jueves, 2 de julio de 2009

EL SACERDOCIO EN EL PADRE PALAU por Mª Pilar Vila


El sacerdocio en el P. Palau

La vocación religiosa del P. Palau aparece definida desde sus inicios y a través de toda sus vida. En cambio la vertiente sacerdotal tendrá una evolución progresiva, paralelalmente al pensamiento y visión que se le irá desvelando sobre el misterio de la Iglesia.

Parece ser que sus superiores habían decidido que fray Francisco Palau fuera ordenado sacerdote. Pero al ser incendiado su convento cuando era diácono, y a raíz de su forzada exclaustración tuvo que replantearse su vocación y el camino a seguir. También se puso en contacto con sus superiores acerca de lo que debía hacer, estos le indicaron que debía ordenarse.

Sólo aceptó solicitar la ordenación sacerdotal después de estar convencido de que el sacerdocio no lo apartaría de la vocación carmelita a la que se sentía llamado y por ella dejó el seminario de Lleida. De ello da testimonio en Vida Solitaria: “Cuando mis superiores me anunciaron que debía ordenarme, jamás me parece aceptara el sacerdote si me hubieran asegurado que en caso de verme obligado a salir del convento debería vivir como sacerdote secular, pues a mi parecer nunca sentí esta vocación, y si consentí en ser sacerdote fue bajo la firme persuasión de que esta dignidad en modo alguno no me alejaría de mi profesión religiosa”(VS 11).

Pero, ante su sorpresa, la ordenación sacerdotal lo transformó interiormente. Del momento de su ordenación el P. Francisco Palau dirá:“Habiéndome la Iglesia por ministerio de uno de sus pastores impuesto las manos sobre mi cabeza, el espíritu del Señor, que vivifica ese cuerpo moral, me mudó en otro hombre, a saber en uno de sus ministros, en uno de sus representantes sobre el altar, en sacerdote del Altísimo”(VS18).

Cuando místicamente se sienta llamado a participar de la paternidad de Dios sobre la Iglesia, lo será por su condición no de bautizado, sino de sacerdote de Cristo: “Tu eres sacerdote del Altísimo (...) Esa es mi Hija muy amada. En ella tengo mis complacencias: dala mi bendición” (MR 2,2). Lo mismo sucede cuando se le concede el don relacionarse con la Iglesia con amor esponsal por intercesión de Maria: “Hijo mío, el sacerdote que ves pre sente sobre el altar ama a tu Esposa; el Padre se la da por Hija, y tú dásela por Esposa. -El Hijo: El Padre y yo hemos ordenado que tenga la Igle sia en la tierra padre que la ame como Hija, y amante que se una con ella como Esposa. Y puesto que el sa cerdote por quien tú abogas la ama, yo se la doy de nuevo por Esposa, como mi Padre se la ha dado por Hija” (MR 1, 30). En ambas experiencias se siente revestido místicamente de los ornamentos sacerdotales.

Para comprender mejor esta experiencia esponsal con la Iglesia de la que da testimonio el beato Francisco Palau se puede entender desde esta perspectiva: Cristo no se reserva nada para sí: nos permite dirigirnos a su Padre como Abba, a acoger a María como madre nuestra, a tener su mismo Espíritu, a comer su sangre y su cuerpo en la Eucaristía, a acoger su Palabra de salvación. Pero al sacerdote que es otro Cristo, el Señor le hace partícipe del amor esponsal que constantemente recibe de la Iglesia tanto celestial como terrena, vivido conscientemente por las mujeres consagradas. Este amor sólo lo posee Cristo, el esposo de las vírgenes, y glosando las palabras del Cantar de los Cantares: “Eres jardín cerrado, hermana y novia mía; eres jardín cerrado, fuente sellada. Yo vengo a mi jardín, hermana y novia mía; a recoger el bálsamo y la mirra, a comer de mi miel y mi panal, a beber de mi leche y de mi vino” (Cant 5,1). Y Cristo le dice a los sacerdotes, que son otro Cristo con él, “Comed, amigos, bebed, embriagaos de amor” (Cant 5,1).

El beato Francisco Palau es testimonio privilegiado de los bienes espirituales que Dios concede a los que viven con radicalidad el celibato sacerdotal. Como Inés, Clara de Asís, Catalina de Siena, Teresa de Jesús, Teresa del Niño Jesús, Isabel de la Trinidad, Teresa de los Andes... son testimonios privilegiados de la belleza del amor esponsal a Cristo por un don del Espíritu Santo.

Todos ellos son testimonio de que son ciertas las palabras de Cristo, “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba el que crea en mi como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva” (Jn 7,37), incluso en el amor esponsal, paternal y maternal que todo hombre y mujer se sienten íntimamente llamados vivir.

Dios no se deja vencer en generosidad, y si un hombre o una mujer consagra a Cristo su capacidad de amar esponsalmente, Dios se lo recompensa mil por uno. Como dice el P. Avelino Fernández s.j. “Dios da el ciento por uno en casa, hermanos y hermanas, madres, hijos y campos, pero en la castidad Dios da mil por uno”. Quizás en esta vida terrena sólo algunas mujeres consagradas, por un don del Espíritu Santo implícito en el bautismo, podrán experimentar el gozo de amar y sentirse amadas esponsalmente por Cristo. Pero en el cielo nuevo y en la tierra nueva todos quedarán sobrecogidos de poder contemplar eternamente la belleza y el amor de Cristo esposo de la Iglesia y sentirse amados por El.

De la misma forma los sacerdotes podrán recibir de Cristo su amor de hermano, de amigo entrañable, pero unidos a El podrán experimentar eternamente el gran amor esponsal con que Cristo es amado por la Iglesia. Ya que Cristo no se reserva nada para él y todo lo quiere compartir, de forma particular con el sacerdote que por el sacramento del Orden, ha sido constituido en otro Cristo como él: “Padre a los que tu me has dado, quiero que a donde yo esté, estén también conmigo... para que les inunde mi alegría” (Jn 17, 24 y 13).


La Iglesia como esposa del sacerdote

Francisco Palau había pedido reiteradamente la intercesión de Maria, para que Dios le hiciera conocer su voluntad, y al cabo de poco el Padre le manifestó en Ciutadella que le hacía participar de su paternidad. Años más tarde, cuando se iniciará una relación esponsal con la Iglesia, Maria también estará presente con su poderosa intercesión.

Cuando es introducido a relacionarse con la Iglesia desde un amor esponsal el P. Palau se siente revestido místicamente con los ornamentos sacerdotales.

“María, dirigiéndose al Anciano, le dijo: Padre eterno, este sacerdote que veis sobre el altar ama a tu Hija, la Iglesia santa, y te la pide por Esposa suya .

-<<El Padre>>: Mi Hija es su Hija, y mi Hija y su Hija, es Esposa suya.

-<<La Virgen a su Hijo>>: Hijo mío, el sacerdote que ves pre sente sobre el altar ama a tu Esposa; el Padre se la da por Hija, y tú dásela por Esposa.

-<<El Hijo>>: El Padre y yo hemos ordenado que tenga la Igle sia en la tierra padre que la ame como Hija, y amante que se una con ella como Esposa. Y puesto que el sa cerdote por quien tú abogas la ama, yo se la doy de nuevo por Esposa, como mi Padre se la ha dado por Hija”(MR1, 30).

El beato Francisco Palau hace entonces donación de sí a la Iglesia: “Recibe, oh Iglesia santa, acepta, oh Virgen bella, esta prenda de mi amor para contigo: sea la señal de la entrega de mí a ti en sacrificio sobre este altar. Y tú, altar, seas testigo que yo ya no soy mío, que ya no me pertenezco a mí mismo, que soy herencia y propiedad de mi Amada" (MR 1,30).

Y de ahora en adelante María será para él la imagen de la Iglesia, con la que se podrá relacionar: “Yo represento aquí tu Esposa, la Iglesia santa, y en nombre suyo yo acepto la ofrenda y el sacrificio: perteneces ya a tu Esposa, eres todo suyo. Durante el tiempo que vivas sobre la tierra, ámala, sírvela de padre y de esposo; ella, sabrá corresponder a tu amor” (MR 1,30).

Fruto de esta experiencia espiritual dirá de la Madre de Jesús: "María no sólo es el tipo y la figura más perfecta posible de la Iglesia para el que se enlaza con ésta, sino que es constituida medianera la más poderosa para este enlace sagrado entre la Iglesia y su amante. Por cuyos títulos debe invocarse y servirse de ella en nuestras relaciones con la Amada” (MR 11,20)

En su encuentro con la Iglesia como esposa, se realiza en él los síntomas de un verdadero enamoramiento, la contemplación de la Iglesia le ha robado todos los afectos de su corazón, hasta el punto de “ser esclavo de mi belleza, que por mí y para mí sacrificas tu ser, tu existencia, tu vida, cuanto eres y cuanto tienes“ (MR 20,10). Pero a él le llena de gozo poder relacionarse con “la más casta, la más pura y la más santa de las vírgenes” (MR 4,24) “Tu eres mi herencia, mi patrimonio y las delicias de mi corazón” (MR 5,6). Sus palabras recuerdan al salmista: “El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; mi suerte está en tu mano: me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad” (Sal 15, 5-6).

La Iglesia es la belleza infinita que él durante tantos años había buscado ansiosamente, “Eres tú, ¡oh Iglesia santa, mi cosa amada! ¡Eres tú el objeto único de mis amores. (...) La pasión del amor que me devora hallará en ti su pábulo, porque eres tan bella como Dios, eres infinitamente amable” (MR 3, 2). El P. Palau queda cautivado por la belleza de la Iglesia, que se le hace presente como una “mujer infinitamente amable, bella, afable, siempre joven, sin arruga ni defecto, perfectamente formada, grave, reservada, casta, virgen, madre fecunda, nunca enferma, siempre sana y con buena salud, robusta, de una inteligencia infinita, bella como Dios, fuerte, invencible, amante, inmutable, constante, sin debilidad, rica, señor del mundo, reina de todo lo creado[1].

En las descripciones que el beato Francisco Palau hace de la Iglesia, como santa Teresa las hacía de la belleza de Cristo, se singulariza la Iglesia de Roma que sobrepuja a todas en belleza. “Entré en el Vaticano, y desde las puertas vi sentada sobre el trono del sumo pontificado a la Mujer del Cordero (Ap 19, 7-9; 21,9). Su belleza era inmensa e indescriptible. (...) Yo temía acercarme a ella. Y uno de los príncipes que la rodeaban se acercó a mí y me dijo: <>. Al acercarme vi su belleza; y era tanta, que todas las bellezas creadas no son más que una sombra oscura tras la que brilla su hermosura como imagen del mismo Dios. Siempre joven, siempre virgen, toda perfecta, sin tacha ni arruga, infinitamente amable” (MR 19,6).

El P. Palau observará la transformación que ha obrado en él el encuentro con su Amada: “Cinco años ha que mi vista no se aleja de ti. Desde que te vi, mi corazón quedó herido de muerte, y ya no me es posible amar otra cosa que a ti” (MR 8,33). La presencia interior de la Iglesia lo deja herido de amor: “Yo te veo siempre de nuevo, y cuanto más te miro más bella te hallo, más te amo, más hermosa y amable te siento, y eres para mí tan nueva, que cada día me parece es la primera vez que te veo, amo y poseo” (MR 9,35). Pero no hay gozo sin alegría, y surgió en él el dolor de su indignidad respecto a la Iglesia, y el miedo que por causa de sus pecados pudiera desaparecer la presencia de su Amada, la Iglesia, esto lo temía más que la cárcel o todo tipo de persecuciones, de que también fue objeto.

Para comprender mejor sus relaciones esponsales con la Iglesia reflexionará sobre las diversas formas de relación.

“<>: Nuestras relaciones están fundadas en el amor mutuo de los dos, y el primer grado / es la amistad. Pero una simple amistad está muy lejos de satisfacer los apetitos del corazón; debe, por consiguiente, haber más que amistad simple.

<>: Hay entre los amantes relaciones de maternidad, y éstas son ya más fuertes. Tú, Amada mía, eres mi madre, y hay entre los dos, relaciones de hijo a madre. (...) En el curso de mi vida, tú, oh Iglesia santa, me has amamantado de la leche de tu doctrina, y con tu Espíritu vivificador me has sostenido como buena madre en el seno de tu amor. (...) Yo no te conocía, oh madre tierna, y tú, para dar calor a mis resoluciones santas, me apretabas a tus pechos y fomentabas mi piedad y devoción y el amor a cosas santas y eclesiásticas. Pero estas relaciones tampoco satisfacen ni llenan el vacío del corazón: relaciones de madre.

<>: Yo soy tu esposo y tú eres mi Esposa. Estas son las relaciones que van directamente a llenar el corazón, porque unen en esta vida con la perfección que permite la condición de mortal a los dos amantes. La simple amistad puede hallarse sin constituir familia, la maternidad constituye familia y hay comunidad de bienes, pero los desposorios constituyen familia, hacen comunidad de bienes y personas. Los desposorios son la entrega mutua de los amantes uno a otro; y el amor es el que une los amantes, haciendo esclavo uno de otro” (MR 22,22-24).

Dios va enriqueciendo progresivamente esta relación esponsal, que toma características trinitarias: “La eterna Paternidad en Dios, mirándose a sí mismo en los dos, esposo y Esposa, viendo en ellos su propia belleza, los enriquece a los dos cuanto compete a cada uno: al esposo le da en dote fe, esperanza y caridad; y la Esposa, en correspondencia a la fe del viador, le comunica la visión, y, en razón de la esperanza y de la caridad, la posesión y fruición de todos los goces celestes; y así, ricos, cuanto corresponde a tales amantes, los presenta semejantes a sí en el día de las bodas” (MR 22,33).

El beato Francisco Palau podía encontrar la presencia de su Amada donde fuera, la podía encontrar en la soledad o en medio de la ciudad, porque allí donde haya un fiel allí está ella. En sus largas meditaciones sobre su vinculación con la Iglesia, descubre la profunda unidad existente entre la vida contemplativa y la vida activa, entre la vida terrena y la celestial: “En la soledad seré tu compañera, y en medio de los pueblos yo no te dejaré; en vida estaré contigo, y tras las sombras de la vida presente me verás y estaré contigo a cara descubierta en gloria” (MR 8,13).

Pero su deseo más profundo era vivir en la tierra una unión cada vez más profunda con su Amada; ésta tiene lugar en la Eucaristía, “Sólo puede satisfacer los deseos del corazón la unión de amor de esposo fiel, consumada en tu altar con la participación del augustísimo Sacramento” (MR 22,26). En la Eucaristía aunque de una manera misteriosa pero real se realiza la unión de todos los miembros entre sí y con su cabeza:

En el augustísimo Sacramento del altar, allí todos -los días representada en su Cabeza invi sible, Jesús mi Hijo allí ella se unirá contigo de nuevo. Dándote su Cabeza sacramentalmente, se te da toda ella por amor mística y moralmente; y unién dote allí sacramentalmente con la Cabeza, te unirás moralmente con todo su cuerpo. Allí, comiendo la car ne de Cristo su Cabeza, te harás con ella carne de sus carnes, hueso de sus huesos; allí te unirás con ella, y ella contigo en matrimonio espiritual, y te gozarás de ella y ella contigo con aquel gozo espiritual que el mun do y la carne no conocen. Tu amada Esposa, tu Hija, está y estará en el templo de Dios vivo día y noche, su Cabeza -Cristo Sacramentado- reclinada, sobre el altar. Cuida de ella -la militante- enjuga sus lágrimas, consuélala en sus aflicciones, alivia sus pesares; lo que harás por ella en la tierra, ella te lo volverá y hará por ti en el cielo” (MR 1, 31).

Pero no siempre vivirá en la certeza de estas relaciones con su Amada, y ante las dudas hará actos de fe, y decidirá poner por escrito estas vivencias eclesiales para que le confortaran en momentos de oscuridad. Éste será el libro de Mis relaciones con la Iglesia de Dios.

Proyección eclesial de la experiencia espiritual del bto. Francisco Palau

La experiencia interior que el beato Francisco Palau tuvo de la Iglesia como persona mística, y su relación con ella desde la filiación, paternidad y el amor esponsal es para que ser comunicada a los demás.

Él se preguntaba porque el Padre se le había revelado a él que se encontraba incapaz de corresponder a este amor. Comprenderá en su interior: "No por ti, sino por mi Iglesia, yo te he revelado, descubierto y manifestado a mi Hija muy amada; y ella se ha revelado a ti, y te he dado por Esposa, para que hagas de su belleza la descripción y para que escribiendo y predicando de ella la conozca el mundo, la ame y deje de odiarla y perseguirla. Llega ya el tiempo en que la Iglesia ha de revelarse y darse a conocer al mundo y a los hombres, la verán y la amarán. La fe en ella casi extinguida, se levantará cual cometa, que será el signo de los últimos días de su peregrinación sobre la tierra" (MR 3,14).

Francisco Palau recibió la misión de anunciar a todos los pueblos del mundo la belleza infinita de la Iglesia para que fuera amada. Hoy cerca de tres mil hijas espirituales del Beato F. Palau presentes en unos treinta países de cuatro continentes del mundo, aman, sirven a la Iglesia en sus necesidades, y enseñan a todos a amar filialmente a la Iglesia. Todo aquel que lea atentamente y con perseverancia los escritos del beato F. Palau obtendrá como fruto espiritual un amor entrañable a la Iglesia.

Se podría decir que cuando el beato Francisco Palau entra en la eternidad es engendrada -en el seno de su madre- la que sería santa Teresa del Niño Jesús, ya que entre la muerte del beato Francisco Palau y el nacimiento de la santa de Lisieux hay nueve meses y trece días. Pero hay algo que diferencia profundamente a estos dos santos del Carmelo. A la muerte de santa Teresa del Niño Jesús fueron publicados sus escritos espirituales. Hace un siglo que estos escritos espirituales no dejan de hacer bien a todos los que los leen. Sus pensamientos han quedado integrados en la espiritualidad de nuestro tiempo, hasta el punto de que Juan Pablo II la ha declarado doctora de la Iglesia. Esto no ha sucedido con los escritos del bto. Francisco Palau. Hasta el año 1997 no fueron publicados sus escritos íntimos: “Mis Relaciones con la Iglesia". Los estudiosos de la Iglesia que los leen, quedan admirados por la profundidad con que intuyó el misterio de la Iglesia. El P. Palau, alejado de los centros europeos donde se elaboraba la teología sobre la Iglesia, llegó a conclusiones todavía más profundas por el camino de la experiencia mística[3]. También los sacerdotes que han tenido la oportunidad de leer este libro y lo han comprendido, han intuido el profundo amor de Cristo hacia el sacerdote.

Si hubieran sido publicados sus escritos después de su muerte, hoy formaría parte del patrimonio espiritual de la Iglesia. Teológicamente el conocimiento sobre el misterio de la Iglesia habría avanzado mucho más.

Dios le concedió al P. Palau descubrir a la Iglesia como un ser personal capaz de amar y ser amado, capaz de saciar toda la capacidad de amar del corazón humano. Afirmación que va mucho más allá de la que definió el Concilio Vaticano II. Sólo Pablo VI en su encíclica "Eclesiam Suam", se acerca algo a la experiencia que ya estaba profundamente instaurada en el interior del bto. F. Palau. En esta encíclica este Papa decía: “El misterio de la Iglesia no es un simple objeto de conocimiento teológico, ha de convertirse en una vivencia, en la cual antes de tener una noción clara, el alma fiel puede tener incluso una experiencia connatural" (n. 35).

Si los escritos del bto. F. Palau formasen parte de la espiritualidad de nuestro siglo como los de santa Teresita, muchos de los miles de sacerdotes que, con la crisis postconciliar se secularizaron, buscando ser amados por un amor femenino, estos escritos del P. Palau les hubiesen ayudado a descubrir que en la fidelidad radical al celibato sacerdotal podían encontrar este amor que buscaban, como lo encuentra la mujer consagrada en Cristo.

Además, si hubiera sido mínimamente conocida la riqueza de la experiencia del bto. Francisco Palau, del sacerdote como esposo de la Iglesia, cuando Pablo VI en su encíclica Sacerdotalis Caelibatus invitaba: “a los estudiosos de la doctrina cristiana y a los maestros de espíritu y a todos los sacerdotes capaces de las intuiciones sobrenaturales sobre su vocación, a preservar en el estudio de estas perspectivas y penetrar en sus íntimas y fecundas realidades, de suerte que el vínculo entre el sacerdocio y el celibato aparezca cada vez mejor en su lógica luminosa y heroica, de amor único e ilimitado hacia Cristo Señor y hacia su Iglesia”(n. 25), hubiera podio aportar el ejemplo luminoso de la experiencia eclesial del bto. Francisco Palau para que fuera profundizada en orden a dar sentido al celibato sacerdotal, entonces y ahora tan cuestionado.

El bto. Francisco Palau es un testimonio viviente de que Dios no se deja vencer nunca en generosidad. Él fue tan fiel en servir a la Iglesia como un hijo sirve a su madre en situación de extrema necesidad, que Dios le hizo partícipe de su paternidad sobre la Iglesia. Fue tan fiel en su entrega paternal a favor de su Hija la Iglesia que Cristo por intercesión de María le concede ser esposo de la Iglesia. Además lo que él ofrecía a Dios en bien de la Iglesia en España, le concede vivenciarlo desde la experiencia esponsal. La Eucaristía que ofrecía en reparación de los pecados de la Iglesia, será el lugar del encuentro profundo entre él y su Amada. Si antes suplicaba que María fuera su intercesora a favor de la Iglesia en España, será ella la mediadora para que se realice el enlace nupcial entre él y la Iglesia....

Nos podemos preguntar las gracias con que Dios favoreció al beato Francisco Palau son sólo un premio a su insobornable fidelidad en el servicio de su Iglesia, o más bien es un testimonio privilegiado para hacer conocer a la Iglesia como persona mística, donde todos los que como él participan del sacerdocio ministerial de Cristo, puedan establecer con la Iglesia una relación paternal y esponsal. Se puede afirmar que las gracias por él recibidas y algunas de ellas narradas en su diario íntimo “Mis Relaciones con la Iglesia”, son prenda de lo que están llamados a vivir los sacerdotes. Su larga búsqueda de 40 años es una luz que señala el camino para que sus otros hermanos en el sacerdocio puedan experimentar la responsabilidad de su paternidad hacia la Iglesia, y el gozo de sentirse amados esponsalmente por la Iglesia.

De la misma forma que Isabel de la Trinidad intuía que su misión póstuma en el cielo sería el fruto de la labor de toda su vida espiritual: “Atraer a las almas, ayudándolas a salir de ellas mismas para unirse a Dios por un movimiento todo sencillo y amoroso, y guardarlas en este silencio interior que permita a Dios imprimirse en ellas y transformarlas en El mismo[4]. El bto. Francisco Palau en el cielo su misión debe ser también ayudar al sacerdote a descubrir a la Iglesia como su Hija y su Esposa, y como dijo pocos días antes de morir a una familia amiga, “Como me voy al cielo, reclamadme, reclamadme que os ayudaré”.

Si aquí en la tierra los sacerdotes no perciben estas gracias espirituales de forma análoga a la experimentada por el beato Francisco Palau, no por ello dejarán de vivir estas realidades en la Iglesia celestial, quizás aún de forma más plena porque han debido vivir con una fe más desnuda de todo consuelo espiritual su ministerio sacerdotal en bien de la Iglesia. Así lo expresa con toda claridad el beato F. Palau: “Si tu no te hubieses revelado, así hubiera desaparecido de entre los mortales sin relacionarme contigo. ¡Qué sorpresa la mía cuando te hubiera visto sin velos en el cielo!” (MR 22,17).

En distintas ocasiones el beato Francisco Palau repite que esta experiencia esponsal con la Iglesia está reservada a “amantes castos, puros y vírgenes como yo” (MR 7,10). Pero al final de sus escritos dirá: “En cuanto sacerdote, soy esposo tuyo; y si yo amara otra belleza fuera de ti, fuera tu esposo pero infiel y adúltero; y si me uno a ti sacramentalmente y no tuviera el amor que me pides, fuera esposo infiel, adúltero y sacrílego (...) Sólo puede satisfacer los deseos del corazón la unión de amor de esposo fiel, consumada en tu altar con la participación del augustísimo Sacramento” (MR 22,26).

El ser esposo de la Iglesia está reservado a todo sacerdote fiel o infiel. Ciertamente que su experiencia esponsal puede ayudar afirmar a muchos presbíteros en la fidelidad a su celibato sacerdotal, pero también puede ayudar a los que en “momentos de oscuridad y nubarrones se desperdigaron” (Cf. Ez 34,12) para reencontrar la belleza del celibato sacerdotal y descubrir las dimensiones esponsales y paternales del sacerdocio.

domingo, 28 de junio de 2009

Francisco Palau Signo Profético Hoy: La GRATUIDAD

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La gratuidad representa todo cuanto nunca será mensurable, contable, rentable en el sentido estricto del término; pero sin esta gratuidad el hombre se autodestruye. La ternura de Dios, la música, la pintura, las flores, la poesía, el don de sí, la amistad, la benevolencia..., no sirven para nada en un plano estrictamente «utilitario»; pero sin ellos la tierra se convertiría en un monstruoso planeta de robots. Nada es más rentable ni más eficaz para el porvenir del hombre que la gratuidad.
En Jesús de Nazaret se radicaliza la antigua predicación profética; sus exigencias respecto de la convivencia humana van más por el camino de la gratuidad que de la equidad.
El sentido de la gratuidad y el gusto por ella, son ciertamente uno de los componentes esenciales de la espiritualidad palautiana. Toda la vida evangélica y misionera de Francisco, al igual que su oración, están marcadas por la gratuidad
¿Por qué? Sin duda, a causa de la Iglesia, que es esencialmente «don» y «gratuidad». Francisco Palau entrevió en ella la síntesis de todos los dones de Dios a la humanidad. En un mundo en el que el Dios «útil» comenzaba a derrumbarse, Francisco redescubre el rostro del Dios de la Alianza a través de las formas pobres y paradójicas de su Iglesia.
1. La gratuidad de Dios interpela nuestra gratuidad
Toda la Sagrada Escritura es un testimonio de la absoluta libertad de Dios. El hombre no puede presentar ningún derecho ante su hacedor. La misma vida es un don. Y todo lo que la acompaña, también. Además, Dios no da con medida, sino generosamente, desbordando cualquier cálculo humano. No nos da una tierra cualquiera, sino un jardín. No un río, sino cuatro. Incluso él mismo se hace compañero del hombre al atardecer, a la hora de la brisa (Gn 1-2). Estos elementos se repetirán en cada una de las intervenciones de Dios a favor del pueblo o de los individuos. Un canto pascual de los israelitas nos servirá para tomar conciencia de lo dicho: «¡Cuántos bienes nos ha dado el Señor! Si sólo nos hubiera sacado de la esclavitud de Egipto, nos habría bastado. Pero, ademá ... ». A continuación se van nombrando otras gracias recibidas del Señor: nos ha dado el maná, las codornices, el agua que manaba de la roca, ha hecho alianza con nosotros, nos ha librado de los enemigos, nos ha dado la tierra, etc. A Israel sólo le queda «dar gracias al Señor, porque es eterna su misericordia» (Sal 136). Ver también: (Os 14, 5) (Job 7,1-4.6-7) (Job 7,1-3) (Job 7,6) (Job 7,7) (Job 40,1-5) (Job 42,1-6).

En la predicación de Jesús no aparece el término «jaris», en el sentido de favor de Dios sin méritos propios. Pero el contenido de esta realidad sí aparece. En este sentido, son programáticos los textos de Mt 11, 5 y Lc 4, 18-19. En estos pasajes se describe la acción de Jesús dirigida, no a los fuertes y poderosos, no a los instalados, ni siquiera a los que viven simplemente bien, sino a los ciegos y cojos, leprosos y sordos, a los muertos y a los pobres, a los cautivos y a los oprimidos. En Mt 11, 28, se amplía la lista a los rendidos y abrumados; y en Lc 15, a todos los que se han perdido, aun cuando eso sea por propia culpa. De esta manera, Jesús hace presente en el mundo la inclinación y el favor de Dios por lo débil, tal como aparece en el Antiguo Testamento. Por otra parte, también hay que tener en cuenta que es tema central, en la predicación de Jesús, el perdón que está por encima de todo cálculo: al decir Jesús que hay que perdonar setenta veces siete, afirma que el perdón no tiene límite alguno: Además, Jesús dice también que la recompensa, en el Reino de Dios, está por encima de los merecimientos de cada uno, cosa que aparece en la parábola de los jornaleros enviados a trabajar en la viña a distintas horas, en el caso de la mujer pecadora, que es preferida al justo observante y también en el caso de Zaqueo.
En resumen, se puede decir que, en la predicación de Jesús, Dios favorece siempre al débil, está de parte del abatido, perdona y acoge al pecador y recompensa al hombre por encima de sus merecimientos.
Pero todo esto se ha de entender dentro del proyecto global del Reino de Dios, que es el proyecto fundamental de Jesús que no es un proyecto individual, sino comunitario, social y público.
Otros textos: 1 Cor 9, 16-19.22.23; Rom 5, 2.6.10; 11, 33-35; 1 Cor 9, 16-19.22.23; Mt 10, 8; 1Jn 4, 10.

2. Francisco Palau vive desde la lógica de la gratuidad
En la vida de Francisco Palau se manifiesta nítidamente esta conciencia de deuda en el amor respecto a Dios y esta armonía entre la gratuidad del don de Dios y su respuesta activa y responsable, que él canalizará y expresará siempre como amor y entrega mutua con su amada la Iglesia. Veremos en este apartado como la extraordinaria experiencia de la grandeza del don de Dios se le descubre a Francisco Palau en la Iglesia y por la Iglesia. Esta es la peculiaridad más llamativa que encontramos en nuestro autor al reflexionar sobre el sentido de gratuidad que él vivió. Cuando la Iglesia se le manifiesta, él percibe la distancia abismal que le separa de ella y esta constatación le lleva a sentir la necesidad de ser salvado. Reconociendo la imposibilidad de ello sin la gracia, suplica una y otra vez a su Amada que lo haga digno de ella. Por eso la aguda percepción de la propia limitación lejos de llevarle al desaliento y a la pasividad le conduce a una relación más estrecha y confiada en la Iglesia y a realizar todo lo que está en su mano para responder siempre en conformidad con la voluntad de Dios buscando en todas sus acciones sólo su gloria. Los lugares de Mis Relaciones donde aparecen los cuadros que intentan sintetizar su itinerario espiritual son los siguientes: 11 de mayo de 1865, p.202; 22 de febrero de 1866, p. 303; 4 de julio de 1866, p. 384; 28 de marzo de 1867, p. 496; Ver también: Mis Relaciones, p.302; 20-22; Carta 72, p. 263. Carta 46, p.186. Carta 51, p. 196. 52, p. 198. 54, p. 202. Carta 57, p. 208.

  • 2.1. Conciencia del don de Dios a través de la Iglesia.
    Es una característica propia de los místicos y amigos de Dios la experiencia profunda de que todo es don, de que no tienen nada que no haya sido recibido. Francisco Palau transporta toda esa vivencia de gratuidad a la Iglesia. Es ella la que se le descubre, la que se le manifiesta, la que lleva la iniciativa; se siente elegido y cogido de la mano por ella:
    “Antes que tú me conocieras te tomé por la mano, y sacándote de entre la multitud te he conducido a la soledad de este monte, y aquí yo he descubierto y revelado mi gloria. Mi Padre celestial te dio para conmigo amor de padre...”.
    Reconoce que el origen de este amor no está en él ni en sus méritos personales; ésta certeza le hace poner en boca de la Iglesia estas palabras para disipar sus dudas de ser amado por ella: “Si no te amara, ya no me conocieras porque no me revelaría a tus ojos”.
    MR p. 409; 341; 304; 482.
  • 2.2. Conciencia de la propia limitación
  • La aguda percepción del don desbordante de Dios lleva al Beato Palau a una conciencia clara de su limitación. La expresión bíblica de que “no se puede ver el rostro de Dios y seguir viviendo” es una constante aplicable a todos los que le han seguido en todos los tiempos. No se puede “ver” el rostro de Dios y no verse a uno mismo, no se puede ver el rostro de Dios y que el hombre viejo siga tan vivo como antes. La conciencia de la propia limitación es consecuencia lógica de la cercanía de Dios. Tanto Santa Teresa como San Juan de la Cruz hablan de la causa de este conocimiento propio como exceso de luz por la cercanía de Dios, de la necesidad de padecerlo para progresar en el camino espiritual y de sus consecuencias benéficas para alcanzar la meta de la plenitud en el amor. Es también la experiencia de Francisco Palau siempre que la Amada se le hace presente:
    “Esta misma luz que me descubría la inmensa belleza del objeto de mi amor, dando sobre la flaqueza humana, sobre la potencia, la posibilidad y la libertad para un divorcio con ella por el pecado, descubriendo en esas horribles y lúgubres cavernas todo cuanto puede concebirse de más feo y abominable, me dejaba lleno de terror y espanto”.
    MR p. 138; 132; 264; 300; 308; 478-479; 483; 411.
  • 2.3. Agradecimiento, abandono y confianza
    Quien se siente salvado ya en esta vida se une al cántico nuevo del que nos habla el Apocalipsis porque su vida anclada en Dios se convierte en una continua acción de gracias. Vive la gratuidad más auténtica porque sin intereses propios, goza sin trabas de la riqueza y esplendor de lo que la fe y la naturaleza le brinda.
    Ante la belleza y el amor de la Iglesia canta la bienaventuranza de quien ha tenido como él, o puede llegar a tener la gracia de conocerla:
    ¡Feliz, oh Iglesia santa, el que llega a unirse contigo en fe, esperanza y amor!.
    MR 308; 411.; 132.; 430.
    Un puesto destacado en la vida del P. Palau ocupa su confianza plena en Dios y desde su vivencia anima constantemente a sus hijos e hijas espirituales a seguir este camino. Contando con la más absoluta confianza en Dios no hallaba obstáculos que le detuviera en su servicio a la Iglesia. Cuando se siente llamado por Dios dice que “no hay nada de cuanto se me pone por delante por terrible y desagradable que sea, que no lo asalte y atropelle”En los momentos en los que fallan las apoyaturas humanas y parece que todo está perdido pone su esperanza sólo en Dios que no le falla: “No necesitamos sino de Dios. Solo Dios nos basta. El conoce nuestras necesidades. Si quiere y conviene sabrá remediarlas”. Nada ni nadie alterará en el curso de su azarosa vida esta certeza: Ni la revolución de 1835 que lo arranca del convento a los 23 años, ni el exilio a Francia, ni la calumnia, ni la injusta supresión de la Escuela de la Virtud y sus primeros pasos fundacionales en Lérida y Aytona, ni desterrado por dos veces a Ibiza sin juicio previo, logran hacerle decaer el ánimo y perder la esperanza. Cuando la policía de Barcelona sin más explicaciones irrumpe en los locales de Els Penitents, donde recogía a los enfermos desahuciados para cuidarlos, y se lleva de malos modos a todos los allí presentes a la cárcel, él ante el temor que expresa alguna de las Hermanas, responde el P. Palau: “No tengáis miedo a los enemigos, acompañándonos la Virgen nuestra Señora y Madre, Ya están atados”.
    En todo momento acepta con confianza su situación de abandono de todo lo humano, el descrédito y la persecución de que es objeto, pidiendo a Dios que le ilumine el camino a seguir. Esto no impide que demande el que se haga justicia, pero siempre termina dejando el resultado en las manos de la providencia esperando que triunfe la verdad.
    Carta 73, p.267. Positio, 46-54; 156; 363-366; 375 -380; 384-385; 576; 587-591; 678; 698; 840-843. LXXIX.

3. La gratuidad signo profético hoy
La gratuidad es un signo profético. No es fácil llegar a comprender el valor de la gratuidad, ya que «lo gratuito» es hoy precisamente «lo que no vale nada». En un sistema de relaciones humanas comercializadas, todo se da «a cambio» de otra cosa, y se desconfía de aquello que se nos da por nada. Hay desde luego cosas «que no tienen precio», pero son justamente aquellas por las que no se podría nunca pagar lo suficiente, aquellas que no pueden ser vendidas y menos aún regaladas.
Y he aquí que el amor es aquello que «no tiene precio», que no puede ser comprado ni cambiado por ninguna otra cosa, pero que en su esencia misma conlleva el que se regale: es un don gratuito. Todo lo más, puede imaginarse que el amor «hay que merecerlo»; sin embargo, cuando llega se comprende que es inmerecido o que supera todo lo que podría merecer.
El acto emana de su poder y de su fuerza. Asombra a todos y desequilibra las categorías del comportamiento ordinario, siempre «razonable», utilitario, justificable (al menos, pretende serlo así). Por eso, el hecho «da que hablar», crea malestar: « ¡Un acto gratuito! No hay nada que desmoralice tanto! »
La historia de los seguidores y seguidoras de Francisco Palau a lo largo de la historia se ha caracterizado por la dedicación, el haberlo dejado todo, la gratuidad que no depende del éxito, de los resultados, de los aplausos de los importantes; esa gratuidad que se mantiene incluso ante el fracaso, las decepciones, los errores, las incomprensiones, el cansancio y las crisis,... la oscuridad de lo cotidiano.
La Iglesia como cuerpo de Cristo, “Dios y los prójimos” es la clave que explicaría nuestra opción por vivir la gratuidad con todas sus consecuencias. No podemos dar por supuesta una opción de este tipo por el simple hecho de formar parte de una Congregación religiosa o comprometidos en una asociación laical.
También es vivir la gratuidad servir a la Iglesia al estilo palautiano con firmeza y entusiasmo, pero no de forma acrítica, hemos de servirla según nuestro carisma profético y según sus necesidades y las del mundo, sin caer en una sumisión ciega e infantil. La Iglesia necesita profetas que actualicen el misterio de Jesús en formas arriesgadas, de imaginación creadora. Pero no se es profeta impunemente: los profetas tienen la persecución asegurada. ¿Estamos preparados para ejercer nuestra función profética al estilo de Palau?, ¿dejamos que los profetas que hay entre nosotros nos saquen de nuestras casillas, nos sacudan el polvo del anquilosamiento, nos limpien las telarañas de la infidelidad a los pobres...? La falta de profetas, de denuncia, de conflictos, de persecuciones... debería plantearnos serias dudas sobre nuestra fidelidad a nuestro Fundador y al seguimiento de Jesús.