domingo, 8 de noviembre de 2009

CON EL CARMELO MISIONERO DE AMÉRICA (http://tratarentreamigos.blogspot.com/search/label/CENTENARIO)

RESONANCIAS DE LA FIESTA DE F. PALAU EN DISTINTAS PUBLICACIONES


El Ermitaño. Periódico semanal, religioso, político y literario (Publicado por Luis J. F. Frontela en http://www.ocdcastilla.org/)
El P. Palau, sin abandonar para nada su vocación de ermitaño, "me resolví en mi edad viril, vivir solitario en los desiertos", de hombre de oración, y de predicador: "Vea lo que voy a ejecutar: Vida apostólica, predicación. Tengo que ir de uno a otro extremo de España y trabajar con todas mis fuerzas en la salvación de las almas donde se me abra camino", de hecho se gloria en el título que se le ha concedido de misionero apostólico, descubre un nuevo medio para la defensa de la verdad y de la Iglesia frente a los enemigos de Dios y de la religión, este medio es la prensa. Esta es la gran paradoja del P. Palau, y de la Iglesia de su tiempo, descubrir la prensa, considerada como "la mayor plaga de la época", en cuanto a través de ella se expandían las doctrinas contrarias a la verdad propuesta por la Iglesia, como el arma con que combatir el error y defender los intereses religiosos frente al peligro que supone la ". A través de la prensa, de la publicación de libros y folletos, nos encontramos al P. Palau empeñado en la defensa del honor de Dios -quien como Dios, es el lema que figura en el estandarte del ermitaño-, de la religión y de la Iglesia, a quienes ve perseguidas por unos y por otros. De hecho el semanario que va fundar tiene por objetivo luchar contra las huestes de Satanás, todo lo que implica la Revolución, y la impiedad que se habían desplegado para emprender una ofensiva contra la Iglesia. La Revolución, el Antro tenebroso, como él la denomina, a la que define como "todos los poderes de la tierra coaligados con los del infierno en guerra contra Cristo y su Iglesia", implica la ruptura del orden existente y por ello consiste en "no reconocer a Dios y a su Iglesia", y como tal no reconocer "la verdadera legislación", sino todo lo contrario, atacar los principios de dicha legislación (El Ermitaño, 29 de julio de 1869, p. 2). Esta revolución preparó el terreno desde comienzos del siglo XIX para acabar con la España católica, el P. Palau, para lo cual "derrotó a un ejército de frailes", alusión a la exclaustración de los religiosos, llevó una política de moderación y colaboración con los católicos, "fingió ser católico", lo que el P. Palau denomina "resolvió hacer paces, esta paz, era un armisticio, y para convertir ese intervalo de tiempo en una especie de reino". Este fingir ser católico es una crítica del P. Palau a la política de los moderados, Conde de Chester, González Bravo y "demás comparsas" (España católica, en El Ermitaño, 9 de septiembre 1869). Pero la revolución, el imperio del Anticristo -"el diablo es el príncipe de la Revolución"-, no es sólo un hecho presente, tiene una prehistoria que se remonta a 15 siglos atrás y que implica la ruptura de la unidad cristiana: en el siglo VII con el surgimiento de Mahoma y el establecimiento del imperio islámico; en el siglo XI con el cisma de Oriente y la posterior fundación de otro Imperio, "el cisma griego ruso", el siglo XVI con el entronizamiento del protestantismo en Centro Europa. Finalmente en el siglo XVIII "nace en Francia la revolución, que es el complemento de la obra de Satán" (El Ermitaño 23 septiembre 1869. 29 septiembre 1869 aniversario de la revolución. Revolución en el cielo, en El Ermitaño 30 septiembre 1869).P. Palau se define a sí mismo e n el semanario como no liberal, y da la razón de ello en que el liberalismo, en materia religiosa, es anticatólico, "enemigo del catolicismo", aunque considera que tiene algo de bueno, "ser el azote de Dios para el hombre que, olvidado de sí mismo por verse constituido en dignidad y autoridad, invade los derechos de los demás" , de ahí que este en contra de todo lo que postula la Gloriosa, la revolución de septiembre de 1869 (El Ermitaño 15 julio 1869).Personalmente defiende la fidelidad a la auténtica tradición de la España católica y monárquica, "la monarquía católica antigua", y desde aquí va contra las aspiraciones de la Revolución de Septiembre. La democracia, tal y como se entendía en su momento, ya que la nación es representada por los hacendados, mientras que los pobres son excluidos de la representación nacional. La separación Iglesia-estado, ya que "la Nación Española como tal quedaba fuera de la Iglesia". La libertad de culto, a la que considera como "el paganismo de los Césares romanos establecido en el mundo entero" (El Ermitaño, 22 abril 1869).En la Iglesia española en general, de una manera más particular en la Iglesia catalana, desde 1868, abundan los sermones, las pastorales, los folletos que explican la importancia de la prensa católica para la defensa de los intereses religiosos: "Aunque sabemos que la salvación de los pueblos debe venir con la palabra evangélica... tampoco desconocemos que allí donde no puede llegar la palabra del sacerdote, bien sea porque unos cierren los oídos para no escucharla rehuyéndose acudir al templo santo, o bien sea porque el frío de la indiferencia y de la incredulidad se vaya apoderando progresivamente de otros, es de todo punto necesario lo hagamos llegar por medio de la imprenta para que ésta trasmita en alas del vapor la verdad hasta el último rincón donde el error tiene sus guaridas" (Pedro de la Torre y del Pozo, O el catolicismo o nada, o sea examen de todas las religiones hoy dominantes ante el tribunal de la razón, Barcelona, Imprenta de Magriña y Subirana, 1869, p. 5).En Barcelona, debido a la proliferación de todo tipo de publicaciones católicas, se buscó por parte de los eclesiásticos más comprometidos, Ildefonso Gatell, colaborador que había sido del P. Palau en la Escuela de la Virtud y con el tiempo fundador de la Biblioteca Parroquial de Santa Ana, 1883, y Presidente de la Obra de las Buenas lecturas, 1890, Eduardo Vilarrasa, también colaborador del P. Palau en la Escuela de la Virtud, y Félix Sarda y Salvany, definir en qué consiste un periodismo católico, con reglas propias con las que contrarrestar la influencia de la prensa liberal. Esta iniciativa culminará en 1871 en la creación, por parte del obispo diocesano, Pantaleón Montserrat, del Apostolado de la Prensa. El P. Palau, consciente de la capacidad multiplicadora de la prensa periódica, en la que había colaborado por los años 1851-1854, concretamente en El Ancora, con amplias informaciones acerca de la actividad de La Escuela de la Virtud, se decidió a crear su propio periódico. Y el periodismo llenará buena parte su actividad en los últimos años de su vida.El Ermitaño, que es el nombre que pone al semanario por el fundado, y que comienza a publicarse, tras el estallido de la Revolución de septiembre, el 5 de noviembre de 1868, y al que define como periódico semanal, religioso, político y literario, fue creado y diseñado por el Padre, que será su director y redactor jefe, cuya personalidad imprime la particular visión que tiene de los acontecimientos político-religiosos: "Los redactores y empresario de este periódico somos familias que atacadas dentro del hogar doméstico por el mal terrible de todos los azotes cual es el maleficio, para que dios se apiade de nosotros hemos fundado esta publicación para sostener esta parte del dogma católico que mira a las materias indicadas, y prestarnos mutuos socorros en tan tremenda lucha". Es un periódico en el que pesa tanto el texto como los grabados, inevitablemente apocalípticos y en su rudeza críticos acerbos contra la política de sus días. Se caracteriza por su brevedad (cuatro páginas), por su aparición semanal todos los jueves en sus 227 números (5 de noviembre de 1868-25 de junio de 1873) y durante una vida de duración más bien larga si se la compara con las condiciones de subsistencia de la prensa gemela que pululó por aquellos años. Por la censura gubernamental, 27 de abril de 1872, del gobernador de Barcelona, Bernardo Iglesias, sufre una suspensión en los meses de mayo-junio de este año: "Obedientes siempre a la voz de la autoridad, nos sentiremos con la conciencia tranquila del estadio de la prensa periódica, aguardando que hayan trascurrido los días tristes que estamos atravesando para reanudar nuestras tareas literarias que dedicaremos, para y exclusivamente, como hasta ahora la defensa de los sagrados principios de la Religión Católica, Apostólica y Romana". A la muerte de su fundador el semanario, que comienza a definirse como periódico católico legitimista, evoluciona de un periodismo de opinión, y sin perder este talante, a otro más informativo (con propaganda bibliográfica, sección de variedades, columna de noticias). A partir de noviembre de 1872 el semanario, ala margen del artículo de costumbres explicando la lamina que se repartía con cada número, llevará una artículo de política del día, una sección de variedades, noticias carlistas y charadas. Desde el número 193, 31 de octubre de 1872, publicó la sección La España de Septiembre, cuadros políticos, reflejo de una situación liberal, escritos por El Sanabrés (D.L.V. y R), y que a partir de mayo de 1873 se publicara como libro al precio de 4 reales. El objetivo del semanario es claro, levantar su voz en defensa de Dios y de su honor, en medio de la Revolución de septiembre de 1868, que se había pronunciado por todas las libertades. El Ermitaño, que es la voz y el pensamiento del P. Palau, en medio de demócratas, republicanos, liberales, monárquicos, constitucionales, como ciudadano español y amparado en los principios de los revolucionarios, busca defender su libertad a vivir como quiere y a decir lo que piensa: "¡Viva la libertad! Soy libre y si vengo en persona, me he de presentar con el vestido de de ermitaño que no place a todos". En todas las viñetas del semanario aparece la figura del ermitaño, que es el P. Palau, como el dice "mi sombra", con el rosario en su mano derecha y el estandarte en la izquierda con la leyenda ¿Quién como Dios? En el primer número explica el sentido de lema: "¿Veis mi lema?, es el que falta en vuestros pronunciamientos". ¡Viva Dios! ¿Quién como Dios? Si al constituirse las Cortes para legislar no cuentan con el Legislador supremo, yo al grito de ¡Viva Dios! Vindicaré sus derechos" y defenderá a la Iglesia, ya que los principios revolucionarios son los que "arruinan la más alta institución, y como ermitaño, "soy ermitaño", hablará a favor de las instituciones religiosas, atacadas por los revolucionarios (El Ermitaño, 5 de noviembre 1873).

En la Catedral de Ciudadela Dios cambió su vida (Por D. Jara,CM, en Església de Menorca "FULL DOMINICAL", Número 1425 - 1 novembre 2009, pag. 3.
Tras años de afanosa búsqueda, la Iglesia se le presenta a Francisco Palau como término concreto y definitivo de su amor. Por un continuado proceso de interiorización consigue ver y vivir la Iglesia como realidad única e individual con quien puede relacionarse directamente de tú a tú, igual que con una persona amada. Efectivamente todo lo vivió como ofrenda de amor a su Amada, la Iglesia; en un primer período de su vida, como respuesta en favor de la "causa de la Iglesia", posteriormente, fruto de su experiencia mística, como consagración a ella, contemplada como "persona", "Dios y los prójimos" en unidad. En esta experiencia eclesial, María es considerada y descrita "la figura más perfecta y acabada de la Iglesia, virgen y madre", "espejo donde descubrirla", "reina que envía a anunciar la belleza de la Iglesia". Esta síntesis vital tiene su punto de inflexión en la Catedral de Ciudadela (Menorca) durante un ciclo de predicación en noviembre de 1860.
En este lugar su servicio incondicional a la Iglesia se ve gratificado con la experiencia mística de ésta. Las vivencias eclesiales, largos años remansadas, afloran a su conciencia iluminándola en lo más profundo y se le manifiesta la consoladora realidad del misterio de la Iglesia: “Dios y los prójimos”. Ve cómo su vocación está inserta en esa realidad, que se ofrece como ideal, como objeto supremo y definitivo de su amor: “Para mi estos últimos días en Palma y Ciudadela son y serán memorables, porque el Señor se ha dignado fijarme de un modo más seguro el camino, mi marcha y mi misión. El Señor me ha concedido en la Iglesia catedral de ésta [Ciudadela] lo que 14 años había, le pedía con muchas lágrimas, grandes instancias y con clamor de mi espíritu. Y era conocer mi misión. Dios en esto se me ha manifestado abiertamente y ahora estoy ya resuelto”. Carta 57 (a Gabriel Brunet, 19/11/1860); cf MR 720-721.; En distintos lugares deja constancia de la luz extraordinaria recibida en la Iglesia catedral de Ciudadela.
El conocimiento místico que tiene aquí de la Iglesia como misterio de comunión hace que su vida experimente un giro total. Se lanza con seguridad a la misión a la que se siente llamado: en primer lugar una vida apostólica de predicación itinerante de un extremo a otro de España; en cuanto a su vivencia personal la fundamenta en la pobreza como desprendimiento de todas las cosas temporales y aceptación de todas las incomodidades y sacrificios que lleva consigo el evangelizar; junto a esto, como expresión del desierto carmelitano, vivir en la montaña dedicado a la oración cuando no tiene que emplearse en la predicación. Por último recoger en los desiertos a los que quieran unírsele. (Cf. Carta 57).
A la Iglesia entrega con decisión inquebrantable los años que le restan de vida, con una intensa actividad apostólica que abraza campos tan variados como Director espiritual y Fundador, escritor, publicista, misionero agregado a la Congregación de Propaganda Fide (hoy Congregación para la Evangelización de los pueblos), director de una escuela de catequesis para adultos, creador y director de un periódico-semanario, exorcista… (Positio, 385-386). Su vida enteramente orientada hacia el amor y movida por él desde la niñez, llega hasta la donación heroica a favor del “Cristo sufriente” que para él son las personas más necesitadas. Así demuestra su profundo amor a la Iglesia: “¡Iglesia santa! Veinte años hacía que te buscaba: te miraba y no te conocía… ¡Qué dicha la mía! Te he ya encontrado. Te amo, tú lo sabes: mi vida es lo menos que puedo ofrecerte en correspondencia a tu amor... Porque te amo, dispón de mi vida... y de todo lo que soy y tengo”. (Cf. Mis Relaciones, 722)
En el bicentenario de su nacimiento, próximo a celebrarse (29 de diciembre de 2011), la diócesis de Menorca que fue testigo de su transformación, de su espíritu misionero, que fue la tierra que recibió la primera semilla de su obra fundacional: las Carmelitas Misioneras, puede ser uno de los escenarios privilegiados de las celebraciones en reconocimiento y acción de gracias por el don de Dios a la Iglesia en la persona de Francisco Palau.


FRANCESC PALAU I QUER. Modelado por la vida
(Traducción del artículo en catalán publicado en el "FULL DOMINICAL" de Lleida el día 1-11-2009 por Ester Díaz, C M. )
La existencia es uno de los mejores obsequios que hemos recibido. Al ser una chispa de la vida misma de Dios, su capacidad es inmensa. Supone un objetivo y un imperativo: la existencia debe convertirse en vida y nos tenemos que implicar a fondo para que esto llegue a suceder. Tarea a la que todos estamos llamados. Muchos han sido los referentes que han luchado para transformar en vida tanto la propia existencia, como todo lo que de vida era capaz. Entre ellos me detengo en la figura líder de Francesc Palau. Ya desde pequeño se sentía privilegiado porque había descubierto en él el secreto de la vida: el amor. Un secreto que tanto él como nosotros no podemos originar. Sólo tenemos que acoger. Lo que sí se dedicó, con todas sus capacidades y con el mejor de él mismo, fue a desplegar este impagable don de la existencia. Quería que se calificara. Y lo hizo como un experto. Sabía que eso era lo mejor que podía hacer. Por este motivo cultivó las numerosas posibilidades que descubría en él mismo i a hacerlo lo mejor que era capaz. Lo realizó a lo largo de su recorrido humano que comenzó muy temprano.
Buscaba y buscaba. Buscaba vida: más y mejor. Todo le parecía poco si lograba ampliar un poco, probarla en mayor dosis, disfrutar de ella mejor. Estaba dispuesto, incluso, a darla para encontrar la plena y perenne, cuando antes, mejor. Y cuando se ofrece todo, la auténtica vida va emergiendo. Va emergiendo hasta saberse modelado por ella. Hasta vivirla con mucha conciencia ya descubrirla por todas partes. Sí, F. Palau la descubría en la naturaleza, al estilo del hermano de Asís, en la inmensidad del mar que impedía su libertad, con melodía propia, en el carácter cristiano, como lo haría el mismo Dios.
Vida plena que no excluía las dificultades. Pero sí que se las daba sentido pleno. Disfrutar de la vida, para Palau fue el mejor de los placeres. Se sentía feliz. Y es que tenía un gusto evangélicamente excelente. Sin embargo, teniendo en cuenta que la vida es un regalo maravilloso, este hombre, desde su plenitud, es todo un revulsivo y un aliciente para nosotros. Porque no es extraño constatar mínimos de vida, tanto en nuestro propio ser, como en los demás.
Palau nos estimula a incrementarse con responsabilidad y con dignidad. A invertir en el proyecto todo lo mejor de nosotros mismos. Seguro, que en el recorrido irá brotando, sin detenerse, la auténtica vida, la que configurará, en nuestro alrededor, un inmejorable calor de felicidad: el deseo más profundo de todos los humanos.

FRANCESC PALAU I QUER, Home que estimà als altres
(Por Ester Díaz, C M, publicado en el "FULL DOMINICAL" de Lleida el día 2-11-2008)

L’existència del beat P. Francesc Palau es caracteritzà per viure d’acord amb la vocació rebuda.
Havia optat per viure de cara a Déu i ho féu amb tota coherència. Visqué la seva vocació, la compartí i la contagià. L’amor als altres, fou una altra realitat molt tinguda en compte per aquest home d’església. Sempre va romandre despert a les necessitats humanes del seu voltant. Però fou en l’etapa de maduresa, quan des de l’experiència de plenitud vocacional prioritzà la dedicació als marginats del seu entorn. I és que les circumstàncies ho requerien.
La Barcelona de l’últim terç del segle XIX bullia de febre industrial. Però el sistema, al temps que manipulava i engolia els treballadors, n’excloïa a no pocs. Allí es trobava Palau, disposat a pal·liar aquesta flagrant injustícia. I què féu? Doncs, reduí el seu espai d’habitatge i els acollí. Buscà proveir les seves urgències, mitigar les seves patologies i acompanyar el seu esvaïmenti soledat confiant-los al bon Déu. El projecte palautià quedà truncat per la força implacable (brutal) de la repressió. Força que acabà amb Palaua la presó. Però en el cor d’aquest home d’església, quedà presa per a sempre la flama de l’amor als exclosos, conseqüència de la seva comunió amb el Déu que els prefereix.