domingo, 28 de junio de 2009

Francisco Palau Signo Profético Hoy: La GRATUIDAD

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La gratuidad representa todo cuanto nunca será mensurable, contable, rentable en el sentido estricto del término; pero sin esta gratuidad el hombre se autodestruye. La ternura de Dios, la música, la pintura, las flores, la poesía, el don de sí, la amistad, la benevolencia..., no sirven para nada en un plano estrictamente «utilitario»; pero sin ellos la tierra se convertiría en un monstruoso planeta de robots. Nada es más rentable ni más eficaz para el porvenir del hombre que la gratuidad.
En Jesús de Nazaret se radicaliza la antigua predicación profética; sus exigencias respecto de la convivencia humana van más por el camino de la gratuidad que de la equidad.
El sentido de la gratuidad y el gusto por ella, son ciertamente uno de los componentes esenciales de la espiritualidad palautiana. Toda la vida evangélica y misionera de Francisco, al igual que su oración, están marcadas por la gratuidad
¿Por qué? Sin duda, a causa de la Iglesia, que es esencialmente «don» y «gratuidad». Francisco Palau entrevió en ella la síntesis de todos los dones de Dios a la humanidad. En un mundo en el que el Dios «útil» comenzaba a derrumbarse, Francisco redescubre el rostro del Dios de la Alianza a través de las formas pobres y paradójicas de su Iglesia.
1. La gratuidad de Dios interpela nuestra gratuidad
Toda la Sagrada Escritura es un testimonio de la absoluta libertad de Dios. El hombre no puede presentar ningún derecho ante su hacedor. La misma vida es un don. Y todo lo que la acompaña, también. Además, Dios no da con medida, sino generosamente, desbordando cualquier cálculo humano. No nos da una tierra cualquiera, sino un jardín. No un río, sino cuatro. Incluso él mismo se hace compañero del hombre al atardecer, a la hora de la brisa (Gn 1-2). Estos elementos se repetirán en cada una de las intervenciones de Dios a favor del pueblo o de los individuos. Un canto pascual de los israelitas nos servirá para tomar conciencia de lo dicho: «¡Cuántos bienes nos ha dado el Señor! Si sólo nos hubiera sacado de la esclavitud de Egipto, nos habría bastado. Pero, ademá ... ». A continuación se van nombrando otras gracias recibidas del Señor: nos ha dado el maná, las codornices, el agua que manaba de la roca, ha hecho alianza con nosotros, nos ha librado de los enemigos, nos ha dado la tierra, etc. A Israel sólo le queda «dar gracias al Señor, porque es eterna su misericordia» (Sal 136). Ver también: (Os 14, 5) (Job 7,1-4.6-7) (Job 7,1-3) (Job 7,6) (Job 7,7) (Job 40,1-5) (Job 42,1-6).

En la predicación de Jesús no aparece el término «jaris», en el sentido de favor de Dios sin méritos propios. Pero el contenido de esta realidad sí aparece. En este sentido, son programáticos los textos de Mt 11, 5 y Lc 4, 18-19. En estos pasajes se describe la acción de Jesús dirigida, no a los fuertes y poderosos, no a los instalados, ni siquiera a los que viven simplemente bien, sino a los ciegos y cojos, leprosos y sordos, a los muertos y a los pobres, a los cautivos y a los oprimidos. En Mt 11, 28, se amplía la lista a los rendidos y abrumados; y en Lc 15, a todos los que se han perdido, aun cuando eso sea por propia culpa. De esta manera, Jesús hace presente en el mundo la inclinación y el favor de Dios por lo débil, tal como aparece en el Antiguo Testamento. Por otra parte, también hay que tener en cuenta que es tema central, en la predicación de Jesús, el perdón que está por encima de todo cálculo: al decir Jesús que hay que perdonar setenta veces siete, afirma que el perdón no tiene límite alguno: Además, Jesús dice también que la recompensa, en el Reino de Dios, está por encima de los merecimientos de cada uno, cosa que aparece en la parábola de los jornaleros enviados a trabajar en la viña a distintas horas, en el caso de la mujer pecadora, que es preferida al justo observante y también en el caso de Zaqueo.
En resumen, se puede decir que, en la predicación de Jesús, Dios favorece siempre al débil, está de parte del abatido, perdona y acoge al pecador y recompensa al hombre por encima de sus merecimientos.
Pero todo esto se ha de entender dentro del proyecto global del Reino de Dios, que es el proyecto fundamental de Jesús que no es un proyecto individual, sino comunitario, social y público.
Otros textos: 1 Cor 9, 16-19.22.23; Rom 5, 2.6.10; 11, 33-35; 1 Cor 9, 16-19.22.23; Mt 10, 8; 1Jn 4, 10.

2. Francisco Palau vive desde la lógica de la gratuidad
En la vida de Francisco Palau se manifiesta nítidamente esta conciencia de deuda en el amor respecto a Dios y esta armonía entre la gratuidad del don de Dios y su respuesta activa y responsable, que él canalizará y expresará siempre como amor y entrega mutua con su amada la Iglesia. Veremos en este apartado como la extraordinaria experiencia de la grandeza del don de Dios se le descubre a Francisco Palau en la Iglesia y por la Iglesia. Esta es la peculiaridad más llamativa que encontramos en nuestro autor al reflexionar sobre el sentido de gratuidad que él vivió. Cuando la Iglesia se le manifiesta, él percibe la distancia abismal que le separa de ella y esta constatación le lleva a sentir la necesidad de ser salvado. Reconociendo la imposibilidad de ello sin la gracia, suplica una y otra vez a su Amada que lo haga digno de ella. Por eso la aguda percepción de la propia limitación lejos de llevarle al desaliento y a la pasividad le conduce a una relación más estrecha y confiada en la Iglesia y a realizar todo lo que está en su mano para responder siempre en conformidad con la voluntad de Dios buscando en todas sus acciones sólo su gloria. Los lugares de Mis Relaciones donde aparecen los cuadros que intentan sintetizar su itinerario espiritual son los siguientes: 11 de mayo de 1865, p.202; 22 de febrero de 1866, p. 303; 4 de julio de 1866, p. 384; 28 de marzo de 1867, p. 496; Ver también: Mis Relaciones, p.302; 20-22; Carta 72, p. 263. Carta 46, p.186. Carta 51, p. 196. 52, p. 198. 54, p. 202. Carta 57, p. 208.

  • 2.1. Conciencia del don de Dios a través de la Iglesia.
    Es una característica propia de los místicos y amigos de Dios la experiencia profunda de que todo es don, de que no tienen nada que no haya sido recibido. Francisco Palau transporta toda esa vivencia de gratuidad a la Iglesia. Es ella la que se le descubre, la que se le manifiesta, la que lleva la iniciativa; se siente elegido y cogido de la mano por ella:
    “Antes que tú me conocieras te tomé por la mano, y sacándote de entre la multitud te he conducido a la soledad de este monte, y aquí yo he descubierto y revelado mi gloria. Mi Padre celestial te dio para conmigo amor de padre...”.
    Reconoce que el origen de este amor no está en él ni en sus méritos personales; ésta certeza le hace poner en boca de la Iglesia estas palabras para disipar sus dudas de ser amado por ella: “Si no te amara, ya no me conocieras porque no me revelaría a tus ojos”.
    MR p. 409; 341; 304; 482.
  • 2.2. Conciencia de la propia limitación
  • La aguda percepción del don desbordante de Dios lleva al Beato Palau a una conciencia clara de su limitación. La expresión bíblica de que “no se puede ver el rostro de Dios y seguir viviendo” es una constante aplicable a todos los que le han seguido en todos los tiempos. No se puede “ver” el rostro de Dios y no verse a uno mismo, no se puede ver el rostro de Dios y que el hombre viejo siga tan vivo como antes. La conciencia de la propia limitación es consecuencia lógica de la cercanía de Dios. Tanto Santa Teresa como San Juan de la Cruz hablan de la causa de este conocimiento propio como exceso de luz por la cercanía de Dios, de la necesidad de padecerlo para progresar en el camino espiritual y de sus consecuencias benéficas para alcanzar la meta de la plenitud en el amor. Es también la experiencia de Francisco Palau siempre que la Amada se le hace presente:
    “Esta misma luz que me descubría la inmensa belleza del objeto de mi amor, dando sobre la flaqueza humana, sobre la potencia, la posibilidad y la libertad para un divorcio con ella por el pecado, descubriendo en esas horribles y lúgubres cavernas todo cuanto puede concebirse de más feo y abominable, me dejaba lleno de terror y espanto”.
    MR p. 138; 132; 264; 300; 308; 478-479; 483; 411.
  • 2.3. Agradecimiento, abandono y confianza
    Quien se siente salvado ya en esta vida se une al cántico nuevo del que nos habla el Apocalipsis porque su vida anclada en Dios se convierte en una continua acción de gracias. Vive la gratuidad más auténtica porque sin intereses propios, goza sin trabas de la riqueza y esplendor de lo que la fe y la naturaleza le brinda.
    Ante la belleza y el amor de la Iglesia canta la bienaventuranza de quien ha tenido como él, o puede llegar a tener la gracia de conocerla:
    ¡Feliz, oh Iglesia santa, el que llega a unirse contigo en fe, esperanza y amor!.
    MR 308; 411.; 132.; 430.
    Un puesto destacado en la vida del P. Palau ocupa su confianza plena en Dios y desde su vivencia anima constantemente a sus hijos e hijas espirituales a seguir este camino. Contando con la más absoluta confianza en Dios no hallaba obstáculos que le detuviera en su servicio a la Iglesia. Cuando se siente llamado por Dios dice que “no hay nada de cuanto se me pone por delante por terrible y desagradable que sea, que no lo asalte y atropelle”En los momentos en los que fallan las apoyaturas humanas y parece que todo está perdido pone su esperanza sólo en Dios que no le falla: “No necesitamos sino de Dios. Solo Dios nos basta. El conoce nuestras necesidades. Si quiere y conviene sabrá remediarlas”. Nada ni nadie alterará en el curso de su azarosa vida esta certeza: Ni la revolución de 1835 que lo arranca del convento a los 23 años, ni el exilio a Francia, ni la calumnia, ni la injusta supresión de la Escuela de la Virtud y sus primeros pasos fundacionales en Lérida y Aytona, ni desterrado por dos veces a Ibiza sin juicio previo, logran hacerle decaer el ánimo y perder la esperanza. Cuando la policía de Barcelona sin más explicaciones irrumpe en los locales de Els Penitents, donde recogía a los enfermos desahuciados para cuidarlos, y se lleva de malos modos a todos los allí presentes a la cárcel, él ante el temor que expresa alguna de las Hermanas, responde el P. Palau: “No tengáis miedo a los enemigos, acompañándonos la Virgen nuestra Señora y Madre, Ya están atados”.
    En todo momento acepta con confianza su situación de abandono de todo lo humano, el descrédito y la persecución de que es objeto, pidiendo a Dios que le ilumine el camino a seguir. Esto no impide que demande el que se haga justicia, pero siempre termina dejando el resultado en las manos de la providencia esperando que triunfe la verdad.
    Carta 73, p.267. Positio, 46-54; 156; 363-366; 375 -380; 384-385; 576; 587-591; 678; 698; 840-843. LXXIX.

3. La gratuidad signo profético hoy
La gratuidad es un signo profético. No es fácil llegar a comprender el valor de la gratuidad, ya que «lo gratuito» es hoy precisamente «lo que no vale nada». En un sistema de relaciones humanas comercializadas, todo se da «a cambio» de otra cosa, y se desconfía de aquello que se nos da por nada. Hay desde luego cosas «que no tienen precio», pero son justamente aquellas por las que no se podría nunca pagar lo suficiente, aquellas que no pueden ser vendidas y menos aún regaladas.
Y he aquí que el amor es aquello que «no tiene precio», que no puede ser comprado ni cambiado por ninguna otra cosa, pero que en su esencia misma conlleva el que se regale: es un don gratuito. Todo lo más, puede imaginarse que el amor «hay que merecerlo»; sin embargo, cuando llega se comprende que es inmerecido o que supera todo lo que podría merecer.
El acto emana de su poder y de su fuerza. Asombra a todos y desequilibra las categorías del comportamiento ordinario, siempre «razonable», utilitario, justificable (al menos, pretende serlo así). Por eso, el hecho «da que hablar», crea malestar: « ¡Un acto gratuito! No hay nada que desmoralice tanto! »
La historia de los seguidores y seguidoras de Francisco Palau a lo largo de la historia se ha caracterizado por la dedicación, el haberlo dejado todo, la gratuidad que no depende del éxito, de los resultados, de los aplausos de los importantes; esa gratuidad que se mantiene incluso ante el fracaso, las decepciones, los errores, las incomprensiones, el cansancio y las crisis,... la oscuridad de lo cotidiano.
La Iglesia como cuerpo de Cristo, “Dios y los prójimos” es la clave que explicaría nuestra opción por vivir la gratuidad con todas sus consecuencias. No podemos dar por supuesta una opción de este tipo por el simple hecho de formar parte de una Congregación religiosa o comprometidos en una asociación laical.
También es vivir la gratuidad servir a la Iglesia al estilo palautiano con firmeza y entusiasmo, pero no de forma acrítica, hemos de servirla según nuestro carisma profético y según sus necesidades y las del mundo, sin caer en una sumisión ciega e infantil. La Iglesia necesita profetas que actualicen el misterio de Jesús en formas arriesgadas, de imaginación creadora. Pero no se es profeta impunemente: los profetas tienen la persecución asegurada. ¿Estamos preparados para ejercer nuestra función profética al estilo de Palau?, ¿dejamos que los profetas que hay entre nosotros nos saquen de nuestras casillas, nos sacudan el polvo del anquilosamiento, nos limpien las telarañas de la infidelidad a los pobres...? La falta de profetas, de denuncia, de conflictos, de persecuciones... debería plantearnos serias dudas sobre nuestra fidelidad a nuestro Fundador y al seguimiento de Jesús.


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