1. Experiencia de fe en Francisco Palau
En todas sus empresas,
especialmente cuando fueron objeto de contrariedades y oposición, demostró una
fe inquebrantable, como reconocía El Ermitaño en su nota necrológica:
«¿quién sino un apóstol se halla revestido de esa fe inquebrantable, de esa
grandeza de alma que mostró siempre el P. Palau en las luchas sin tregua que
tuvo que sostener contra Satanás, que desde los cuerpos de los energúmenos le
hacía tan cruda guerra?» (Ermitaño 177,1). Por eso en los momentos de
agonía se le oyó repetir: «no me he apartado nunca en lo más mínimo de la
doctrina de la Iglesia; en mis opiniones he sujetado siempre mi juicio, sin
tener más interés que la gloria de Dios» (Positio 864-65).
Sus opiniones sobre doctrinas que
rozaban el ámbito de la fe quedaban siempre sujetas al veredicto de la Iglesia
a quien se sujetó siempre con profunda sumisión. Escribe en 1851 en El solitario
de Cantayrac, 265: «Infalible la Iglesia en sus juicios, yo apruebo todo
cuanto ella quiera aprobar. Yo anatematizo todo lo que ella tendrá a bien
anatematizar. Yo sujeto a sus juicios y decisiones todos mis escritos, mis
pensamientos, opiniones, palabras y acciones. Si como hombre caigo en algún
error, yo lo retracto desde el momento que yo o ella lo conocerá o lo declarará
error; yo lo repruebo desde ahora en el sentido en que ella lo reprobará ».
Expresiones similares abundan en sus escritos. Su fe a toda prueba se manifestó
muchas veces a lo largo de su vida y se demostró con la respuesta en el plano
sobrenatural a situaciones humanamente muy difíciles de superar.
2. Fe y compromiso
Esta respuesta de fe arranca de su
entrega a Dios desde la profesión religiosa. Hasta qué punto esa fe le llevaba
a la entrega absoluta lo demuestra a las claras la ofrenda que hace de sí mismo
«como víctima propiciatoria» por la Iglesia perseguida en los momentos de
hacerse religioso. Ofrenda que no se reduce a un propósito o deseo, sino que se
demuestra con hechos. Sabe el peligro inminente a que se expone al abrazar la
vida religiosa, pero no duda en hacerlo, porque cree poder vivirla fi elmente
pese a todas las vicisitudes que se presenten en el futuro. Esta fe le mantiene
constante a lo largo de su vida en los compromisos adquiridos: «Me comprometí
con votos solemnes a un estado cuyas reglas creía poder practicar hasta la
muerte... si por un instante hubiera yo dudado sobre un punto tan esencial para
abrazar mi estado, ¡oh no!, ciertamente no sería yo ahora religioso, pues
hubiera seguido otro género de vida» (VS 242). Las persecuciones y difi
cultades sufridas durante los años de destierro en Francia pusieron con mucha
frecuencia a prueba su fe, especialmente cuando su vida religiosa y su
ministerio sacerdotal fueron objeto de incomprensión por parte de las
autoridades eclesiásticas.
3. Testimonio de fe a toda prueba
En la obediencia sumisa, pese a las
duras pruebas, manifi esta una fe extraordinaria. Refi riéndose a la
controversia con el Obispo de Montauban afi rma: «En esta controversia
desagradable, yo protesto obediencia y sumisión absoluta a todas sus
prescripciones en el círculo de sus atribuciones; respeto a la autoridad que
Dios le ha dado y amo su persona» (SC 265). La obra de la Escuela de
la virtud no fue solamente un empeño esforzado por defender la fe católica
y por propagar y formar en las verdades de la fe cristiana, sino que se
convirtió en un banco de prueba para el ejercicio de la fe del Beato Palau.
Todos los días de clase en la Escuela se realizaba un acto o profesión
de fe. Su confi namiento en Ibiza lo consideró también una consecuencia y una
ocasión de profesar su fe: «Yo no me veré toda la vida sino en persecuciones...
y por conservar mis comodidades no torceré nunca el camino... mi destierro me
ha dado ocasión de conocer que los males, que yo ya temía, son más graves que
lo que pensaba. La impiedad prevalece y el justo apenas tiene fuerza para hacer
su confesión de fe; porque ésta, que en ciertas épocas ocasionaba el martirio,
ahora es mirada como crimen de desacato a las autoridades » (Cta 18,2).
Con idéntico espíritu de fe aceptó el fracaso de los primeros intentos
fundacionales de Lleida y Aytona, pese a que en su desaparición prevalecieron
intereses humanos sobre los motivos espirituales por él perseguidos. Lo aceptó
con fe y sumisión a la voluntad de Dios e invitó a que así lo hiciese su dirigida
Juana Gratias (Cf. Cta 19, 1039). Los momentos en que culmina su fe
profunda coinciden con los últimos años de su vida, cuando el apostolado del
exorcistado le procura tantas y tan dolorosas pruebas. A través de la fe
descubre la acción salvadora de Cristo y la potestad por él concedida a la
Iglesia para luchar contra el mal y aplicar los frutos de la redención. A sí
mismo se aplicó en el heroico ejercicio de ese ministerio su propio
pensamiento: «La fe del exorcista ha de ser pura, sin que le falte ni un cabello
de cuanto requieren las leyes de la justicia de Dios» (MRel 876). Será tal si
va acompañada, como iba en él, de la oración, de la rectitud en las obras, del
ayuno y de la penitencia. Esos frutos y pruebas de la fe tuvo ocasión de demostrarlos
de forma heroica ante las incomprensiones, las persecuciones y las calumnias
que se levantaron contra él. Una vez más rindió su propio parecer a las
disposiciones de los superiores sacrifi cando a la obediencia lo que creía una
llamada divina. Su fe en la Iglesia le hace superar todos los obstáculos.
4. Fe en la Iglesia. “Credo eclesial”
Empeñado en defender todos los
misterios de la religión contra las modernas ideologías ateas, de todos y cada
uno hizo un tesoro para su vida personal y objeto de su fe. Destaca su peculiar
modo de presentar y vivir los misterios de la religión cristiana a partir del
misterio de la Iglesia. A través de ella enlazó con todos los misterios de la
revelación: el misterio de Dios Uno y Trino, del Cuerpo Místico, de la
Eucaristía, de la Virgen María, etc. Nada más elocuente que la frecuencia con
que, a través de sus actos de fe en la Iglesia, confi esa los demás misterios
de la revelación divina. Por eso el «credo eclesial» es una de las expresiones más
características de su fe. Cuando se trata de defender la fe en el campo
doctrinal o con el testimonio de la vida está siempre dispuesto a derramar su
sangre si es necesario y en cualquier situación y prueba. En cuestiones de fe y
de dogma «se ha de defender desde el fondo de un calabozo» (Auto de Prisión,
Positio 579).
Por ello renueva y hace renovar
la profesión de fe en las circunstancias adversas y difíciles. No se distingue
sólo por esta intrepidez en la profesión y defensa de la fe, destaca sobre todo
por el puesto que le concede en su vida íntima y en la dirección espiritual de
los demás. Su programa de vida está marcado por el esfuerzo continuado de
«unirse con Dios en fe, esperanza y amor», expresión repetida insistentemente
en sus escritos para destacar su entrega a la Iglesia, ya desde su juventud.
5. Lectura teologal de la propia vida
A la luz de la fe aprendió a ver
continuamente en su existencia los designios de Dios sobre ella, como en el
caso de fundador, según propia confesión. Por eso siempre que tiene que actuar
como responsable de la suerte de su obra y de sus hijos espirituales consulta a
Dios y hace lo que Él le inspira. Sabe muy bien que sus planes no valen nada si
no cuentan con la inspiración a este respecto:“nosotros hablamos, proyectamos,
lanzamos planes para luego olvidarlos, como criaturas que corremos en un mundo de
tinieblas. Y Dios, que lee nuestros pensamientos, tal vez sonríe porque en su
sabiduría tiene dispuestos otros proyectos que regir. Nosotros hemos de hablar
y obrar como hombres en aquello que no tenemos orden contraria de Dios” (Cta
19, 7).
Así, pues, su vida interior
iluminada siempre por la fe sobrenatural le hace ver la mano de la providencia
en su llamada o vocación para las diversas empresas. El éxito de sus empresas
lo atribuye siempre a la intervención divina en general o a formas particulares
de la misma. (Cf. Positio, LXXII-LXVI).
(D. Jara-P. Munill, Cien Fichas sobre Francisco Palau, p. 246-249)
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