viernes, 21 de septiembre de 2012

En el Año de la Fe, F. Palau nos ilumina


 
1. Experiencia de fe en Francisco Palau

En todas sus empresas, especialmente cuando fueron objeto de contrariedades y oposición, demostró una fe inquebrantable, como reconocía El Ermitaño en su nota necrológica: «¿quién sino un apóstol se halla revestido de esa fe inquebrantable, de esa grandeza de alma que mostró siempre el P. Palau en las luchas sin tregua que tuvo que sostener contra Satanás, que desde los cuerpos de los energúmenos le hacía tan cruda guerra?» (Ermitaño 177,1). Por eso en los momentos de agonía se le oyó repetir: «no me he apartado nunca en lo más mínimo de la doctrina de la Iglesia; en mis opiniones he sujetado siempre mi juicio, sin tener más interés que la gloria de Dios» (Positio 864-65).

Sus opiniones sobre doctrinas que rozaban el ámbito de la fe quedaban siempre sujetas al veredicto de la Iglesia a quien se sujetó siempre con profunda sumisión. Escribe en 1851 en El solitario de Cantayrac, 265: «Infalible la Iglesia en sus juicios, yo apruebo todo cuanto ella quiera aprobar. Yo anatematizo todo lo que ella tendrá a bien anatematizar. Yo sujeto a sus juicios y decisiones todos mis escritos, mis pensamientos, opiniones, palabras y acciones. Si como hombre caigo en algún error, yo lo retracto desde el momento que yo o ella lo conocerá o lo declarará error; yo lo repruebo desde ahora en el sentido en que ella lo reprobará ». Expresiones similares abundan en sus escritos. Su fe a toda prueba se manifestó muchas veces a lo largo de su vida y se demostró con la respuesta en el plano sobrenatural a situaciones humanamente muy difíciles de superar.

2. Fe y compromiso

Esta respuesta de fe arranca de su entrega a Dios desde la profesión religiosa. Hasta qué punto esa fe le llevaba a la entrega absoluta lo demuestra a las claras la ofrenda que hace de sí mismo «como víctima propiciatoria» por la Iglesia perseguida en los momentos de hacerse religioso. Ofrenda que no se reduce a un propósito o deseo, sino que se demuestra con hechos. Sabe el peligro inminente a que se expone al abrazar la vida religiosa, pero no duda en hacerlo, porque cree poder vivirla fi elmente pese a todas las vicisitudes que se presenten en el futuro. Esta fe le mantiene constante a lo largo de su vida en los compromisos adquiridos: «Me comprometí con votos solemnes a un estado cuyas reglas creía poder practicar hasta la muerte... si por un instante hubiera yo dudado sobre un punto tan esencial para abrazar mi estado, ¡oh no!, ciertamente no sería yo ahora religioso, pues hubiera seguido otro género de vida» (VS 242). Las persecuciones y difi cultades sufridas durante los años de destierro en Francia pusieron con mucha frecuencia a prueba su fe, especialmente cuando su vida religiosa y su ministerio sacerdotal fueron objeto de incomprensión por parte de las autoridades eclesiásticas.

3. Testimonio de fe a toda prueba

En la obediencia sumisa, pese a las duras pruebas, manifi esta una fe extraordinaria. Refi riéndose a la controversia con el Obispo de Montauban afi rma: «En esta controversia desagradable, yo protesto obediencia y sumisión absoluta a todas sus prescripciones en el círculo de sus atribuciones; respeto a la autoridad que Dios le ha dado y amo su persona» (SC 265). La obra de la Escuela de la virtud no fue solamente un empeño esforzado por defender la fe católica y por propagar y formar en las verdades de la fe cristiana, sino que se convirtió en un banco de prueba para el ejercicio de la fe del Beato Palau. Todos los días de clase en la Escuela se realizaba un acto o profesión de fe. Su confi namiento en Ibiza lo consideró también una consecuencia y una ocasión de profesar su fe: «Yo no me veré toda la vida sino en persecuciones... y por conservar mis comodidades no torceré nunca el camino... mi destierro me ha dado ocasión de conocer que los males, que yo ya temía, son más graves que lo que pensaba. La impiedad prevalece y el justo apenas tiene fuerza para hacer su confesión de fe; porque ésta, que en ciertas épocas ocasionaba el martirio, ahora es mirada como crimen de desacato a las autoridades » (Cta 18,2). Con idéntico espíritu de fe aceptó el fracaso de los primeros intentos fundacionales de Lleida y Aytona, pese a que en su desaparición prevalecieron intereses humanos sobre los motivos espirituales por él perseguidos. Lo aceptó con fe y sumisión a la voluntad de Dios e invitó a que así lo hiciese su dirigida Juana Gratias (Cf. Cta 19, 1039). Los momentos en que culmina su fe profunda coinciden con los últimos años de su vida, cuando el apostolado del exorcistado le procura tantas y tan dolorosas pruebas. A través de la fe descubre la acción salvadora de Cristo y la potestad por él concedida a la Iglesia para luchar contra el mal y aplicar los frutos de la redención. A sí mismo se aplicó en el heroico ejercicio de ese ministerio su propio pensamiento: «La fe del exorcista ha de ser pura, sin que le falte ni un cabello de cuanto requieren las leyes de la justicia de Dios» (MRel 876). Será tal si va acompañada, como iba en él, de la oración, de la rectitud en las obras, del ayuno y de la penitencia. Esos frutos y pruebas de la fe tuvo ocasión de demostrarlos de forma heroica ante las incomprensiones, las persecuciones y las calumnias que se levantaron contra él. Una vez más rindió su propio parecer a las disposiciones de los superiores sacrifi cando a la obediencia lo que creía una llamada divina. Su fe en la Iglesia le hace superar todos los obstáculos.

4. Fe en la Iglesia. “Credo eclesial”

Empeñado en defender todos los misterios de la religión contra las modernas ideologías ateas, de todos y cada uno hizo un tesoro para su vida personal y objeto de su fe. Destaca su peculiar modo de presentar y vivir los misterios de la religión cristiana a partir del misterio de la Iglesia. A través de ella enlazó con todos los misterios de la revelación: el misterio de Dios Uno y Trino, del Cuerpo Místico, de la Eucaristía, de la Virgen María, etc. Nada más elocuente que la frecuencia con que, a través de sus actos de fe en la Iglesia, confi esa los demás misterios de la revelación divina. Por eso el «credo eclesial» es una de las expresiones más características de su fe. Cuando se trata de defender la fe en el campo doctrinal o con el testimonio de la vida está siempre dispuesto a derramar su sangre si es necesario y en cualquier situación y prueba. En cuestiones de fe y de dogma «se ha de defender desde el fondo de un calabozo» (Auto de Prisión, Positio 579).

Por ello renueva y hace renovar la profesión de fe en las circunstancias adversas y difíciles. No se distingue sólo por esta intrepidez en la profesión y defensa de la fe, destaca sobre todo por el puesto que le concede en su vida íntima y en la dirección espiritual de los demás. Su programa de vida está marcado por el esfuerzo continuado de «unirse con Dios en fe, esperanza y amor», expresión repetida insistentemente en sus escritos para destacar su entrega a la Iglesia, ya desde su juventud.

5. Lectura teologal de la propia vida

A la luz de la fe aprendió a ver continuamente en su existencia los designios de Dios sobre ella, como en el caso de fundador, según propia confesión. Por eso siempre que tiene que actuar como responsable de la suerte de su obra y de sus hijos espirituales consulta a Dios y hace lo que Él le inspira. Sabe muy bien que sus planes no valen nada si no cuentan con la inspiración a este respecto:“nosotros hablamos, proyectamos, lanzamos planes para luego olvidarlos, como criaturas que corremos en un mundo de tinieblas. Y Dios, que lee nuestros pensamientos, tal vez sonríe porque en su sabiduría tiene dispuestos otros proyectos que regir. Nosotros hemos de hablar y obrar como hombres en aquello que no tenemos orden contraria de Dios” (Cta 19, 7).

Así, pues, su vida interior iluminada siempre por la fe sobrenatural le hace ver la mano de la providencia en su llamada o vocación para las diversas empresas. El éxito de sus empresas lo atribuye siempre a la intervención divina en general o a formas particulares de la misma. (Cf. Positio, LXXII-LXVI).

(D. Jara-P. Munill, Cien Fichas sobre Francisco Palau, p. 246-249)

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