martes, 14 de abril de 2009

Desterrado en Ibiza (1854-1860)


Francisco Palau llega a Ibiza el 9 de abril de 1854 calumniado, perseguido y vigilado como persona insidiosa y perturbadora del orden público[1].






Aunque le duele y protesta por la injusticia de que es objeto, no llegan a dominarle ni el abatimiento ni el desaliento. Prueba de esto es el fino humor con que alude a la rápida detención de que fue objeto sin juicio previo ni oportunidad para defenderse.
 Escribe a D. Agustín Mañá: “No tuvimos tiempo para despedirnos…llegado a la casa del gobernador fui arrestado allí hasta la hora de partir. El Sr. Serra, comisario, me acompañó al barco... Me hubiera pasado sin tales honores…” [2]


Sabe que su situación es la consecuencia lógica de su opción radical por vivir y predicar el evangelio. Así se lo expresa a Pablo Bagué y Gabriel Brunet desde su destierro en Ibiza, los primeros días de mayo de 1854: “Yo no veré en toda la vida sino persecuciones, pues mi espíritu escupe el mundo y para conservar mis comodidades yo no torceré nunca el camino. Si me quedo aquí en Europa los malos cristianos no me dejarán quieto ni en el desierto, ni en la ciudad; ni yo podré aguantar a ellos ni ellos me tolerarán a mí”[3]

Lejos de desanimarse busca la forma de servir a la Iglesia en las nuevas circunstancias que le toca vivir[4]. En la isla alterna la vida solitaria y la predicación popular por dicho lugar. Recompone una vez más la trama de su hilo vocacional: de la soledad contemplativa al servicio apostólico y viceversa. En el fondo, las coordenadas naturales de su vocación carmelitana. 

Poco a poco va a tener lugar un proceso de transformación religiosa en la Isla. Tiene como centro de irradiación a María, la Virgen carmelitana y Señora de las Virtudes, en la que Francisco ha descubierto el verdadero rostro de su amada la Iglesia.  

También se ocupará de la reorganización de los ermitaños de San Honorato de Randa en 1860. En todos esos lugares experimentará las vicisitudes de la Iglesia inmerso en su intenso ministerio sacerdotal que luego llevará a las Islas de Mallorca y Menorca.

Permaneció en Ibiza hasta que, en 1860, logró la libertad gracias a una amnistía general.



([1]) Es lo que se deduce de los documentos relativos al cierre de la Escuela por orden de las autoridades civiles y los informes cruzados entre la autoridad militar de Cataluña a las autoridades de Mallorca e Ibiza sobre el destierro de Francisco Palau. Cf. Positio, 234-236.

([2]Carta 95.

([3]) Carta 83.

([4]) Con el destierro en Ibiza toda la obra emprendida hasta entonces se viene abajo. La “Escuela de la Virtud” indignamente clausurada; los grupos de dirigidas de Lérida y Aytona dispersados; las fincas compradas en las estribaciones del Tibidabo, en vistas a futuras fundaciones, casi hipotecadas. El primer año de confinamiento centra su atención en estos problemas y en todo lo relacionado con la “Escuela de la Virtud”. Escribe una defensa de ésta que más tarde se imprimirá con el título: La Escuela de la Virtud Vindicada.

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