domingo, 14 de junio de 2009

CON OJOS DE ENAMORADO

Una lectura profunda de los principales escritos del Beato Palau, nos lleva a reconocer en ellos la autobiografía eclesiológica de un hombre que al relatar su vida en íntima relación con la Iglesia pone los fundamentos de una eclesiología narrativa, experiencial y mística. Así podemos afirmar que la de Francisco Palau es una existencia eclesial, porque en su historia personal, su teología es eclesiología, narrada desde su experiencia de unión con ella como la esposa de Cristo y su propia esposa. Su vida es transparencia del ser de la Iglesia presentada no en contenidos conceptuales ni como demostración lógica, sino como epifanía, manifestación de su ser-comunión: “Amor de Dios y los prójimos” en un solo acto, como un solo objeto.

Francisco Palau distingue entre el acto de fe objetivo a la Iglesia que se queda en un aserto intelectual y el acto de fe amoroso en la Iglesia como un tú relacional[1]. Un tú que no sólo toma parte en el diálogo, sino que lleva la iniciativa. En esta relación, no basta una simple amistad porque “una simple amistad está muy lejos de satisfacer los apetitos del corazón; debe, por consiguiente, haber más que amistad simple”[2]; su aspiración de unión con la Iglesia es el grado máximo en el amor: la unión total representada por el matrimonio. Para él, el sacramento del orden le concede una dimensión esponsal que está muy por encima de su propia conducta y méritos personales: fiel o infiel es para siempre esposo de la Iglesia, está comprometida de por vida con ella.

Este amor esponsal le hace descubrir como enamorado los rasgos más positivos y enriquecedores de su amada. Por eso no duda en ver a la Iglesia como una mujer siempre joven. Ella es joven porque representa a la Iglesia peregrina que no ha alcanzado aún la plenitud, pero que recorre el camino hacia ella con dinamismo y esperanza, y es joven porque en su dimensión divina es imperecedera. Su juventud es reiterada continuamente en el misterio pascual que se renueva en cada Eucaristía y le exige nacer y crecer continuamente al ritmo audaz y creativo del amor. Francisco Palau contempla en la Iglesia un rostro siempre joven, puesto al día, siempre necesitado de conversión, de crecimiento, siempre contagiado de la juventud eterna del Dios Trinitario que le infunde agilidad y vigor.

Esta experiencia vital que tiene Francisco Palau de la Iglesia es una fuerte llamada hoy a renovar ese rostro amado para que pueda mirar y ser mirada sin miedo por un mundo en transformación, en cambio rápido y por lo tanto con la marca de la juventud fuertemente imprimida. Se trata de una verdadera conversión, de un cambio de mentalidad; una transformación que conlleva un profundo despojo de ideas, proyectos, categorías mentales, metodologías... Y por consiguiente radica más en una actitud de escucha, de espera, de aprendizaje, de descubrimiento, de asombro y de contemplación, de búsqueda conjunta, que de unas iniciativas personales para enseñar, hacer, promover, organizar y dirigir.

Hoy el profeta Palau nos grita desde su amor incondicional a la Iglesia que no habrá juventud, que no habrá criatura nueva, si la Comunidad eclesial no es capaz de llevar hasta las últimas consecuencias la acción creadora del Espíritu que la habita. No basta con cambiar las estructuras externas, y menos mantenerlas cambiando el nombre de ellas para llevar a cabo algo nuevo; ser testigo de una Iglesia con rostro joven, como la experimentaba Francisco Palau, nos pide un corazón enamorado de ella, capaz de acoger la novedad sorprendente del Espíritu y contagiarla. Una Iglesia con rostro joven es una Iglesia que sabe convivir acogiendo los brotes de vida, protegiéndola, alentándola, defendiéndola; un rostro que está más cerca del perdón que de la condena, del servicio amoroso que del poder ambicioso; que como María sabe ser lugar de encuentro de Dios y los prójimos, de conciliación y fraternidad.


[1]Cf. MR 501.

[2] MR 503.

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