jueves, 2 de julio de 2009

EL SACERDOCIO EN EL PADRE PALAU por Mª Pilar Vila


El sacerdocio en el P. Palau

La vocación religiosa del P. Palau aparece definida desde sus inicios y a través de toda sus vida. En cambio la vertiente sacerdotal tendrá una evolución progresiva, paralelalmente al pensamiento y visión que se le irá desvelando sobre el misterio de la Iglesia.

Parece ser que sus superiores habían decidido que fray Francisco Palau fuera ordenado sacerdote. Pero al ser incendiado su convento cuando era diácono, y a raíz de su forzada exclaustración tuvo que replantearse su vocación y el camino a seguir. También se puso en contacto con sus superiores acerca de lo que debía hacer, estos le indicaron que debía ordenarse.

Sólo aceptó solicitar la ordenación sacerdotal después de estar convencido de que el sacerdocio no lo apartaría de la vocación carmelita a la que se sentía llamado y por ella dejó el seminario de Lleida. De ello da testimonio en Vida Solitaria: “Cuando mis superiores me anunciaron que debía ordenarme, jamás me parece aceptara el sacerdote si me hubieran asegurado que en caso de verme obligado a salir del convento debería vivir como sacerdote secular, pues a mi parecer nunca sentí esta vocación, y si consentí en ser sacerdote fue bajo la firme persuasión de que esta dignidad en modo alguno no me alejaría de mi profesión religiosa”(VS 11).

Pero, ante su sorpresa, la ordenación sacerdotal lo transformó interiormente. Del momento de su ordenación el P. Francisco Palau dirá:“Habiéndome la Iglesia por ministerio de uno de sus pastores impuesto las manos sobre mi cabeza, el espíritu del Señor, que vivifica ese cuerpo moral, me mudó en otro hombre, a saber en uno de sus ministros, en uno de sus representantes sobre el altar, en sacerdote del Altísimo”(VS18).

Cuando místicamente se sienta llamado a participar de la paternidad de Dios sobre la Iglesia, lo será por su condición no de bautizado, sino de sacerdote de Cristo: “Tu eres sacerdote del Altísimo (...) Esa es mi Hija muy amada. En ella tengo mis complacencias: dala mi bendición” (MR 2,2). Lo mismo sucede cuando se le concede el don relacionarse con la Iglesia con amor esponsal por intercesión de Maria: “Hijo mío, el sacerdote que ves pre sente sobre el altar ama a tu Esposa; el Padre se la da por Hija, y tú dásela por Esposa. -El Hijo: El Padre y yo hemos ordenado que tenga la Igle sia en la tierra padre que la ame como Hija, y amante que se una con ella como Esposa. Y puesto que el sa cerdote por quien tú abogas la ama, yo se la doy de nuevo por Esposa, como mi Padre se la ha dado por Hija” (MR 1, 30). En ambas experiencias se siente revestido místicamente de los ornamentos sacerdotales.

Para comprender mejor esta experiencia esponsal con la Iglesia de la que da testimonio el beato Francisco Palau se puede entender desde esta perspectiva: Cristo no se reserva nada para sí: nos permite dirigirnos a su Padre como Abba, a acoger a María como madre nuestra, a tener su mismo Espíritu, a comer su sangre y su cuerpo en la Eucaristía, a acoger su Palabra de salvación. Pero al sacerdote que es otro Cristo, el Señor le hace partícipe del amor esponsal que constantemente recibe de la Iglesia tanto celestial como terrena, vivido conscientemente por las mujeres consagradas. Este amor sólo lo posee Cristo, el esposo de las vírgenes, y glosando las palabras del Cantar de los Cantares: “Eres jardín cerrado, hermana y novia mía; eres jardín cerrado, fuente sellada. Yo vengo a mi jardín, hermana y novia mía; a recoger el bálsamo y la mirra, a comer de mi miel y mi panal, a beber de mi leche y de mi vino” (Cant 5,1). Y Cristo le dice a los sacerdotes, que son otro Cristo con él, “Comed, amigos, bebed, embriagaos de amor” (Cant 5,1).

El beato Francisco Palau es testimonio privilegiado de los bienes espirituales que Dios concede a los que viven con radicalidad el celibato sacerdotal. Como Inés, Clara de Asís, Catalina de Siena, Teresa de Jesús, Teresa del Niño Jesús, Isabel de la Trinidad, Teresa de los Andes... son testimonios privilegiados de la belleza del amor esponsal a Cristo por un don del Espíritu Santo.

Todos ellos son testimonio de que son ciertas las palabras de Cristo, “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba el que crea en mi como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva” (Jn 7,37), incluso en el amor esponsal, paternal y maternal que todo hombre y mujer se sienten íntimamente llamados vivir.

Dios no se deja vencer en generosidad, y si un hombre o una mujer consagra a Cristo su capacidad de amar esponsalmente, Dios se lo recompensa mil por uno. Como dice el P. Avelino Fernández s.j. “Dios da el ciento por uno en casa, hermanos y hermanas, madres, hijos y campos, pero en la castidad Dios da mil por uno”. Quizás en esta vida terrena sólo algunas mujeres consagradas, por un don del Espíritu Santo implícito en el bautismo, podrán experimentar el gozo de amar y sentirse amadas esponsalmente por Cristo. Pero en el cielo nuevo y en la tierra nueva todos quedarán sobrecogidos de poder contemplar eternamente la belleza y el amor de Cristo esposo de la Iglesia y sentirse amados por El.

De la misma forma los sacerdotes podrán recibir de Cristo su amor de hermano, de amigo entrañable, pero unidos a El podrán experimentar eternamente el gran amor esponsal con que Cristo es amado por la Iglesia. Ya que Cristo no se reserva nada para él y todo lo quiere compartir, de forma particular con el sacerdote que por el sacramento del Orden, ha sido constituido en otro Cristo como él: “Padre a los que tu me has dado, quiero que a donde yo esté, estén también conmigo... para que les inunde mi alegría” (Jn 17, 24 y 13).


La Iglesia como esposa del sacerdote

Francisco Palau había pedido reiteradamente la intercesión de Maria, para que Dios le hiciera conocer su voluntad, y al cabo de poco el Padre le manifestó en Ciutadella que le hacía participar de su paternidad. Años más tarde, cuando se iniciará una relación esponsal con la Iglesia, Maria también estará presente con su poderosa intercesión.

Cuando es introducido a relacionarse con la Iglesia desde un amor esponsal el P. Palau se siente revestido místicamente con los ornamentos sacerdotales.

“María, dirigiéndose al Anciano, le dijo: Padre eterno, este sacerdote que veis sobre el altar ama a tu Hija, la Iglesia santa, y te la pide por Esposa suya .

-<<El Padre>>: Mi Hija es su Hija, y mi Hija y su Hija, es Esposa suya.

-<<La Virgen a su Hijo>>: Hijo mío, el sacerdote que ves pre sente sobre el altar ama a tu Esposa; el Padre se la da por Hija, y tú dásela por Esposa.

-<<El Hijo>>: El Padre y yo hemos ordenado que tenga la Igle sia en la tierra padre que la ame como Hija, y amante que se una con ella como Esposa. Y puesto que el sa cerdote por quien tú abogas la ama, yo se la doy de nuevo por Esposa, como mi Padre se la ha dado por Hija”(MR1, 30).

El beato Francisco Palau hace entonces donación de sí a la Iglesia: “Recibe, oh Iglesia santa, acepta, oh Virgen bella, esta prenda de mi amor para contigo: sea la señal de la entrega de mí a ti en sacrificio sobre este altar. Y tú, altar, seas testigo que yo ya no soy mío, que ya no me pertenezco a mí mismo, que soy herencia y propiedad de mi Amada" (MR 1,30).

Y de ahora en adelante María será para él la imagen de la Iglesia, con la que se podrá relacionar: “Yo represento aquí tu Esposa, la Iglesia santa, y en nombre suyo yo acepto la ofrenda y el sacrificio: perteneces ya a tu Esposa, eres todo suyo. Durante el tiempo que vivas sobre la tierra, ámala, sírvela de padre y de esposo; ella, sabrá corresponder a tu amor” (MR 1,30).

Fruto de esta experiencia espiritual dirá de la Madre de Jesús: "María no sólo es el tipo y la figura más perfecta posible de la Iglesia para el que se enlaza con ésta, sino que es constituida medianera la más poderosa para este enlace sagrado entre la Iglesia y su amante. Por cuyos títulos debe invocarse y servirse de ella en nuestras relaciones con la Amada” (MR 11,20)

En su encuentro con la Iglesia como esposa, se realiza en él los síntomas de un verdadero enamoramiento, la contemplación de la Iglesia le ha robado todos los afectos de su corazón, hasta el punto de “ser esclavo de mi belleza, que por mí y para mí sacrificas tu ser, tu existencia, tu vida, cuanto eres y cuanto tienes“ (MR 20,10). Pero a él le llena de gozo poder relacionarse con “la más casta, la más pura y la más santa de las vírgenes” (MR 4,24) “Tu eres mi herencia, mi patrimonio y las delicias de mi corazón” (MR 5,6). Sus palabras recuerdan al salmista: “El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; mi suerte está en tu mano: me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad” (Sal 15, 5-6).

La Iglesia es la belleza infinita que él durante tantos años había buscado ansiosamente, “Eres tú, ¡oh Iglesia santa, mi cosa amada! ¡Eres tú el objeto único de mis amores. (...) La pasión del amor que me devora hallará en ti su pábulo, porque eres tan bella como Dios, eres infinitamente amable” (MR 3, 2). El P. Palau queda cautivado por la belleza de la Iglesia, que se le hace presente como una “mujer infinitamente amable, bella, afable, siempre joven, sin arruga ni defecto, perfectamente formada, grave, reservada, casta, virgen, madre fecunda, nunca enferma, siempre sana y con buena salud, robusta, de una inteligencia infinita, bella como Dios, fuerte, invencible, amante, inmutable, constante, sin debilidad, rica, señor del mundo, reina de todo lo creado[1].

En las descripciones que el beato Francisco Palau hace de la Iglesia, como santa Teresa las hacía de la belleza de Cristo, se singulariza la Iglesia de Roma que sobrepuja a todas en belleza. “Entré en el Vaticano, y desde las puertas vi sentada sobre el trono del sumo pontificado a la Mujer del Cordero (Ap 19, 7-9; 21,9). Su belleza era inmensa e indescriptible. (...) Yo temía acercarme a ella. Y uno de los príncipes que la rodeaban se acercó a mí y me dijo: <>. Al acercarme vi su belleza; y era tanta, que todas las bellezas creadas no son más que una sombra oscura tras la que brilla su hermosura como imagen del mismo Dios. Siempre joven, siempre virgen, toda perfecta, sin tacha ni arruga, infinitamente amable” (MR 19,6).

El P. Palau observará la transformación que ha obrado en él el encuentro con su Amada: “Cinco años ha que mi vista no se aleja de ti. Desde que te vi, mi corazón quedó herido de muerte, y ya no me es posible amar otra cosa que a ti” (MR 8,33). La presencia interior de la Iglesia lo deja herido de amor: “Yo te veo siempre de nuevo, y cuanto más te miro más bella te hallo, más te amo, más hermosa y amable te siento, y eres para mí tan nueva, que cada día me parece es la primera vez que te veo, amo y poseo” (MR 9,35). Pero no hay gozo sin alegría, y surgió en él el dolor de su indignidad respecto a la Iglesia, y el miedo que por causa de sus pecados pudiera desaparecer la presencia de su Amada, la Iglesia, esto lo temía más que la cárcel o todo tipo de persecuciones, de que también fue objeto.

Para comprender mejor sus relaciones esponsales con la Iglesia reflexionará sobre las diversas formas de relación.

“<>: Nuestras relaciones están fundadas en el amor mutuo de los dos, y el primer grado / es la amistad. Pero una simple amistad está muy lejos de satisfacer los apetitos del corazón; debe, por consiguiente, haber más que amistad simple.

<>: Hay entre los amantes relaciones de maternidad, y éstas son ya más fuertes. Tú, Amada mía, eres mi madre, y hay entre los dos, relaciones de hijo a madre. (...) En el curso de mi vida, tú, oh Iglesia santa, me has amamantado de la leche de tu doctrina, y con tu Espíritu vivificador me has sostenido como buena madre en el seno de tu amor. (...) Yo no te conocía, oh madre tierna, y tú, para dar calor a mis resoluciones santas, me apretabas a tus pechos y fomentabas mi piedad y devoción y el amor a cosas santas y eclesiásticas. Pero estas relaciones tampoco satisfacen ni llenan el vacío del corazón: relaciones de madre.

<>: Yo soy tu esposo y tú eres mi Esposa. Estas son las relaciones que van directamente a llenar el corazón, porque unen en esta vida con la perfección que permite la condición de mortal a los dos amantes. La simple amistad puede hallarse sin constituir familia, la maternidad constituye familia y hay comunidad de bienes, pero los desposorios constituyen familia, hacen comunidad de bienes y personas. Los desposorios son la entrega mutua de los amantes uno a otro; y el amor es el que une los amantes, haciendo esclavo uno de otro” (MR 22,22-24).

Dios va enriqueciendo progresivamente esta relación esponsal, que toma características trinitarias: “La eterna Paternidad en Dios, mirándose a sí mismo en los dos, esposo y Esposa, viendo en ellos su propia belleza, los enriquece a los dos cuanto compete a cada uno: al esposo le da en dote fe, esperanza y caridad; y la Esposa, en correspondencia a la fe del viador, le comunica la visión, y, en razón de la esperanza y de la caridad, la posesión y fruición de todos los goces celestes; y así, ricos, cuanto corresponde a tales amantes, los presenta semejantes a sí en el día de las bodas” (MR 22,33).

El beato Francisco Palau podía encontrar la presencia de su Amada donde fuera, la podía encontrar en la soledad o en medio de la ciudad, porque allí donde haya un fiel allí está ella. En sus largas meditaciones sobre su vinculación con la Iglesia, descubre la profunda unidad existente entre la vida contemplativa y la vida activa, entre la vida terrena y la celestial: “En la soledad seré tu compañera, y en medio de los pueblos yo no te dejaré; en vida estaré contigo, y tras las sombras de la vida presente me verás y estaré contigo a cara descubierta en gloria” (MR 8,13).

Pero su deseo más profundo era vivir en la tierra una unión cada vez más profunda con su Amada; ésta tiene lugar en la Eucaristía, “Sólo puede satisfacer los deseos del corazón la unión de amor de esposo fiel, consumada en tu altar con la participación del augustísimo Sacramento” (MR 22,26). En la Eucaristía aunque de una manera misteriosa pero real se realiza la unión de todos los miembros entre sí y con su cabeza:

En el augustísimo Sacramento del altar, allí todos -los días representada en su Cabeza invi sible, Jesús mi Hijo allí ella se unirá contigo de nuevo. Dándote su Cabeza sacramentalmente, se te da toda ella por amor mística y moralmente; y unién dote allí sacramentalmente con la Cabeza, te unirás moralmente con todo su cuerpo. Allí, comiendo la car ne de Cristo su Cabeza, te harás con ella carne de sus carnes, hueso de sus huesos; allí te unirás con ella, y ella contigo en matrimonio espiritual, y te gozarás de ella y ella contigo con aquel gozo espiritual que el mun do y la carne no conocen. Tu amada Esposa, tu Hija, está y estará en el templo de Dios vivo día y noche, su Cabeza -Cristo Sacramentado- reclinada, sobre el altar. Cuida de ella -la militante- enjuga sus lágrimas, consuélala en sus aflicciones, alivia sus pesares; lo que harás por ella en la tierra, ella te lo volverá y hará por ti en el cielo” (MR 1, 31).

Pero no siempre vivirá en la certeza de estas relaciones con su Amada, y ante las dudas hará actos de fe, y decidirá poner por escrito estas vivencias eclesiales para que le confortaran en momentos de oscuridad. Éste será el libro de Mis relaciones con la Iglesia de Dios.

Proyección eclesial de la experiencia espiritual del bto. Francisco Palau

La experiencia interior que el beato Francisco Palau tuvo de la Iglesia como persona mística, y su relación con ella desde la filiación, paternidad y el amor esponsal es para que ser comunicada a los demás.

Él se preguntaba porque el Padre se le había revelado a él que se encontraba incapaz de corresponder a este amor. Comprenderá en su interior: "No por ti, sino por mi Iglesia, yo te he revelado, descubierto y manifestado a mi Hija muy amada; y ella se ha revelado a ti, y te he dado por Esposa, para que hagas de su belleza la descripción y para que escribiendo y predicando de ella la conozca el mundo, la ame y deje de odiarla y perseguirla. Llega ya el tiempo en que la Iglesia ha de revelarse y darse a conocer al mundo y a los hombres, la verán y la amarán. La fe en ella casi extinguida, se levantará cual cometa, que será el signo de los últimos días de su peregrinación sobre la tierra" (MR 3,14).

Francisco Palau recibió la misión de anunciar a todos los pueblos del mundo la belleza infinita de la Iglesia para que fuera amada. Hoy cerca de tres mil hijas espirituales del Beato F. Palau presentes en unos treinta países de cuatro continentes del mundo, aman, sirven a la Iglesia en sus necesidades, y enseñan a todos a amar filialmente a la Iglesia. Todo aquel que lea atentamente y con perseverancia los escritos del beato F. Palau obtendrá como fruto espiritual un amor entrañable a la Iglesia.

Se podría decir que cuando el beato Francisco Palau entra en la eternidad es engendrada -en el seno de su madre- la que sería santa Teresa del Niño Jesús, ya que entre la muerte del beato Francisco Palau y el nacimiento de la santa de Lisieux hay nueve meses y trece días. Pero hay algo que diferencia profundamente a estos dos santos del Carmelo. A la muerte de santa Teresa del Niño Jesús fueron publicados sus escritos espirituales. Hace un siglo que estos escritos espirituales no dejan de hacer bien a todos los que los leen. Sus pensamientos han quedado integrados en la espiritualidad de nuestro tiempo, hasta el punto de que Juan Pablo II la ha declarado doctora de la Iglesia. Esto no ha sucedido con los escritos del bto. Francisco Palau. Hasta el año 1997 no fueron publicados sus escritos íntimos: “Mis Relaciones con la Iglesia". Los estudiosos de la Iglesia que los leen, quedan admirados por la profundidad con que intuyó el misterio de la Iglesia. El P. Palau, alejado de los centros europeos donde se elaboraba la teología sobre la Iglesia, llegó a conclusiones todavía más profundas por el camino de la experiencia mística[3]. También los sacerdotes que han tenido la oportunidad de leer este libro y lo han comprendido, han intuido el profundo amor de Cristo hacia el sacerdote.

Si hubieran sido publicados sus escritos después de su muerte, hoy formaría parte del patrimonio espiritual de la Iglesia. Teológicamente el conocimiento sobre el misterio de la Iglesia habría avanzado mucho más.

Dios le concedió al P. Palau descubrir a la Iglesia como un ser personal capaz de amar y ser amado, capaz de saciar toda la capacidad de amar del corazón humano. Afirmación que va mucho más allá de la que definió el Concilio Vaticano II. Sólo Pablo VI en su encíclica "Eclesiam Suam", se acerca algo a la experiencia que ya estaba profundamente instaurada en el interior del bto. F. Palau. En esta encíclica este Papa decía: “El misterio de la Iglesia no es un simple objeto de conocimiento teológico, ha de convertirse en una vivencia, en la cual antes de tener una noción clara, el alma fiel puede tener incluso una experiencia connatural" (n. 35).

Si los escritos del bto. F. Palau formasen parte de la espiritualidad de nuestro siglo como los de santa Teresita, muchos de los miles de sacerdotes que, con la crisis postconciliar se secularizaron, buscando ser amados por un amor femenino, estos escritos del P. Palau les hubiesen ayudado a descubrir que en la fidelidad radical al celibato sacerdotal podían encontrar este amor que buscaban, como lo encuentra la mujer consagrada en Cristo.

Además, si hubiera sido mínimamente conocida la riqueza de la experiencia del bto. Francisco Palau, del sacerdote como esposo de la Iglesia, cuando Pablo VI en su encíclica Sacerdotalis Caelibatus invitaba: “a los estudiosos de la doctrina cristiana y a los maestros de espíritu y a todos los sacerdotes capaces de las intuiciones sobrenaturales sobre su vocación, a preservar en el estudio de estas perspectivas y penetrar en sus íntimas y fecundas realidades, de suerte que el vínculo entre el sacerdocio y el celibato aparezca cada vez mejor en su lógica luminosa y heroica, de amor único e ilimitado hacia Cristo Señor y hacia su Iglesia”(n. 25), hubiera podio aportar el ejemplo luminoso de la experiencia eclesial del bto. Francisco Palau para que fuera profundizada en orden a dar sentido al celibato sacerdotal, entonces y ahora tan cuestionado.

El bto. Francisco Palau es un testimonio viviente de que Dios no se deja vencer nunca en generosidad. Él fue tan fiel en servir a la Iglesia como un hijo sirve a su madre en situación de extrema necesidad, que Dios le hizo partícipe de su paternidad sobre la Iglesia. Fue tan fiel en su entrega paternal a favor de su Hija la Iglesia que Cristo por intercesión de María le concede ser esposo de la Iglesia. Además lo que él ofrecía a Dios en bien de la Iglesia en España, le concede vivenciarlo desde la experiencia esponsal. La Eucaristía que ofrecía en reparación de los pecados de la Iglesia, será el lugar del encuentro profundo entre él y su Amada. Si antes suplicaba que María fuera su intercesora a favor de la Iglesia en España, será ella la mediadora para que se realice el enlace nupcial entre él y la Iglesia....

Nos podemos preguntar las gracias con que Dios favoreció al beato Francisco Palau son sólo un premio a su insobornable fidelidad en el servicio de su Iglesia, o más bien es un testimonio privilegiado para hacer conocer a la Iglesia como persona mística, donde todos los que como él participan del sacerdocio ministerial de Cristo, puedan establecer con la Iglesia una relación paternal y esponsal. Se puede afirmar que las gracias por él recibidas y algunas de ellas narradas en su diario íntimo “Mis Relaciones con la Iglesia”, son prenda de lo que están llamados a vivir los sacerdotes. Su larga búsqueda de 40 años es una luz que señala el camino para que sus otros hermanos en el sacerdocio puedan experimentar la responsabilidad de su paternidad hacia la Iglesia, y el gozo de sentirse amados esponsalmente por la Iglesia.

De la misma forma que Isabel de la Trinidad intuía que su misión póstuma en el cielo sería el fruto de la labor de toda su vida espiritual: “Atraer a las almas, ayudándolas a salir de ellas mismas para unirse a Dios por un movimiento todo sencillo y amoroso, y guardarlas en este silencio interior que permita a Dios imprimirse en ellas y transformarlas en El mismo[4]. El bto. Francisco Palau en el cielo su misión debe ser también ayudar al sacerdote a descubrir a la Iglesia como su Hija y su Esposa, y como dijo pocos días antes de morir a una familia amiga, “Como me voy al cielo, reclamadme, reclamadme que os ayudaré”.

Si aquí en la tierra los sacerdotes no perciben estas gracias espirituales de forma análoga a la experimentada por el beato Francisco Palau, no por ello dejarán de vivir estas realidades en la Iglesia celestial, quizás aún de forma más plena porque han debido vivir con una fe más desnuda de todo consuelo espiritual su ministerio sacerdotal en bien de la Iglesia. Así lo expresa con toda claridad el beato F. Palau: “Si tu no te hubieses revelado, así hubiera desaparecido de entre los mortales sin relacionarme contigo. ¡Qué sorpresa la mía cuando te hubiera visto sin velos en el cielo!” (MR 22,17).

En distintas ocasiones el beato Francisco Palau repite que esta experiencia esponsal con la Iglesia está reservada a “amantes castos, puros y vírgenes como yo” (MR 7,10). Pero al final de sus escritos dirá: “En cuanto sacerdote, soy esposo tuyo; y si yo amara otra belleza fuera de ti, fuera tu esposo pero infiel y adúltero; y si me uno a ti sacramentalmente y no tuviera el amor que me pides, fuera esposo infiel, adúltero y sacrílego (...) Sólo puede satisfacer los deseos del corazón la unión de amor de esposo fiel, consumada en tu altar con la participación del augustísimo Sacramento” (MR 22,26).

El ser esposo de la Iglesia está reservado a todo sacerdote fiel o infiel. Ciertamente que su experiencia esponsal puede ayudar afirmar a muchos presbíteros en la fidelidad a su celibato sacerdotal, pero también puede ayudar a los que en “momentos de oscuridad y nubarrones se desperdigaron” (Cf. Ez 34,12) para reencontrar la belleza del celibato sacerdotal y descubrir las dimensiones esponsales y paternales del sacerdocio.

1 comentario:

Anónimo dijo...

BELLISIMA REFLEXION!!!!!