viernes, 19 de junio de 2009

LA IGLESIA A TRAVÉS DEL ESPEJO


Con la imagen del espejo, Francisco Palau nos lleva, a advertir el carácter ilusorio de toda pretensión de lectura directa y demostración del misterio. Si el mundo natural tiene un sentido cifrado, que la fe y el amor ayudan a interpretar para acercarnos a su creador, mucho más el misterio eclesial. Pero la clave última del juego de figuras y espejos en que se apoya la escritura de Palau es que detrás de estas figuras existe una realidad. Si existe la luz es porque hay un cuerpo que la refleja, si hay sombra es debido al cuerpo que la proyecta, si existe espejo es porque se ve la imagen en él. ¿Y cuál es la realidad que está detrás de la imagen reflejada en el espejo de la Iglesia (Dios-prójimos)? Palau nos lo manifiesta con la belleza y profundidad que le caracteriza cuando el misterio roza su alma:
“Siendo Dios y los prójimos, esto es, la Iglesia santa, la imagen viva y acabada de Dios trino y uno y el objeto del amor del hombre viador, la presencia de la cosa amada por fe en él produce el amor perfecto entre los dos amantes; y los dos son el espejo donde mira Dios Trino y Uno su imagen y se complace en ella” (MR976).
Así pues, esa realidad misteriosa que se refleja en el rostro de la Iglesia como en un espejo es la Santísima Trinidad; por este motivo, Palau concibe y experimenta a la Iglesia como misterio de comunión. Esta experiencia le conduce a verse a sí mismo como espejo de la Iglesia.
¿Cómo plasma F. Palau, en lo concreto de su vida esta fuerte conciencia de ser espejo de la Iglesia? La respuesta primera e inmediata es que él vivió siempre y en todo por la Iglesia y para la Iglesia, en comunión íntima con ella, identificado con sus gozos y padecimientos. Y una existencia así en la Iglesia es constantemente una prolongación de la presencia de Cristo, siempre vivo. El periódico El Ermitaño, del que el Beato F. Palau era director y columnista, lo traduce así el 28 de marzo de 1872, días después de su muerte:
“¿Quién era el P .Palau? ¿Cuál ha sido la santa misión que ha venido desempeñando tan heroicamente hasta los últimos instantes de su vida? Era un sabio y virtuoso sacerdote que consagró su preciosa existencia al bien de sus semejantes, “pasó haciendo el bien”. Creemos que esto es el mejor elogio, que sin exageración alguna podemos hacer de nuestro queridísimo Director… No hay ninguna duda que puede darse al P. Palau el nombre de Apóstol: la gloria de Dios, la salvación de las, almas fue lo que lo guió constantemente en todos los actos de su vida; nada de lucro, nada de ambición, todo lo hacía para e1 bien de sus semejantes. De balde había recibido los dones que distribuía entre los desgraciados y los daba de balde, cumpliendo así fielmente el precepto de su Divino Maestro, “gratis lo habéis recibido, dadlo gratis”. ¿No podemos considerar también, amados lectores, al P Palau como Profeta? ¿Por ventura no se ve en él al hombre inspirado por Dios…?”.
Esto es sólo una parte, pero muy significativa, del rostro de Iglesia que el espejo transparente de la persona de Francisco Palau reveló a sus contemporáneos: Una Iglesia apostólica y profética, entregada apasionadamente sin cálculos ni reservas, viviendo la gratuidad como la única forma de existencia. El crecimiento y maduración de Francisco Palau es un fruto histórico de la fuerza salvadora de la santa Iglesia. Es su imagen viva y su reflejo fiel, porque tuvo la clarividencia, en medio de la oscuridad, de mirarla ─entre otros espejos que se le presentaban─ a través del espejo de la Trinidad. Una vez más Francisco Palau nos anima y nos interpela. Nos anima a contemplar a la Iglesia como misterio de amor más allá de las deficiencias de sus miembros particulares y del polvo y cansancio acumulado a lo largo de su camino. Nos desafía a mirarnos en su espejo y preguntarnos desde dónde la contemplamos y qué rostro de ella estamos reflejando.

domingo, 14 de junio de 2009

CON OJOS DE ENAMORADO

Una lectura profunda de los principales escritos del Beato Palau, nos lleva a reconocer en ellos la autobiografía eclesiológica de un hombre que al relatar su vida en íntima relación con la Iglesia pone los fundamentos de una eclesiología narrativa, experiencial y mística. Así podemos afirmar que la de Francisco Palau es una existencia eclesial, porque en su historia personal, su teología es eclesiología, narrada desde su experiencia de unión con ella como la esposa de Cristo y su propia esposa. Su vida es transparencia del ser de la Iglesia presentada no en contenidos conceptuales ni como demostración lógica, sino como epifanía, manifestación de su ser-comunión: “Amor de Dios y los prójimos” en un solo acto, como un solo objeto.

Francisco Palau distingue entre el acto de fe objetivo a la Iglesia que se queda en un aserto intelectual y el acto de fe amoroso en la Iglesia como un tú relacional[1]. Un tú que no sólo toma parte en el diálogo, sino que lleva la iniciativa. En esta relación, no basta una simple amistad porque “una simple amistad está muy lejos de satisfacer los apetitos del corazón; debe, por consiguiente, haber más que amistad simple”[2]; su aspiración de unión con la Iglesia es el grado máximo en el amor: la unión total representada por el matrimonio. Para él, el sacramento del orden le concede una dimensión esponsal que está muy por encima de su propia conducta y méritos personales: fiel o infiel es para siempre esposo de la Iglesia, está comprometida de por vida con ella.

Este amor esponsal le hace descubrir como enamorado los rasgos más positivos y enriquecedores de su amada. Por eso no duda en ver a la Iglesia como una mujer siempre joven. Ella es joven porque representa a la Iglesia peregrina que no ha alcanzado aún la plenitud, pero que recorre el camino hacia ella con dinamismo y esperanza, y es joven porque en su dimensión divina es imperecedera. Su juventud es reiterada continuamente en el misterio pascual que se renueva en cada Eucaristía y le exige nacer y crecer continuamente al ritmo audaz y creativo del amor. Francisco Palau contempla en la Iglesia un rostro siempre joven, puesto al día, siempre necesitado de conversión, de crecimiento, siempre contagiado de la juventud eterna del Dios Trinitario que le infunde agilidad y vigor.

Esta experiencia vital que tiene Francisco Palau de la Iglesia es una fuerte llamada hoy a renovar ese rostro amado para que pueda mirar y ser mirada sin miedo por un mundo en transformación, en cambio rápido y por lo tanto con la marca de la juventud fuertemente imprimida. Se trata de una verdadera conversión, de un cambio de mentalidad; una transformación que conlleva un profundo despojo de ideas, proyectos, categorías mentales, metodologías... Y por consiguiente radica más en una actitud de escucha, de espera, de aprendizaje, de descubrimiento, de asombro y de contemplación, de búsqueda conjunta, que de unas iniciativas personales para enseñar, hacer, promover, organizar y dirigir.

Hoy el profeta Palau nos grita desde su amor incondicional a la Iglesia que no habrá juventud, que no habrá criatura nueva, si la Comunidad eclesial no es capaz de llevar hasta las últimas consecuencias la acción creadora del Espíritu que la habita. No basta con cambiar las estructuras externas, y menos mantenerlas cambiando el nombre de ellas para llevar a cabo algo nuevo; ser testigo de una Iglesia con rostro joven, como la experimentaba Francisco Palau, nos pide un corazón enamorado de ella, capaz de acoger la novedad sorprendente del Espíritu y contagiarla. Una Iglesia con rostro joven es una Iglesia que sabe convivir acogiendo los brotes de vida, protegiéndola, alentándola, defendiéndola; un rostro que está más cerca del perdón que de la condena, del servicio amoroso que del poder ambicioso; que como María sabe ser lugar de encuentro de Dios y los prójimos, de conciliación y fraternidad.


[1]Cf. MR 501.

[2] MR 503.