viernes, 27 de noviembre de 2009

ADVIENTO. Con Francisco Palau "centinelas de la Historia"

CENTINELA DE LA HISTORIA (Hna. Ester Díaz, c. m.)
Las vertientes que ponen de manifiesto la vida personal son numerosas. Si la persona en cuestión es significativa, tales aspectos adquieren más relieve. Es lo que ocurre con Francisco Palau. Mi intento, hoy, es detenerme en una de sus facetas más interesantes: la capacidad humana y espiritual que poseía para estar enraizado en la historia. La vida no le resbalaba. No se quedaba en la mera apariencia, en lo banal o estaba al tanto de la última noticia para divulgarla, como -con frecuencia- nos ocurre a nosotros, no. Era él quien vivía la vida. Y la vivía a duo, con el Dios de la vida. Hombre despierto donde los haya, estaba y permanecía ojo avizor a lo que ocurría a las personas de su entorno, a los signos de su momento histórico.

Apostado como un centinela, observaba la vida en lo que tenía de más autentico. Mientras acompañaba y atendía con interés la trayectoria humana y evangélica a muchas personas, así como el recorrido de ciertos colectivos, su mirada se deslizaba hacia el horizonte. Con semejante código de autenticidad, de alguna manera, vislumbraba el más allá personal y común. Palau permanecía despierto con el fin de llegar a lo más genuino de la realidad. A vivir en la verdad. Buscaba descubrir las causas, los orígenes a los que respondía la forma de vida concreta personal y de conjunto. Desde ahí resultaba más seguro percibir hacia dónde se dirigía el caminar de su pueblo, el futuro de la historia humana. Dato imprescindible para adecuar su servicio a las auténticas necesidades de su momento histórico, para alumbrar ese futuro. Atención y solicitud que en Palau eran estilo, no improvisación. Al mismo tiempo resultaron preámbulo para activar cambios urgentes en la infraestructura humana y social. Así podría contribuir a dignificar las formas de vida tan depauperadas en su entorno.

Talante de centinela que cualificó su servicio eclesial. Lo humanizaba y lo trascendía de vida plena: la de Dios. Por ello resultaba necesario. Sí, en su estilo de servir, quienes le conocían se percataban de que el Dios a quien servía se interesaba por la situación humana de cada persona, del pueblo. Es más, descubrían que se identificaba con ella. Pueblo de Dios que es la humanidad -de entonces y de ahora-.

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