”.
Subraya especialmente como en la persona de
Jesucristo Dios ha mostrado su misericordia y su omnipotencia, acude al texto
del Buen Pastor haciendo mención de Jn 10-11 y Lc 15, 4-7. La tempestad calmada
por Jesús a petición de los apóstoles,
le da pie para presentar su axioma: “Jesús puede salvar a nuestra patria de la
impiedad que pretende arrebatarle el tesoro inestimable de la fe. Lo quiere y no
lo hace, porque no hay quien se lo pida debidamente”.
De aquí llega a la conclusión de que “Dios en
su providencia tiene dispuesto no remediar nuestros males ni otorgarnos sus
gracias sino mediante la oración, y que por la oración de unos sean salvos
otros”.
A continuación propone la oración como
intercesión y lucha citando al profeta Ezequiel 22, 30.31 y
el libro del Gn 32, 23ss., del que comenta ampliamente el episodio de Jacob con
el ángel.
Seguidamente va reforzando el poder y eficacia de la oración con el comentario
de los textos evangélicos sobre el tema.
Quizás sea este aspecto de la oración como lucha donde se encuentre la mayor
diferencia entre la propuesta oracional de Camino y Lucha;
diferencia que desaparecerá en la etapa mística de Francisco Palau, como
puede verse en sus apuntes personales, “Mis relaciones con la
Iglesia”.
Los primeros capítulos del Camino,
como hemos visto, son un grito vehementemente lanzado a Dios Padre por los
“estragos de la Iglesia”. Refiriéndose a estos capítulos encontramos en
la Lucha estas palabras:
“A este fin congregó las monjas descalzas, a
las que dice que no conocen su vocación si no se emplean de continuo y con todas
sus fuerzas en rogar a Dios por la santa Iglesia y por detener el torrente de la
herejía, que amenazaba entonces devastar todo el mundo católico”.
Desde el comienzo de la Lucha, también
Francisco Palau responsabiliza con la oración a cada cristiano y cristiana de
las grandes necesidades de la Iglesia, como lo hizo santa Teresa en
el Camino de Perfección. Francisco Palau considera en la Lucha del
alma con Dios que la porción de personas orantes son “como el corazón de la
Iglesia, la representa al vivo y las cosas se arreglan en la tierra según estas
almas lo alcanzan del cielo”.
En sus correrías apostólicas y desde los
rincones de la soledad, proclama sin cesar el apostolado de la oración; alista
candidatos para “luchar con Dios” en favor de la Iglesia española. Se propuso
enseñar a orar eficazmente por la Iglesia. Buscó su propia forma de hacerlo por
medio de un manual pedagógicamente bien estructurado. Eso quiso ser La Lucha
del alma con Dios. De esta forma Francisco Palau se ofrece como maestro y
guía para cuantos aman a la Iglesia y se encuentran en circunstancias similares
a las suyas.
Y esto es debido a que la percepción de la
Iglesia en la Lucha como en el Camino va más allá del mero
entendimiento del engranaje de su estructura externa. Con palabras de Tomás
Álvarez: “Lo primero que constata el lector del Camino
de Perfección es la inclusión de Cristo Jesús en la Iglesia
histórica, es decir en el aquí y ahora de la misma”.
Concretamente en la Iglesia que sufre y se bate en el acontecer histórico. El
penetrante dolor de Teresa por lo que ocurre en la Iglesia de su tiempo
(divisiones, guerras, polémicas ideológicas, apostasías) tiene por referente a
Jesús que en la cruz de ahora vuelve a sufrir.
Es decir, en la Iglesia histórica está misteriosa y realmente implicado el
Cristo glorioso, que en ella vuelve a ser vulnerable y pasible, paciente de
hecho.
En el caso de Francisco
Palau toda su aventura espiritual consiste en la identificación con la Iglesia,
Cristo místico, que sigue sufriendo en los crucificados de todos los tiempos,
para liberarlos y para servirlos. La experiencia de la Iglesia como
cuerpo de Cristo suscita en Francisco Palau la urgencia por la atención
espiritual y material a este cuerpo. Continuamente lo hace patente en su vida y
escritos porque la comunión no es para él un razonamiento teórico sobre el
misterio eclesial, sino una actitud de vida.
“Mira, contempla y medita en Jesús crucificado,
el cuerpo moral suyo que es la Iglesia, llagada por las herejías y errores y
pecados; y en fruto de esa meditación... ofrécete, date y entrégate toda a Él
para que en ti y por ti y contigo haga lo que le plazca...
Negocia en el cielo la cura y el alivio de Jesús paciente en su cuerpo místico
crucificado”.
Lleva de la mirada de Dios a los ojos de los
más pobres y excluidos, a los extranjeros a los que están detrás de una etiqueta
de cualquier barrera cultural o religiosa y viceversa, desde ellos a la mirada
de Dios:
“Has de principiar en la meditación de Jesús
crucificado, mirando en su cuerpo físico el místico y moral de toda su Iglesia,
y siendo tú amiga suya y amante suya, con la oración bajo la forma marcada en la
Lucha, has de principiar a cooperar en ti al amor de los prójimos”.
Ese ocuparse por el cuerpo de Cristo viviente
en cada persona, es dejarse invadir enteramente por la humanidad sufriente,
cuerpo llagado de Cristo y dedicarles servicio material y oración con el
objetivo de que sean salvos.
“Eso es lo último de la perfección. Ora a ratos
por las necesidades del cuerpo llagado de Jesucristo y ocúpate enteramente en la
salvación de los otros. Ese es tu camino. Ocupándote del bien de los otros,
ordenarás tus fuerzas, tus virtudes, tu tiempo, tu vida a la salvación del
prójimo”.
Tanto la Lucha como
el Camino muestran el convencimiento de sus autores, de que en los
avatares de la historia, como en los vaivenes de la barca de Genesaret, la
Iglesia corre el riesgo de hundirse y perecer,
pero si algo la salva es tener a Cristo por prenda en la Eucaristía porque ella
es el corazón de la Iglesia. Y es precisamente en la comunión sacramental donde,
para Teresa y F. Palau, una ocasión privilegiada de encuentro. Santa Teresa nos
dice: “Estaos vos con Él de buena gana; no perdáis tan buena sazón de negociar
como es la hora después de haber comulgado”.
Del mismo modo, el beato Francisco Palau en las orientaciones introductorias de
la Lucha comenta: “Podrá muy bien hablar Dios a su corazón, iluminarla y aun
visitarla de un modo especial…, pero las visitas de que se habla en este libro
son las que hace Jesucristo a las almas que comulgan”.
Como Teresa de Jesús, Francisco Palau no se
contenta con aplicar en favor de la Iglesia su oración personal y la ofrenda
sacrificial de la vida. Intenta contagiar a otras personas los mismos deseos y
propósitos. La proyección apostólica brota espontáneamente de su raíz
carmelitano-teresiana. Por ello, se convierte necesariamente en fuerza de
atracción y foco de irradiación para tantas personas a través del tiempo,
especialmente para aquellas comunidades a las que van dando vida como
fundadores.
Conclusión
El ideal de vida formulado en Camino:
concebir la existencia y vivirla en función de servicio eclesial es asimilada al
máximo por Palau.
Francisco Palau asume los postulados básicos
Teresianos en la oración: Se ora en la Iglesia y para la humanidad entera; la
oración se alimenta y educa desde la vida; se trabaja con determinada
determinación; entrando dentro de sí, para centrar la atención en
Cristo.
La filiación de la Lucha del alma con
Dios del Camino de Perfección queda demostrada por las mismas
declaraciones de su autor, especialmente a lo que se refiere a las motivaciones,
finalidad y centralidad de la oración en ambos escritos. También gran parte de
su vocabulario, expresiones y símbolos. Aunque con un estilo literario muy
distinto como es lógico, dado los tres siglos que los separan. También vemos que
influye en las diferencias que afectan al contenido el distinto momento que se
encuentra cada uno en la andadura espiritual: Santa Teresa en la plenitud de la
experiencia mística y Francisco Palau en los comienzo de
ella.
Por otro lado ambos autores manifiestan el
convencimiento profundo del valor de la oración. Uno y otra proponen la oración
como remedio para los males del mundo y de la Iglesia. Ambos expresan que un
modo de servir a la Iglesia es la oración y el sacrificio, es decir la oración y
el seguimiento de Jesús en actitudes y hechos concretos.
Llegamos a la conclusión de que el Beato
Francisco Palau tiene el mérito de ser uno de los autores del siglo XIX que a
pesar de ver truncada su vida conventual por la persecución religiosa de
aquellos años, vive con gran intensidad el espíritu teresiano y lo transmite con
fuerza y convencimiento. Con gran pedagogía adapta el mensaje de la santa al
espacio y tiempo en el que vive. Por tanto, podríamos decir, con expresión
actual, que hace relectura del Camino de Perfección viviendo los problemas y
desgarros de la Iglesia de su tiempo y buscando en la oración hecha vida la
respuesta salvadora que necesita.
Destacamos las siguientes características en
ambos autores:
· Vibran
al unísono con la Iglesia y se preocupa por sus problemas y los de la sociedad
de su tiempo.
· La
preocupación les lleva a buscar el modo de responder a las necesidades del
momento, encontrando en la vida evangélica y la oración hecha vida el remedio a
los males que afligen a la Iglesia.
· La
oración que proponen se nutre de la persona de Cristo y la palabra de
Dios.
· Es
una relación interpersonal que supone la presencia del amigo de múltiples
formas.
· La
vida prepara la oración y los efectos de la oración repercuten en la vida
transformándola.
· Es una oración que por su misma naturaleza es
misionera y eclesial.
-Lola Jara-
Vida
Solitaria (VS, en
adelante), 242,10
Afirma:
“Me conformé lo mejor que pude con las reglas de mi profesión religiosa” (VS
243,12).